Tribuna

Réquiem por la filosofí­a

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Francesc Torralba, filósofoFRANCESC TORRALBA | Filósofo

“Estamos hospedando jóvenes en la universidad que no disponen de las herramientas elementales para descifrar lo que hemos sido como civilización..”.

No es el instinto gremial lo que me lleva a cantar el réquiem por la filosofía en nuestro país. Es, simplemente, un modo de canalizar la indignación que experimentan muchos docentes de filosofía y de ciencias humanas al constatar el triste lugar que ocupa este saber en la nueva ley acabada de aprobar.

Teniendo en cuenta la corta longevidad que tienen las reformas educativas en nuestro país, es legítimo esperar que, dentro de poco tiempo, se producirá un cambio de ciclo, pero no tengo nada claro, si este tiene lugar, que mejore la circunstancia de este saber que no solo los humanistas, sino también los científicos, subrayan como necesario en la formación integral de nuestros jóvenes.

Hace unos meses, casi quinientos intelectuales y profesionales de la cultura se sumaron a un manifiesto a favor de las humanidades impulsado por el Institut d’Estudis Catalans y por la Facultat de Teologia de Catalunya, un manifiesto que reunió a personalidades muy distintas, tanto política como religiosamente. Todos, sin embargo, coincidían en la necesidad de potenciar los estudios humanísticos en la Enseñanza Secundaria Obligatoria y también en los bachilleratos.ilustración de Jaime Diz para el artículo de Francesc Torralba 2886

Como coautor del citado manifiesto, constato, con temor y temblor, la ignorancia supina de los nuevos universitarios en materias como filosofía, literatura universal, lengua y cultura bíblica. Observo, año tras año, cómo una ingente masa de universitarios no han leído los referentes de la civilización occidental, ni siquiera saben escribir sus nombres.

No es necesario recordar que en el citado manifiesto se reivindica, de nuevo, la necesidad de la cultura bíblica y el conocimiento de los referentes cristianos, griegos e ilustrados de nuestra tradición occidental. Estamos hospedando jóvenes en la universidad que no disponen de las herramientas elementales para descifrar lo que hemos sido como civilización.

El drama todavía crece más de proporciones cuando uno observa el lugar casi testimonial que juega la filosofía en el nuevo Bachillerato. Más allá de algunos conocimientos elementales de tipo general, desaparece la Historia de la Filosofía como materia obligatoria en segundo de Bachillerato, con lo cual muchos alumnos llegarán a primer curso de una carrera de humanidades sin tener la menor idea de quiénes fueron Sócrates, Platón, san Agustín, Pascal, Descartes o el mismo Nietzsche.

Los que nos dejamos la piel en la aula para activar el gusto por el pensar, por la lectura de los clásicos y el diálogo socrático, los que soñamos una democracia verdaderamente deliberativa, mayor de edad, observamos que la ausencia de la filosofía todavía dificultará más la realización de este sueño.

Martha C. Nussbaum, una de las voces filosóficas más relevantes del mundo, ha subrayado por activa y por pasiva la necesidad que tienen las democracias de las humanidades; la necesidad que tiene el ciudadano de a pie de aprender a pensar y a discernir, a desarrollar una actitud crítica frente a las poderosas maquinarias de propaganda política, económica y religiosa.

Debemos reconocer los últimos de Filipinas de este pequeño ejército de filósofos anónimos que tenemos que mejorar sensiblemente en pedagogía y en didáctica, pero tenemos que recordar que no solo está en juego nuestro pan, sino el desarrollo de una ciudadanía plena, de ciudadanos que tengan herramientas para luchar, con eficacia, contra el imperio de la banalidad y la galopante frivolidad que está penetrando en todas las esferas de la sociedad y, de un modo muy preocupante, en la política profesional.

Urge la defensa del pensar, urge la defensa de la lectura. Necesitamos que los jóvenes se familiaricen con los grandes maestros del pensamiento, con las más altas cumbres de la especulación humana, para que, verdaderamente, conozcan la grandeza y miseria de nuestra condición.

En el nº 2.886 de Vida Nueva.