José María Arnaiz: “Unirnos laicos y religiosos no es sumar fuerzas, es multiplicarlas”

José María Arnaiz, marianista

Religioso marianista, publica ‘Vida y misión compartidas’ (PPC)

José María Arnaiz, marianista

Entrevista a José María Arnaiz [extracto]

Texto y fotos: JOSÉ LUIS CELADA | Fue durante cinco años secretario de la Unión de Superiores Generales y lleva muchos más desempeñando diversas responsabilidades dentro de la Compañía de María, lo que le ha permitido conocer de cerca las inquietudes de la Vida Religiosa a ambos lados del Atlántico. También los nuevos desafíos que esta debe afrontar actualmente. Y a uno de ellos le dedica su último libro: Vida y misión compartidas. Laicos y religiosos hoy (PPC). En él, el marianista José María Arnaiz apuesta por un paso –compartir misión, visión y vida– que traerá “una auténtica primavera para la Vida Consagrada y los grupos laicales”.

PREGUNTA.- ¿Los religiosos comparten hoy su vida y misión con los laicos por convencimiento o por necesidad?

RESPUESTA.- Por los dos motivos. Hay un convencimiento cada vez más profundo de que laicos y religiosos tenemos que compartir misión, visión y vida. Bebemos del mismo pozo y nos toca regar el campo común de la Iglesia y de la sociedad con el mismo agua, con el carisma recibido, la parte del Evangelio que se convierte para cada uno de nosotros en un don del Espíritu para la Iglesia en el mundo. Tenemos necesidad de juntarnos. Precisamos hacer sinergia. Unirnos laicos y religiosos no es sumar fuerzas, es multiplicarlas. Hasta que esto no se dé, puede ser que no crezcamos, puede ser que sigamos disminuyendo. Nos necesitamos fuertemente y para tener una vida abundante. No hay duda de que la unión hace la fuerza.Vida y misión compartidas, José María Arnaiz, PPC

P.- ¿En qué nivel se hallan hoy las relaciones entre unos y otros por lo que se refiere a ese compartir?

R.- Se pueden leer en este momento en clave de conocimiento mutuo, de colaboración, de coparticipación en el campo de la misión. No se llega a la compañía ni a la corresponsabilidad, y menos aún a la familia carismática. No nos sentamos en torno a la misma mesa para formarnos y para decidir; para tener una cultura común y lograr un cambio de mentalidad. Soy un convencido de que no habrá auténtica misión y visión compartida mientras no haya vida compartida. Para ello, no hace falta habitar bajo el mismo techo, pero sí compartir la vivencia de una espiritualidad y de una misión. Precisamos una unión sin confusión. El nivel de unos grupos y otros es muy diverso. Los hay que tienen miedo a dar el primer paso, también otros grupos que han dado pasos importantes y movidos por una auténtica fuerza carismática. Existen también los que no terminan de decidirse a iniciar el proceso.

P.- Las carencias actuales, ¿son solo una cuestión de desequilibrio en cuanto al protagonismo en la toma decisiones?

R.- Creo que va más lejos. Nos falta un auténtico encuentro en la vivencia del carisma, que es nuestro verdadero ADN. Vivencia que tiene que tener la versión laical y la religiosa, pero que se dará para constituir una familia carismática. En ella tiene que haber un corazón del que mana vida. Esa vida es amor, fe, esperanza, y nos hace a todos hermanos y hermanas. Nos acerca a los fundadores y, por supuesto, a Dios nuestro Padre. Tambien tendrá que haber una cabeza. De ella emanará una común orientación, propuesta y meta; y, por supuesto, las debidas estructuras.

“Laicos y religiosos bebemos del mismo pozo
y nos toca regar el campo común
de la Iglesia y de la sociedad
con el mismo agua”.

P.- ¿Existe mayor sensibilidad hacia el tema entre las congregaciones femeninas, dado que pueden sentir más cercano ese papel “secundario” de la mujer en la Iglesia?

R.- Esta sensibilidad es muy diversa de unas congregaciones a otras. Entre las que han comenzado esta nueva etapa y esta auténtica refundación, las hay de hombres y de mujeres. En buena parte depende de la tradición del grupo y de la presencia de algunos laicos y religiosos que están recibiendo esta especial inspiración y se la juegan por ella como el auténtico camino de revitalición de la Vida Religiosa y de la vida laical. Fueron no pocos los fundadores y fundadoras que quisieron que su fundación fuera una “familia carismática”, pero todavía no se había tenido un Concilio Vaticano II. La Iglesia no lo permitió. Sin embargo, en nuestros días hay grupos que están naciendo y están siendo aprobados con estas características.

