Isabel II, de Pío XII… a Francisco

La Reina de Inglaterra y cabeza del anglicanismo visita al Pontífice argentino

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Isabel II, de Pío XII… a Francisco [ver extracto]

ANTONIO PELAYO (ROMA) | Isabel II de Inglaterra es una vieja conocida del Vaticano, que ha visitado en numerosas ocasiones. La primera en el ya lejano 1951, siendo solo princesa, para conocer y ser presentada a Pío XII; sin haber subido aún al trono, volvió a los sagrados palacios para ser recibida por Juan XXIII, pontífice que volvió a acogerla en 1961, siendo ya soberana del Reino Unido.

A Juan Pablo II, que, de regreso de Argentina, le hizo una breve visita en Londres que pasó casi de tapadillo, le devolvió la cortesía en el año 2000, y el protocolo vaticano le reservó entonces los máximos honores. En la primera jornada de su viaje a Gran Bretaña, en 2010, Benedicto XVI la visitó en su castillo de Edimburgo y mantuvieron un cordial encuentro, prólogo a una estancia memorable.

La visita de la Reina a Francisco, el pasado 3 de abril, ha sido, sin embargo, la más atípica de todas y la que ha reservado mayores sorpresas. Isabel II hubiera debido visitar Italia en 2013, pero una ligera indisposición la retuvo en su país; hace meses, el presidente de la República italiana, Giorgio Napolitano, le reiteró su deseo de verla de nuevo en Roma; a la respuesta positiva a la invitación para almorzar en el Palacio del Quirinal, se le añadió una petición para ser recibida en audiencia por el papa Bergoglio, cuya personalidad intriga a la soberana. La respuesta vaticana no se hizo esperar y se concordaron sin problemas fecha, horarios y protocolo.

Acompañada por su esposo, el duque de Edimburgo, la soberana (vestida de lila y tocada con un inconfundible sombrero a juego) llegó al Vaticano con veinte minutos de retraso –lo de que la puntualidad es la cortesía de los reyes no se cumplió esta vez–.

Al Papa, que la esperaba en el dintel de la sala adjunta al Aula Pablo VI, donde iba a tener lugar el encuentro, le dijo con absoluta desenvoltura: “Siento haberle hecho esperar. Nos hemos retrasado porque estábamos en un almuerzo muy agradable con el presidente Napolitano”.

Eran las tres y veinte de la tarde y, después de ser saludada por el secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, y por Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados, la Reina y el Papa se dirigieron a un saloncito donde tuvo lugar la conversación, con la ayuda de dos intérpretes.

Diecisiete minutos en total duró la entrevista; todo un récord de brevedad, lo que permite suponer que no se abordaron temas de gran trascendencia y, por supuesto, ninguno de los que podían ser objeto de discrepancias, como la evocación de la guerra anglo-argentina por la soberanía de las Islas Malvinas o las disputas que separan a la Iglesia católica de la anglicana, de la que ella es cabeza.

Otra sorpresa la constituyó el regalo que Isabel II se había traído desde Londres: una enorme cesta de mimbre con productos de las diversas posesiones de los Windsor; además de miel, mermeladas, huevos y algunas conservas, no podía faltar un excelente whisky escocés, procedente de la destilería del castillo de Balmoral.

El Papa correspondió ofreciéndole a la soberana un facsímil de la bula de 1679 con la que Inocencio XI extendía a toda la Iglesia el culto al rey Eduardo el Confesor, fundador de la abadía de Westminster.

Al duque, Francisco le entregó las tres medallas del pontificado, que fueron recibidas por el anciano de 92 años con humor: “Es la primera medalla de oro que consigo en mi vida”. Pasadas las cuatro y media de la tarde, el cortejo real abandonó el Vaticano.
 

Abrazará al pueblo sirio

Pocos días después, el 7 de abril, otro monarca, el Rey Abdulá II de Jordania franqueaba los muros de la Ciudad Eterna para ser recibido por el Papa. El encuentro tuvo lugar en Santa Marta; la conversación duró 40 minutos y –novedad absoluta– los interlocutores bebieron un té durante su encuentro.

Temas no faltaban, puesto que, dentro de mes y medio, a finales de mayo, el Santo Padre iniciará su viaje a Tierra Santa, con una jornada en Ammán donde encontrará a varios miles de refugiados sirios.

Estas personalidades se suman a las decenas de jefes de Estado y de gobierno que han venido a Roma en este primer año del pontificado; la racha sigue y seguirá aún por algún tiempo.

Aunque no se haya anunciado oficialmente –pero Vida Nueva ya lo había adelantado en su día–, se da por cierto que los Reyes de España, don Juan Carlos de Borbón y doña Sofía, serán recibidos en audiencia por Bergoglio el lunes 28 de abril, al día siguiente de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Los soberanos vinieron por última vez al Vaticano en mayo de 2005, para saludar al recién elegido Benedicto XVI.

En la habitual agenda papal, esta semana también ha habido tiempo para una visita, el domingo 6, a la parroquia romana de San Gregorio Magno, en el popular barrio de La Magliana, territorio de delincuencias varias y de fuerte marginación social. Argumentos que fueron tocados por el Papa en su diálogo con los parroquianos que acudieron en masa a recibirle. A todos ellos les regaló unos evangelios de bolsillo para que lo lleven siempre consigo y lo lean con frecuencia.

Este consejo fue el mismo que había dado esa mañana, en el Angelus, a la multitud que le escuchaba en la siempre abarrotada Plaza de San Pedro:

“En los últimos domingos os he sugerido que os hicierais con un pequeño evangelio para llevarlo durante el día y leerlo a menudo. Entonces me he acordado de la antigua tradición, durante la Cuaresma, de entregar el evangelio a los catecúmenos, los que se preparan para el bautismo. Así que hoy quiero daros a vosotros que estáis en la plaza un evangelio de bolsillo. Será distribuido de forma gratuita
(…)
Hagamos una cosa a cambio de este regalo. Haced un acto de caridad, un gesto de amor desinteresado, rezad una oración por los enemigos, reconciliaros con alguien”.

El “regalo” es una edición que incluye el texto de los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles y una cita de la Evangelii gaudium; ha sido financiado por la Limosnería Apostólica, la institución que se encarga de distribuir en nombre del Papa ayuda a los más necesitados.

Esa misma mañana, el Papa pidió a los fieles que rezasen con él en alta voz un Ave María por las miles de víctimas inocentes que murieron hace 20 años en el genocidio que azotó Ruanda. A los obispos de la Conferencia Episcopal Ruandesa, que recibió en visita ad limina, les exhortó a que la Iglesia se empeñase con todas sus fuerzas en fomentar la reconciliación nacional:

“La reconciliación y el restaño de las heridas siguen siendo, sin lugar a dudas, la prioridad de la Iglesia en Ruanda. El perdón de las ofensas y la genuina reconciliación que, después de tanto sufrimiento, podrían parecer imposibles desde el punto de vista humano, son, sin embargo, un don que es posible recibir de Cristo gracias a la fe y a la oración, incluso si el camino es largo y requiere paciencia, respeto mutuo y diálogo”.

“La Iglesia –concluyó– tiene un lugar en la reconstrucción de la sociedad ruandesa reconciliada, con toda la fuerza de su fe y de la esperanza cristiana; así que adelante, con vigor, dando constantemente testimonio de la verdad.
(…)
Y, para ello, es importante que, más allá de los prejuicios y de las divisiones étnicas, la Iglesia hable con una sola voz, manifieste su unidad y reafirme su comunión con la Iglesia universal y el sucesor de Pedro”.

 

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En el nº 2.890 de Vida Nueva

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