Ettore Gotti Tedeschi, expresidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR)
DARÍO MENOR (ROMA) | Ettore Gotti Tedeschi es uno de los personajes más controvertidos del pontificado de Benedicto XVI, pues protagonizó algunos de los episodios más brillantes y también más oscuros de los últimos años de Joseph Ratzinger como obispo de Roma.
Su pensamiento económico estuvo detrás de Caritas in veritate, la gran encíclica social del Papa emérito, mientras que su mano llevó a cabo la reforma inicial del Instituto para la Obras de Religión (IOR), la mal llamada banca vaticana, que presidió desde 2009. Lo hizo hasta el 24 de mayo de 2012, cuando fue cesado por el Consejo de Superintendencia del IOR con un comunicado de una dureza inusual para la Santa Sede.
Al tiempo que resultaba fulminado, veía cómo se desataba una campaña en su contra destinada a acabar con su credibilidad. En un abrir y cerrar de ojos, pasaba de ser la voz económica más escuchada en el Vaticano a convertirse en un apestado al que se acusaba incluso de ser uno de los “cuervos” del caso Vatileaks. Dos años después de aquel difícil período, Gotti Tedeschi ha visto con alivio cómo el tiempo ha acabado dándole la razón: quienes le disputaron el control del IOR han acabado fuera de juego, la reforma del organismo ha vuelto al camino marcado por él y ha quedado demostrado que no tuvo nada que ver con Vatileaks. Además, la magistratura italiana ha declarado su inocencia en un supuesto caso de lavado de dinero negro. Sí que están acusados en cambio el ex director general del IOR, Paolo Cipriani, y su “número dos”, Massimo Tulli, quienes se enfrentaron con él.
Gotti Tedeschi, representante en Italia de uno de los mayores bancos del mundo, recibe a Vida Nueva en el vestíbulo de un céntrico hotel de Roma. Dice sonriendo que acepta preguntas sobre cualquier tema, excepto el IOR. Está solo, lo que contradice las noticias aparecidas en la prensa italiana de que se movía con escolta porque temía por su vida.
PREGUNTA: ¿Se siente liberado por la reciente sentencia de la Justicia?
RESPUESTA: Lo que me siento es amargado, porque ha sido la magistratura la que ha arrojado la luz de la verdad sobre lo sucedido, mientras que dentro de la Iglesia, en cambio, parece prevalecer hasta ahora la posición de quien me quería marginar. Creo que eso no les ha gustado al papa Francisco ni al secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin. Es algo que me llena de amargura. Quien ha impedido mi rehabilitación ha dañado no poco a la Iglesia. Se ha logrado impedir que sea interrogado, que no se escuche mi versión ni mi verdad sobre los hechos más importantes de estos últimos años. También me duelen todos los daños relacionados con este asunto que, como consecuencia, ha sufrido la Iglesia, y ahora Francisco. Cuántas cosas se habrían evitado si no me hubieran cesado.
P: ¿Cree que la decisión de la magistratura cambiará la posición de una parte de la jerarquía eclesiástica hacia usted?
R: Eso espero, pero temo que no será fácil, aunque he ofrecido de forma ininterrumpida mi sufrimiento por el Papa, rezando por él y por sus intenciones, por lo que la esperanza cristiana siempre está viva. Al lado del Papa trabajan muchas personas santas, pero también hay algunos que no quieren que salga a la luz la verdad. No desean que sea rehabilitado, pues mi rehabilitación llevaría consigo la acusación implícita hacia otras personas.
“A mí no solo se me pidió que lograse transparencia
y defendiera la discreción,
también que la Santa Sede fuera ejemplar”.
P: ¿Ya no tiene guardaespaldas?
R: Aquella era otra más de las noticias falsas sobre mí. Nunca he tenido escolta. Es cierto que hubo un momento de fortísima tensión, ligada a acontecimientos anteriores al cese. Hablamos de febrero, marzo y abril de 2012. Decidí entonces escribir una breve síntesis para mi secretaria, que titulé “En caso de accidente”. Le dije que, si me sucedía algo, el documento debía mandarlo a tres personas. Si no ocurría nada, el documento y sus conclusiones no tenían sentido. Cuando esos documentos acabaron no sé cómo en manos de los diarios, se consideró como una muestra de mi temor al peligro.
P: ¿Tenía usted miedo a sufrir un accidente?
R: En ciertos momentos, cuando no se tiene una visión de quién está produciendo determinados efectos, es la prudencia, más que el miedo, la que lleva a elaborar una documentación de lo que se está viviendo, de manera que si se produce un accidente, los que quedaran supieran las razones de mi prudencia. Gracias a Dios y a la magistratura italiana, no se produjo un accidente.
P: ¿Es cierto que cuando fueron a buscarle unos agentes de los carabinieri usted creyó que iban a matarle?
R: Vinieron a mi casa a las 5:30 de la mañana. Había penumbra y se me acercaron dos personas cuando yo estaba entrando en el coche. Tuve un momento de tensión, pero inmediatamente mostraron sus documentos y me tranquilicé. La reacción a estos sucesos está ligada a mi estado emotivo de entonces.
P: ¿Cómo se llegó a esa situación?
R: El Santo Padre me encargó hacer una serie de cosas que pudieran llevar a la Santa Sede a lo que yo definí como los Pactos Lateranenses del siglo XXI. Es decir, una disponibilidad adecuada a la transparencia que los mercados financieros internacionales y los bancos centrales exigían tras el 11-S. El problema que se planteó era cómo adaptar la Santa Sede a esos criterios. Había muchas dificultades. La Santa Sede no funciona como un banco para terceros, sino que sostiene obras religiosas. Me centré en realizar determinados proyectos para que no hubiera pérdidas de confianza ni de credibilidad hacia el Santo Padre y la Iglesia. La Iglesia es la más grande autoridad moral en el mundo y el Santo Padre es su más alto responsable. La idea clave era que esa autoridad moral fuera apreciada por el modo en que seguía esta nueva disciplina financiera, garantizando al mismo tiempo la discreción de las operaciones relacionadas con su actividad.
P: Una credibilidad de la que el IOR no gozaba…
R: Anteriormente, se habían producido hechos históricos que la habían puesto en discusión. En torno al instituto estaba esa visión confusa de no ser coherente con la nueva normativa de transparencia. A mí no solo se me pidió que lograse transparencia y defendiera la discreción, sino también que la Santa Sede fuera ejemplar. Benedicto XVI decía que debíamos ser ejemplares. Eso no significaba perder el derecho a la discreción. De hecho, las leyes contra el lavado de dinero negro que propusimos estaban supervisadas por la Autoridad de Información Financiera (AIF), que es un organismo interno de la Iglesia y cuya presidencia recaía entonces en un importantísimo cardenal, Attilio Nicora. Garantizaba que la aplicación de la ley y de los procedimientos estuviera supervisada por un organismo de la Iglesia, no por un ente externo. En caso de problemas, una entidad externa debía referir a una autoridad interna de la Iglesia, el AIF. Se garantizaba así la absoluta independencia y autonomía. También el derecho a la discreción.
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En el nº 2.889 de Vida Nueva