La muerte de Suárez, una ocasión para no olvidar

Adolfo Suárez ante un crucifijo jura el cargo de presidente del Gobierno 1976

Adolfo Suárez ante un crucifijo jura el cargo de presidente del Gobierno 1976

JUAN RUBIO. | Con la muerte del expresidente del Gobierno Adolfo Suárez se cierra una página de la historia de España. Su larga enfermedad, que le privó del conocimiento de la realidad, le ahorró muy buenos disgustos. Aquel espíritu de conciliación, diálogo y entendimiento, pese a sus defectos, se ha ido dilapidando en las últimas décadas, precisamente cuando, hoy, más que nunca, hace falta volver a él.

Quien liderara el paso del franquismo a la democracia, de la mano de grandes personajes que ya son historia, recibe ahora el homenaje de quienes tantos años se lo han negado, durante su travesía por el desierto. Es la amnesia de este país, que a veces padece episodios de un profundo alzheimer como el del presidente de Cebreros.

Y todos pusieron en aquellos momentos sus manos para lograr una España reconciliada, una España con la hora del reloj ajustada al mundo. Personas e instituciones. Y también la Iglesia, que supo estar a la altura de las circunstancias, sirviendo de puente, de enlace y de escenario para la reconciliación.

En el marco de la Constitucion, se fraguaron Acuerdos que hoy se ven tiritar por la amnesia colectiva que se ha apoderado incluso de quienes buscaban casas rectorales o salones parroquiales o aulas de colegios religiosos para preparar el cambio.

En el marco de la Transición,
la Iglesia supo estar con dignidad.
Hombres y nombres supieron con inteligencia
situarse en el lugar que les pedía la historia
y la responsabilidad como ciudadanos y cristianos.

En el marco de la Transición, la Iglesia supo estar con dignidad. Hombres y nombres. Entre ellos, el cardenal Tarancón, pero no solo él, sino otros muchos que se dispusieron a mirar al futuro, remontando el pasado y con mente abierta, corazón sereno, dispuestos a quemarse, como sucede con quienes en medio de las trincheras están.

Hubo en la Iglesia gestos, palabras y actuaciones que lubricaron los engranajes de un nacionalcatolicismo que ya estaba obsoleto. Algunos de quienes ayudaron a hacerlo habían vivido los años duros de la Guerra y de la larga dictadura, pero supieron con inteligencia situarse en el lugar que les pedía la historia y la responsabilidad como ciudadanos y cristianos.

En aquella carta de los obispos, en los últimos días del franquismo, en donde se hablaba de la comunidad política, fue en donde se cuajó un espíritu que ayudó a la Transición, adelantando lo que mucho después llegó en forma de leyes.

Así cuenta Tarancón sus primeros contactos con Suárez: “Era un hombre simpático. Muy convincente en todo lo que decía. Y con mucho valor. Dos reuniones claves del proceso de la transición las mantuvo con los generales y con los obispos. Parece que la primera fue bien. Con los obispos, también. Antes, yo había almorzado con Suárez en el comedor de un convento de benedictinas. Me causó muy buena impresión ver llegar al presidente del Gobierno en un utilitario, que conducía él mismo. Cabe la posibilidad de que quisiera impresionarme, pero eso quiere decir que es listo, porque listo lo es. Y mucho”.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.888 de Vida Nueva.

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