Vocación y condiciones

P.- ¿Caben todos y todas en esta misión compartida, o aquí también se requiere un sano ejercicio de discernimiento?

R.- Caben todos, pero no puede faltar el serio y profundo discernimiento. Se trata de ampliar la tienda de una forma de vida cristiana e invitar a entrar en ella. Esta forma de vida cristiana supone llamada, vocación y condiciones para responder a ella. Este paso se tiene que dar de arriba hacia abajo y viceversa. Los grupos de laicos y las congregaciones religiosas se deben decidir a iniciar este camino; será también muy bueno que se multipliquen las experiencias de quienes lo están haciendo, y que estas experiencias se conviertan en procesos a recorrer. No hay duda de que se debe responder a esta doble pregunta: ¿este camino es para mí? ¿A dónde me llevará? No se ha dicho que las respuestas de los religiosos vayan a ser positivas. Es una propuesta difícil y de verdadera refundación de la Vida Consagrada.

“Es bueno recordar que ninguna rama,
y menos la de los religiosos o religiosas,
debe hacerse dueña del resto.
Tampoco el tronco o las raíces.
Estamos en un nuevo ecosistema eclesial”.

P.- ¿Por qué ha tardado tanto la Iglesia en darse cuenta del papel insustituible del laico, a pesar de todo lo dicho por el Vaticano II?

R.- No será compartido por todos, pero la verdad es que, en algún momento, no se dieron estos pasos porque los religiosos éramos muchos y nos considerábamos los mejores. Ha tenido que llegar una etapa nueva. Durante muchos siglos, en la Iglesia, los religiosos hemos vivido en la práctica sin los laicos y para los laicos. Ya en el siglo pasado comenzamos a tomar conciencia de que necesitábamos vivir y trabajar con los laicos. En las últimas décadas hemos dado un paso más y hemos tomado conciencia de que hay que vivir, en muchas cosas, como los laicos. El desafío que tenemos por delante no es otro que aceptar que la misión es de los laicos y los religiosos, y que para que eso sea realidad nos toca descubrir lo que es común a unos y otros y reforzarlo; y lo que es diferente, hacerlo complementario. Tarea ambiciosa.José María Arnaiz, marianista

P.- ¿De qué modo pueden ayudar los laicos a revitalizar los diferentes carismas de la Vida Religiosa?

R.- Para revitalizar los carismas, nada mejor que identificarlos, vivirlos, testimoniarlos, contagiarlos, reencarnarlos… Ello supone cambiar el lenguaje y hablar de “nuestro fundador o fundadora”, de “nuestra espiritualidad”, de “nuestro proyecto misionero”… en Francia, Kenia o Colombia, de “nuestras obras”, de “nuestras casas”, de “nuestro proceso” de formación, de “nuestros recursos humanos y económicos”, de “nuestras presencias”… Supone un trabajo vocacional conjunto, unos tiempos de convivencia y de descanso comunes, un “plan” de oración conjunto. Es importante una amistad real entre laicos y religiosos.

P.- ¿En qué medida esta misión compartida puede contribuir también a la comunión y, por tanto, a facilitar las relaciones entre la Vida Religiosa y la jerarquía de la Iglesia?

R.- Detrás de todo esto hay un gran desafío y una buena noticia que tenemos que ofrecer a los creyentes de hoy: se puede alcanzar una nueva relación entre religiosos y laicos, y a ella se llega a través de la vivencia de los carismas espirituales, que para nada –como se creyó– son propiedad exclusiva de los religiosos. No somos pocos los que creemos que, con este paso, llegará una auténtica primavera para la Vida Consagrada y los grupos laicales. Así, nacerán familias carismáticas que tanto bien harán a la Iglesia. Esas familias van a ser árbol de ramas diversas, pero por todas corre la misma savia, tienen la misma raíz y darán el mismo y abundante fruto. Es bueno recordar que ninguna rama –y menos la de los religiosos o religiosas– debe hacerse dueña del resto. Tampoco el tronco o las raíces. Estamos en un nuevo ecosistema eclesial.

En el nº 2.888 de Vida Nueva.

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