Una ceremonia ‘urbi et orbi’

Pergrinos de todo el mundo acudieron a Roma a celebrar las canonizaciones de dos papas contemporáneos

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DARÍO MENOR (ROMA) | Roma es una de esas ciudades que, cíclicamente, consiguen colocarse en el centro del mundo. Lo volvió a lograr el 27 de abril con la ceremonia de canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII, un evento multitudinario marcado en las agendas de fieles de todo el orbe católico desde antes incluso de que se anunciara la fecha definitiva en que iba a celebrarse.

Alumnos de La Salle de Zumárraga con el padre Juan Miguel Rodríguez.

Alumnos de La Salle de Zumárraga con el padre Juan Miguel Rodríguez.

Es lo que hicieron tres parejas de médicos y farmacéuticos de Albacete: compraron y cambiaron luego los billetes de avión conforme aparecían en la prensa los rumores sobre el día en que Francisco iba a proclarmarles santos. “Sacamos el primer billete hace más de un año. No podíamos perdernos este momento, pues queremos mucho a Karol Wojtyla. Le fuimos acompañando en sus viajes desde 1984”, contaban Caridad y Jesús mientras paseaban con las otras parejas por la Vía de la Conciliazione portando en los hombros una bandera de España.

Los fieles arribaron a Roma, literalmente, por tierra, mar y aire. La mayoría de ellos venía de Polonia, la patria del papa Wojtyla. Basta pensar que 55 de los 65 vuelos chárter que aterrizaron en los aeropuertos de la capital italiana en los días previos a la ceremonia tenían como origen alguna ciudad polaca. Del país del este de Europa también provenían 1.700 autobuses, aunque hubo quien prefirió desplazarse a la Ciudad Eterna en su propio automóvil o incluso en caravana.

Fueron de los afortunados, pues tuvieron un lugar para pasar la noche a cubierto. Debido a que los hoteles estaban llenos o no tenían dinero para reservar un alojamiento, decenas de miles de personas durmieron en las calles del centro de Roma y se despertaron de madrugada para entrar lo antes posible en la Plaza de San Pedro. El ambiente era similar al de una Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

Luis y Miguel viajaron a Roma desde Barcelona.

Luis y Miguel viajaron a Roma desde Barcelona.

Había grupos de parroquias, familias con niños pequeños y legiones de sacerdotes, seminaristas y religiosas. Varios miles de fieles –en su mayoría polacos, pero también españoles y latinoamericanos– se negaron a abandonar la Vía de la Conciliazione la noche antes de la canonización y pasaron más de doce horas de espera cantando y rezando. “¡Polska, Polska!”, decían los polacos ondeando sus banderas rojas y blancas.

Respondía al otro lado de la avenida un grupo de jóvenes de nuestro país gritando: “¡España, España!”. De fondo, los altavoces repetían una y otra vez peticiones para que abandonaran la zona. Nadie les hizo caso. Todos querían estar en primera línea durante la ceremonia, sin importar que para ello hubiera que dar empujones o repartir algún que otro pisotón.

Entre los peregrinos que pasaron la noche al raso en el entorno del Vaticano, había un grupo de chavales de 17 años del colegio de La Salle de la localidad guipuzcoana de Zumárraga. Acompañados por el sacerdote que dirige el grupo de Confirmación de su parroquia, Juan Miguel Rodríguez, los muchachos cuentan que, excepto para uno de ellos, el resto es la primera vez que viene a uno de estos festivales de la fe.

“Nuestro colega que fue a la JMJ de Brasil nos dijo que era una experiencia estupenda. A todos nos gusta mucho Juan Pablo II, fue un papa muy bueno, que hizo cosas estupendas. Cuando le rezas, ves que te echa una mano con los problemas que tienes en casa”, cuenta Joseba, que luce unas modernas gafas de sol y un vistoso tupé. A su lado, Eneko dice algo avergonzado que dormirán “como mendigos” en la calle, con sus aislantes y sacos de dormir, pero reconoce a continuación que lo están pasando de muerte.

México no podía faltar.

México no podía faltar.

