Obama y Francisco, un encuentro valioso

Crónica de Jimmy Burns de la visita del presidente de EEUU a El Vaticano

Obama y el papa Francisco

JIMMY BURNS MARAÑÓN (PERIODISTA Y ESCRITOR) | Teniendo en cuenta la naturaleza de la autopista de la información febril de comunicación de masas, era quizás inevitable que el encuentro en Roma entre el papa Francisco y Barack Obama se prestase a una gran cantidad de comentarios, no siempre concebidos o entregados en un espíritu de generosidad.

Liderando la carga cínica, la línea dura correspondió a Fox News TV, cuyo panel de comentaristas sugirió que la reunión había puesto de manifiesto una enorme brecha política y ética entre los dos hombres en temas como el aborto y la anticoncepción, mientras no encontraron un terreno común sobre nada de sustancia.

Uno de los comentaristas de Fox hizo una comparación entre la falta de una clara vinculación ideológica y ética actual y el acuerdo de cruzada anticomunista de “derribar el muro de Berlín”, cuando Ronald Reagan conoció a Juan Pablo II. Otro periodista del mismo canal halcón se lamentaba de que Obama y el Papa habían resistido la oportunidad de emitir una declaración conjunta contra “el terrorismo del islam”.

Desde un punto más objetivo, las imágenes de televisión del encuentro inicial sugirieron que el encanto de Obama –todo sonrisas, apretón de manos persistente y una letanía de thankyous– no era correspondido. La sonrisa relajada que ha caracterizado a este Papa le parecía haber abandonado momentáneamente. A Francisco se le veía incómodo, corto de palabra, contrariado, con cara de agotado y acosado por las luces de las cámaras y el alboroto general que acompaña a cualquier presidente de los Estados Unidos en la era moderna.

Anteriormente, el nuevo culto de la austeridad eclesiástica parecía estar bajo asalto cuando Obama llegó a través de las puertas del Vaticano con una cabalgata imperial de más de 50 vehículos blindados. “Varios de ellos repletos de hombres vestidos de negro y enmascarados”, señaló mi amigo de The Guardian John Hooper, antes de añadir, con su sentido de humor británico: “No estaba claro de inmediato si se trataba de las fuerzas especiales italianas, que intentaban confundir a los terroristas potenciales, o de agentes secretos norteamericanos, que trataban de ocultar los efectos de una resaca generalmente horripilante”.

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Solo más tarde los dos hombres aparecieron más relajados, como si en el encuentro a puerta cerrada hubieran encontrado un terreno más común que los puntos de división. El Vaticano ha dedicado oficialmente a la reunión solo cinco líneas en un comunicado, indicando, en términos generales, que los dos líderes habían cubierto conflictos internacionales y los problemas que enfrentan los migrantes. Pero Obama, en una conferencia de prensa, estaba más que dispuesto a compartir los detalles suficientes para sugerir una convergencia de intereses en temas como el deseo de encontrar una solución pacífica en Oriente Medio y la preocupación por las manifiestas desigualdades de la sociedad moderna.

Esta fue la reunión entre el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos y el primer Papa que proviene de una experiencia villera en un país en desarrollo –tal vez, tan merecedor de la esperanza en un nuevo orden mundial como el encuentro, muy diferente en las etapas posteriores del siglo XX, entre Reagan y Juan Pablo II–.
 

Una estrella creciente

Sin duda, Obama ya no es la estrella mundial que fue la última vez que irrumpió en el Vaticano, en 2009, y se reunió con el papa Benedicto XVI. Igualmente, la estrella de Francisco es mucho más alta que la de su predecesor, y se podría decir que ha restaurado el papado a su puesto de liderazgo espiritual inigualable.

“Obama consagró el liderazgo del Papa”, tituló El País en España. Y, sin embargo, este fue un presidente que tiene a un católico de secretario de Estado, tratando de negociar un acuerdo de paz duradero en Oriente Medio, pero que, además, está defendiendo –con el apoyo de muchos hispanos– una reforma del sistema de inmigración de los Estados Unidos y una redistribución de la riqueza a trabajadores pobres, como parte de un plan para utilizar el activismo del Gobierno en la construcción de una sociedad más justa.

Si la reunión de ayer no llegó a ser considerada histórica fue porque Francisco, cuya humildad y militancia política fue aprendida en los barrios pobres de Buenos Aires, es por instinto cauteloso cuando se trata de denuncias de conducta ética que emanan de la gran superpotencia capitalista. No nos olvidemos que este es un Papa que se crió en una época en la que el líder populista de Argentina, el general Perón, fue muy aplaudido por las masas católicas al echar las culpas de todos los males al enemigo del Norte. Francisco aún tiene algo de peronista en las venas.
 

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En el nº 2.889 de Vida Nueva
 

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