El Prado reconstruye ‘El triunfo de la Eucaristía’ de las Descalzas

Exhibición de óleos y tapices restaurados de la serie que Rubens pintó a partir de 1622

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El Prado reconstruye El triunfo de la Eucaristía de las Descalzas [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | “El viejo sueño de reunir los diseños de Rubens y los tapices originales del monasterio de las Descalzas Reales se ha hecho realidad”. Es Miguel Zugaza, director del Museo Nacional del Prado, quien resume el largo camino que ha desembocado en la exposición Rubens. El triunfo de la Eucaristía, que hasta el 29 de junio se exhibe en la pinacoteca madrileña antes de viajar al Getty Museum de Los Ángeles.

La muestra es extraordinaria. Por su relevancia y, también, por su simbolismo. Las pinturas son un testimonio del arte, rebosante de vitalidad, de Pedro Pablo Rubens (1577-1640), como explica Anne T. Woollett, conservadora de Pintura del Getty Museum, que ha colaborado con el Prado en el montaje expositivo: “Pocas de las proezas artísticas de Rubens superaron a la serie de tapices conocida como El triunfo de la Eucaristía.

La serie sumaba veinte paños diseñados por el pintor en óleos de pequeño tamaño, denominados tradicionalmente modelli, que los mejores tejedores de Bruselas transformaron en colgaduras monumentales para “celebrar el misterio central de la Iglesia católica, la presencia real de Cristo en la Eucaristía”. El Prado expone ahora seis de estas tablas recién restauradas (que formaban parte de su colección y se encontraban visiblemente dañadas) y cuatro de los tapices realizados a partir de estos modelli, también restaurados en colaboración con Patrimonio Nacional.

“Las pinturas de Rubens comunican antes de poder ser comprendidas –explica el comisario de la exposición, Alejandro Vergara, jefe de conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Prado–. En la serie, la invitación a sumergirnos en los misterios de la Eucaristía está llena de esperanzado optimismo: somos testigos de un ámbito luminoso, que se eleva por encima de la corrupción terrenal. El mundo de altos principios e intensos sentimientos que crea el pintor está tan bien forjado, es tan completo, tan definitivo, que adopta el aura de lo canónico”.

Los tapices fueron encargados por la infanta Isabel Clara Eugenia (1566-1633), gobernadora de los Países Bajos del Sur e hija de Felipe II, como regalo para el monasterio franciscano de las Descalzas Reales de Madrid, donde siguen estando hoy. “La infanta y el artista coincidían en la firmeza de su fe católica y en la dedicación a los ideales político-religiosos de la casa de Habsburgo; fruto de esa coincidencia, las pinturas y tapices de El triunfo de la Eucaristía fueron la operación de mecenazgo más importante de Isabel Clara Eugenia y una expresión elocuente del poder del arte al servicio de la Iglesia católica”, relata Woollett, quien junto a Alejandro Vergara ofrece en la exposición nuevos y sugerentes juicios sobre la historia de la serie de la Eucaristía y el arte de Rubens.
 

Arte para las crisis

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Vergara explica, por ejemplo, cómo “el arte de Rubens está pensado para una época de crisis. La apariencia poderosa y rotunda del mundo que pinta es tan indiscutible que elimina toda duda. Rubens era el perfecto creador de imágenes para una época necesitada de reafirmación”. En la serie de El triunfo de la Eucaristía, el bien ha vencido al mal, el catolicismo al protestantismo, claramente visible en las tablas más destacadas: La victoria de la verdad sobre la herejía y, particularmente, El triunfo de la Iglesia.

“Un joven alado sostiene la tiara papal sobre la cabeza de la personificación femenina de la Iglesia, que lleva la custodia en sus manos y cuyo resplandeciente carro triunfal, con ruedas tachonadas de piedras preciosas, arrolla a sus enemigos –según describe el jefe de conservación de Pintura Flamenca de El Prado–. Van junto al carro dos figuras; una de ellas, atada con cuerdas, lleva los ojos vendados, la otra tiene orejas de burro. Representan la ceguera y la ignorancia. La Victoria alada que porta las llaves de san Pedro nos mira pidiendo complicidad. La imagen es tan categórica en su afirmación del avance de la Iglesia que podría hacernos olvidar las tribulaciones de la época”.

Entre los asuntos que recogió Rubens se encuentran prefiguraciones de la Eucaristía en el Antiguo Testamento, como son El encuentro de Abraham y Melquisedec o Los sacrificios de la Ley Mosaica, junto a una procesión de santos devotos de la Eucaristía, denominada Los defensores de la Eucaristía, y los cortejos victoriosos de El triunfo del Amor Divino, además de El triunfo de la fe católica. “El vigoroso espíritu de la serie refleja la dinámica relación de la infanta con Rubens –explica Vergara–, que la servía como pintor de cámara y diplomático. Juntos idearon un programa decorativo unitario, que en las festividades eucarísticas anuales transformaba la austera iglesia del convento y su claustro con vibrantes composiciones de figuras, situadas en marcos de arquitectura ilusionista y colgadas en dos niveles”.

La serie estaba principalmente destinada a decorar la iglesia de las Descalzas Reales el Viernes Santo y durante la Octava del Corpus. “Ambas festividades estaban centradas en la exaltación del sacramento de la Eucaristía (según la historiadora Ana García Sanz), de gran relevancia en el monasterio, ya que cuenta con una dispensa papal para exhibir la sagrada forma en Viernes Santo”.

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La exposición ha logrado reconstruir cómo se exhibían los tapices, según García Sanz: “La serie está compuesta por 12 composiciones monumentales, de casi cinco metros de alto y hasta siete y medio de largo, que recubrían las paredes laterales de la iglesia, y posiblemente el presbiterio, en dos alturas. También es probable que una de ellas cubriera los muros exteriores. Ocho piezas más pequeñas decoraban otras partes del interior”. El encargo se ha fechado tradicionalmente en 1625, por considerarlo un exvoto ofrecido por Isabel Clara Eugenia en agradecimiento por la victoria española en Breda.

La exposición también reivindica a la infanta, a quien Woollett describe con brillantez: “Su combinación de piedad, sentido del deber y lucha contra la amenaza protestante convirtieron aquella empresa en una alta prioridad para los primeros años de su gobierno. Nada más propio que reclutar a los mejores practicantes de pintura y del arte textil en los Países Bajos del Sur para hacer realidad su legado.

En su tono triunfal y la amplitud de su contenido, la serie de la Eucaristía ofrecía un programa actualizado de la Iglesia católica romana, en una época que requería más vigor que la solemnidad estipulada por la infanta Juana en 1572. El triunfo de la Eucaristía representa insuperablemente la categoría de Isabel Clara Eugenia como Sanctissima Atque Optima Principum, la más santa y mejor de las soberanas”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.891 de Vida Nueva.
 

 

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