Escucha las palabras de sus chicos a cierta distancia el padre Juan Miguel, quien reconoce después la “gran responsabilidad” que supone para él tener a 21 chavales a su cargo. “De todas maneras, es una experiencia para repetir. Estas ocasiones tienen un gran impacto en su fe”. El grupo llegó a Roma en el crucero que zarpó desde el puerto de Barcelona cargado con alrededor de 600 peregrinos.

También partió de la Ciudad Condal un grupo de siete estudiantes universitarios residentes en el Colegio Mayor Pedralbes, promovido por el Opus Dei. Luis y Miguel, de 20 años, coinciden al subrayar la alegría que supone para ellos poder vivir en primera persona “este momento histórico”. “Fueron dos papas muy influyentes. Aunque era pequeño, tengo un recuerdo muy impactante de la muerte de Juan Pablo II. Se me quedó grabado. No veo un problema en que Francisco canonice a los dos a la vez, aunque tal vez de esta manera se eclipsa un poco la figura de Juan XXIII”, dice Luis, estudiante de medicina.

A su lado, Miguel, que participó el año pasado en los encuentros universitarios que organiza la Prelatura del Opus Dei en Roma durante la Semana Santa, recuerda la importancia que tuvo para la Iglesia católica el Concilio Vaticano II iniciado por el papa Roncalli.

Ana Cecilia y Josefina, de Venezuela.

Ana Cecilia y Josefina, de Venezuela.

Este grupo de jóvenes peregrinos se cruza en su camino hacia la Plaza de San Pedro con dos señoras venezolanas ataviadas con unas vistosas camisetas rojas en las que llevan estampado un enorme rostro del papa Wojtyla. Se llaman Ana Cecilia y Josefina, y son hermanas. “Venimos con un grupo de 38 personas en peregrinación. Después de la canonización iremos a Cracovia para visitar la casa de Juan Pablo II y luego viajaremos a Fátima. Queremos pedirle a Juan Pablo II que libere a Venezuela del comunismo, que tenemos muy encima. Este Papa, que hizo tanto contra los régimenes comunistas en todo el mundo, puede ayudar mucho ahora a Venezuela como santo”, comenta Josefina. Su hermana lamenta la persecución que, a su juicio, sufre la Iglesia de su país por parte del Gobierno de Nicolás Maduro.

Es común entre los peregrinos de América Latina que participan en la canonización la mención al papel que desempeñó el papa Wojtyla para pararle los pies al comunismo. Al inicio de la Vía de la Conciliazione, un grupo de peregrinos latinoamericanos residentes en Washington DC entona a gritos el Alabaré a mi Señor agitando pañuelos donde se ve dibujado el Corazón de Jesús. “Somos todos de la misma parroquia, carismáticos. Para mí, Juan Pablo II significó la liberación de Nicaragua del Gobierno comunista. Nos dijo a los nicaragüenses que no tuviésemos miedo y conseguimos liberarnos. Vengo a Roma a rendir honor a quien durante su vida demostró tenerlo”, dice Luisa Calderón.

Luisa Calderón (Nicaragüa) y Juan José Peña (El Salvador).

Luisa Calderón (Nicaragüa) y Juan José Peña (El Salvador).

Le acompaña en esta peregrinación al otro lado del Atlántico su amigo Juan José Peña, de origen salvadoreño, quien asegura que el papa Wojtyla “se ganó a pulso” su canonización. Para este emigrante, al que le cuesta ya un poco hablar en español, la mayor enseñanza del nuevo santo es el perdón: “Todos debemos aprender mucho de él, que perdonó al terrorista que le disparó desde el primer momento, cuando iba en la ambulancia hacia el hospital.

En El Salvador, que sufrió una terrible guerra civil, sus palabras pidiendo que perdonáramos y nos reconciliáramos fueron muy valiosas”. Estos dos amigos latinoamericanos emigrados a los Estados Unidos coinciden al señalar la “gran persona” que fue Juan XXIII por los servicios que ofreció a la comunidad cristiana y al mundo entero. “Nos alegra que se proclame santos a los dos a la vez. La Iglesia no hace diferencias entre los santos. Esto que estamos viviendo es muy grande. Es histórico”.

En el nº 2.892 de Vida Nueva

 

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