Entre el dolor y la esperanza

La Vida Religiosa busca la integración de estas dos realidades para vivir y ser testigos en el mundo

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FRAN OTERO. FOTOS: LUIS MEDINA | La 43ª Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, que organiza el Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITRV) –promovido por los Misioneros Claretianos– reflexionó, del 22 al 25 de abril, sobre la esperanza en la Vida Religiosa (VR), es decir, sobre su dimensión escatológica, como dice el subtítulo de esta importante cita.

Una esperanza que se hace más necesaria en medio de la precariedad de las comunidades religiosas y ante una sociedad que ve cómo la cultura del tener, de la inmediatez, del individualismo no es capaz de saciar sus deseos de felicidad. Según el diagnóstico realizado durante la Semana, se podría decir que vivimos en una realidad con dificultades, aunque también con esperanza.

Así lo manifestaba el presidente de CONFER, Luis Ángel de las Heras, durante la apertura: “Pretende esta convocatoria poner de relieve la hondura escatológica que desde su origen ha confesado y practicado la Vida Consagrada (VC). Algo que nos ha de ayudar en estos tiempos a integrar esperanza de vida en plenitud y precariedad. No son pequeñas ni vanas pretensiones”. De hecho, dijo que el itinerario constructivo entre dolor y esperanza llevará a asumir a los religiosos el sufrimiento del mundo, olvidando el suyo, para vivir y ser testigos de “la esperanza dada a luz en el dolor”.

En este sentido, definió la situación de la VR en España como “esperanzada” e insistió en que, a pesar de las dificultades, no se pueden negar las “entrañas de esperanza” que sustentan la VC en cualquier tiempo y circunstancia. “No somos mera empresa humana, sino, sobre todo, empeño de Dios”.

En la Semana estuvo presente el obispo de Tarazona, el agustino recoleto Eusebio Hernández, quien, en un breve saludo, recalcó la importancia del horizonte escatológico: “Es importante que se nos recuerde que nuestra vida aquí es de paso, que lo importante es la dimensión escatológica”.

Esta recorrió todas las intervenciones, como había avanzado el director del ITRV, Bonifacio Fernández, que la propuso como respuesta a las grandes preguntas del hombre de hoy:

La esperanza cristiana de la vida eterna es una gran buena noticia. No está agotada. Introduce el aguijón de la vida plena en la carne del presente.
(…)
La esperanza cristiana es radical y total. Es una luz fiel e inmortal; mantiene viva la fe y activo el amor. Descubre lo definitivo en lo provisional. Vislumbra lo último en lo penúltimo, la eternidad en el tiempo. Ya se ha iniciado, pero seguimos esperando la victoria plena de la vida sobre la muerte, de la paz sobre la guerra y la violencia, de la justicia sobre la injusticia, del amor sobre el egoísmo y sobre la indiferencia. Esperamos el triunfo del bien sobre el mal. Los verdugos no tendrán la última palabra sobre la víctimas inocentes.

En lo concreto de cada ponencia, se abordaron cuestiones como el contexto actual de la cultura secular y la preocupación por el futuro (Bernardo Pueyo), las utopías históricas como mediaciones de la esperanza final (Luis A. Gonzalo), cómo se manifiesta en la literatura (Isabel Romero) y en el cine (Ninfa Watt), o cómo se practica en casos concretos como el de la Delegación de Migraciones de Tánger (Inma Gala).

En la cotidianidad

Especialmente interesantes resultaron las ponencias de Nicla Spezzati, subsecretaria de la comisión vaticana de Vida Consagrada, sobre la definitividad que Jesucristo confiere a la provisionalidad, y de Javier Álvarez-Ossorio, superior general de los Sagrados Corazones, sobre Liderar la esperanza. Las comunidades religiosas actuales necesitan nutrientes que hagan apetecible la vida eterna.

Durante su intervención, Spezzati dejó claro que “la dimensión escatológica de la VC, y de toda vida cristiana, se juega en la cotidianidad de la historia; la vida eterna no se encuentra después de la muerte, estamos marcados por la resurrección aquí y ahora”. Dicho esto, presentó tres caminos: “La fe en Cristo Señor dentro de la provocación de lo provisorio; la espera vigilante como dimensión escatológica de la historia; la alegría como provocación del presente”.

Álvarez-Ossorio señaló, por su parte, que “la esperanza no se lidera y que el servicio de la autoridad no es liderazgo”. Habló de desesperanza, de comunión, de humildad… para proponer “el servicio de la paternidad en una comunidad donde todos son hermanos”.

La Semana se cerró con la ponencia del arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, y con la publicación de las conclusiones y un mensaje, todavía no disponibles al cierre de esta edición.
 
En el nº 2.891 de Vida Nueva
 

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