La Iglesia en solfa

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Se sospecha, con excepciones, que los medios tratan de dejar a los católicos en evidencia y en ridículo…”

De cuando en cuando, y con más frecuencia si hay algún asunto que pueda hacer cosquillas desagradables, se invita a algún personaje de Iglesia a entrevistas, mesas de opinión, reportajes de investigación o pasarelas de gentes más o menos importantes. El invitado, especialmente si es católico, tendrá que pertrecharse de los mejores y más fuertes arneses, porque la tunda que le espera es para revestirse de una inmensa paciencia.

Con todas las excepciones, matices y respeto a lo diferente, lo cierto y verdad es que se sospecha de que aquello de lo que se trata es de dejar a la Iglesia en solfa, en evidencia, en ridículo, parece como si lo menos importante fuera el tener una información objetiva, sino ponerla colorada y dejarla a los pies de los caballos y a la intemperie en la opinión pública.

También puede ocurrir que se estimule al invitado con preguntas más o menos capciosas o incómodas, pensando que va a quedar al descubierto la supuesta tramoya y entramado de la Iglesia y que todo se va a derrumbar gracias a la perspicacia del entrevistador.

Es de justicia, y así se debe reconocer, que en la mayor parte de las ocasiones lo que se busca es información que parta de aquellos a los que se cree más cerca de la noticia, del acontecimiento, de la vida de la Iglesia. Lo cual no impide, y es obligación del periodista, el buscar ángulos y perspectivas que ayuden a conocer mejor la realidad.

También existe la entrevista pactada, en la que se provoca al entrevistado, para recibir una lección de apologética y dar ocasión a que se publiquen datos y actuaciones que no se conocen, o que intencionadamente se esquivan.

En fin, que de vapuleos y azotainas estamos bastante curtidos. Es verdad que el Señor dijo que aquel que quisiera estar a su lado tendría que aguantar lo suyo. Pero nada de angustias y lamentos exagerados. Por una parte, si te llaman a juicio, Dios te dirá aquello que tienes que hacer y que responderá con lo que Él mismo ha puesto de luz en tu conciencia.

Alguien recomendará que se acuda al ‘no’ de la sinceridad o el silencio, también que te pregunten lo que te preguntaren, responde con lo que tú quieras decir. Pero, naturalmente, hay que atenerse al guion, pues cuando uno trata de escaquearse, lo que queda detrás es poco menos que una argucia casi siempre ridícula.

Lo del entrevistador entrevistado también puede ocurrir. Es decir, lo de ir por lana y salir trasquilado. A toda esta sabiduría, un tanto astuta y sospechosamente malévola, no cabe otra respuesta que la mejor ética de la comunicación.

Los medios de comunicación suelen tener su propio libro de estilo. Mucho es de apreciar que, junto a unas normas sobre el modo y las pautas de escribir, comunicar y adecuación a las leyes académicas, no faltará nunca un capítulo dedicado a la ética de la comunicación. Todo ello sería muy de agradecer y contribuiría a la credibilidad de la información.

En el nº 2.890 de Vida Nueva

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