¿Qué hay de los mayores?

 

 

 

 

 

 

 

P. Carlos MarÍn G. PRESBÍTERO
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Por supuesto, hablo de los sacerdotes mayores. El número de los que se acercan a la edad canónica de retiro crece en todo el mundo. Preocupan las implicaciones que, tanto para el sacerdote como para cualquier ser humano, tiene actualmente el ser descartado del servicio al Evangelio y a la Iglesia de Jesucristo. Porque la verdad es que los mayores nos sentimos desplazados. Más de uno, incluyendo a señores obispos, habla de discriminación, de ausencia de caridad sacerdotal, de ingratitud, de olvido, y hasta de desprecio. La realidad es que a partir de la fecha de retiro, así no lo diga el derecho canónico, la capacidad de servicio y la experiencia pastoral del sacerdote mayor son desaprovechadas dentro de la Iglesia misma.

Todos confiamos en que expresiones como ostracismo sacerdotal no se oigan nunca en nuestra Iglesia latinoamericana. Ninguno de nosotros quiere ser considerado “sobras” ni sentirse excluido de la vida de la Iglesia. La mayoría de edad no es necesariamente signo de incapacidad ni expresión de angustia existencial de poder; es deseo de ser útiles, un deseo que no tiene connotación alguna de intereses ocultos ni de aspiraciones personales. Simplemente, queremos ejercer el sacerdocio mientras tengamos lucidez mental y fuerzas para hacerlo. Que no se nos aplique lo que el papa Francisco llama “la cultura del residuo”.

En la Iglesia se sigue hablando de escasez de sacerdotes. Sin embargo, el hecho de que obispos y sacerdotes que, por favor de Dios gozamos de buena salud, permanezcamos cruzados de brazos en nuestra casa, nos lleva a pensar que en un mejor aprovechamiento pastoral de los recursos humanos disponibles podría encontrarse un alivio a esa escasez.

La soledad y la inactividad pastoral hace surgir en nosotros una pregunta que acaba convirtiéndose en un problema de conciencia: ¿Acaso mi respuesta al llamado del Señor tuvo alguna condición en términos de edad? ¿Acaso le dije al Señor que sí, pero que solo hasta los 75 años? La respuesta la damos todos: queremos ejercer el sacerdocio hasta la muerte, hasta el día en que el mismo Señor nos llame a continuar viviéndolo en la casa de su Padre.

Un servicio que trasciende

Como quisiera ser capaz de describir la alegría interior que como sacerdote mayor siente cada uno de nosotros cuando puede subir las gradas del altar para celebrar la Eucaristía o cuando escucha a un penitente para darle luego la absolución sacramental. Es tanta y tan profunda esa alegría que, aun cumplidos los ochenta, uno se siente con más energías que algunos de los que hoy se ufanan de su juventud.

Estamos seguros de que pocos son capaces de imaginar y valorar la enorme riqueza espiritual que dan los años. Somos ricos en experiencia, en fe y en esperanza. Para nosotros como sacerdotes crecer en años y poder ejercer el ministerio es un premio que el Señor nos da. Enfrentamos la soledad y el olvido, pero mantenemos viva la esperanza, y con una gran serenidad enfrentamos la enfermedad y nos preparamos para regresar a la casa del Padre. La cercanía del obispo, la caridad de los hermanos en el sacerdocio y la oración de las comunidades parroquiales fortalecen nuestro espíritu.

No queremos que nuestros hermanos sacerdotes nos miren con recelo. Queremos y podemos servir; ser instrumentos activos del amor de Dios. Eso es todo. El sacramento de la Reconciliación, la dirección o asesoría espiritual, la asistencia espiritual a los enfermos, la catequesis sacramental, son servicios que podemos prestar a la pastoral de las parroquias. Así nos sentiremos plenamente sacerdotes, y nuestro servicio irá más allá del ser ocasionalmente invitados a celebrar una misa de difuntos.

Construyamos juntos un pensamiento teológico, antropológico y pastoral que recoja y valore la riqueza enorme que encarnan los sacerdotes mayores, su experiencia pastoral, sus méritos, su espiritualidad. “Puro evangelio” y “una Iglesia con entrañas de misericordia”, en el lenguaje del papa Francisco.

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