Ángeles custodios entre las tinieblas de Pakistán

Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, impulsado en Quetta, Pakistán, por un adolescente, Abdiel

Un grupo de adolescentes atiende a niños huérfanos cristianos en Quetta

Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, impulsado en Quetta, Pakistán, por un adolescente, Abdiel

Ángeles custodios entre las tinieblas de Pakistán [extracto]

CARLOS COLÓN SICARDO | Estamos en Pakistán, concretamente en la ciudad de Quetta, la capital del Estado de Baluchistán. Cerca, muy cerca, está la frontera con Afganistán, desde donde llega el eco de la guerra y el sufrimiento. Aunque también aquí hay mucho dolor, pues se trata de una de las ciudades paquistaníes que se han visto más inmersas en la violencia de la intolerancia y el radicalismo salvaje.

Víctima de aquellos que quieren imponerse sobre los demás, siempre sufren y pagan los más débiles, empezando por los niños, los ancianos y las mujeres, que aquí no valen nada. Muchas de ellas son rehenes de la purdah (se traduce como “cortina”), un burka que las cubre totalmente para que ningún hombre las vea, salvo los de su familia. Sus derechos no son tomados en cuenta y no pueden ostentar propiedad alguna sobre sus hogares o herencias; ni tan siquiera pueden defender sus derechos como madres sobre sus propios hijos. Todo es del marido.

Aquí también hay cristianos. La mayoría pertenecen a las castas más bajas y son considerados ínfimos por muchos de sus hermanos musulmanes. Viven asediados y odiados por su doble condición de parias, tanto por su casta como por su religión.

En Quetta, las calles están abarrotadas de gente y miseria. Hace un calor insoportable (su clima extremo les hace tener veranos tórridos e inviernos gélidos), y el polvo y un penetrante olor acre lo envuelven todo. Amanece y la ciudad se despereza lentamente, como ocurre en las ciudades pobres que temen encontrarse a sí mismas y descubrir que lo que parecía ser una pesadilla es una realidad. Aquí hay hambre, desesperación, oscuridad. Pero también hay una luz que ilumina las tinieblas.Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, impulsado en Quetta, Pakistán, por un adolescente, Abdiel

En uno de los barrios de Quetta vive un joven de 18 años llamado Shamroze, pero al que todos conocen como Abdiel, que significa “grande”. Vive con sus padres y sus tres hermanos (dos chicas y un varón) en una casa que linda con el barrio donde residen la mayoría de las familias cristianas de la ciudad. Como católico, él también forma parte de esta comunidad asediada por el acoso de los más radicales, que no ven con buenos ojos que los cristianos vivan en sus mismas calles. Estos se sienten amenazados continuamente y el miedo, incluso el de perder sus vidas, siempre está presente, como un lobo que acecha.

Pese a su edad, Abdiel quiere ayudar en lo que pueda para que los más indefensos logren salir de este círculo de terror y miseria y se conviertan en seres humanos dignos y esperanzados. De este modo, en 2012, reunió a un grupo de jóvenes amigos y juntos crearon una pequeña organización, llamada Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, abierta a familias cristianas desfavorecidas de toda la ciudad.

Su fe y su coraje iluminaron un camino que parecía imposible, como reconoce él mismo: “No podía ver a aquellos niños tan necesitados de cariño, ayuda y protección y no hacer nada. Doy testimonio haciendo el bien. Es lo que puedo hacer por ahora, y es lo que me han enseñado mis padres y abuelos, además del Señor. Ojalá pudiera hacer más, pero mis recursos son mínimos. No tengo más que mi fe, mi amor y mi imaginación para arrancar sonrisas de estos niños desvalidos y dar esperanza y sentido a sus vidas rotas”.

Abdiel saca dinero de donde puede. Ayuda aquí y allá y colabora con otras organizaciones de caridad locales, que le dan alimentos para dar de comer a los niños. Sus padres también aportan algo de lo poco con lo que cuentan. Todo es mínimo, mientras que la necesidad es máxima…

Pero él y sus amigos ponen lo esencial: fe, amor e imaginación. “Los barrios donde trabajamos con los niños huérfanos son míseros y llenos de suciedad y tristeza. Queremos llevarles algo de luz. Por eso, buscamos llevarles a Cristo y hacerles sentir especiales, pues, como dice el Señor, los niños son los reyes del cielo”.Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, impulsado en Quetta, Pakistán, por un adolescente, Abdiel

Entregado a la Providencia

Abdiel también tiene miedo. Y no es para menos… Hace unos días, iba en un autobús cuando vio a un niño pobre que lloraba asustado en plena calle, como si se hubiese perdido. Algo le impulsó a bajarse para correr a ayudar a aquel pequeño necesitado. Minutos más tarde, se escuchó el rugido de una explosión. El autobús donde él había estado montado hasta hacía unos instantes había saltado por los aires y se había convertido en un montón de chatarra manchada de sangre y envuelta en llamas.

Él sabe perfectamente que la amenaza de la muerte está agazapada, al acecho; pero asegura que no se rendirá: “A veces, pienso que soy demasiado joven para morir. Quiero vivir, hay muchas cosas que quiero hacer. Pero tengo fe en el Señor y Él me ayudará”.

Además de su vertiente más urgente, como es la atención de sus necesidades materiales básicas, en el Refugio para Niños Huérfanos y Pobres de Quetta buscan potenciar otra carencia igualmente importante, como es la de hacer ver a los chicos que, efectivamente y pese a su situación, son amados por Dios. Algo que consiguen desde su propio testimonio. Así fue como idearon pequeñas reuniones que han llamado “almuerzos-catequesis”, en las que ellos y algunos familiares catequizan e instruyen al mismo tiempo que alimentan con lo poco que tienen a decenas de niños. “Muy posiblemente –reconoce Abdiel–, ese plato sea lo único que vayan a comer en todo el día”.

Durante estas reuniones, enseñan a los niños a orar y les cuentan historias de los Evangelios: “Lo esencial es que conozcan a Jesús y que sepan que Él auténticamente los ama, que para Él son sin duda los más especiales. También les enseñamos a leer y a escribir, para que, desde ahí, ellos puedan instruirse y llegar a convertirse en un futuro en hombres y mujeres dignos y capaces de labrarse un porvenir. Además, queremos, sobre todo, verlos reír, que se sientan amados, protegidos”.

Para ello, puesto que hablamos de niños, también es muy importante la diversión. Así que, a menudo, los llevan al parque para que jueguen y practiquen deportes. Otras veces, les organizan pequeños teatros donde los propios niños representan historias bíblicas y cuentos. Aquí es donde más se ve cómo, poco a poco, las familias de los chicos se implican en el proyecto. Y es que, además de asistir como público, los mismos padres, pese a sus escasísimos medios económicos, construyen el escenario, el decorado y hasta los disfraces. Luego, entre todos, se reparte comida y se acaban compartiendo mesa y experiencias. Todo es sencillo, pero destila amor, esperanza, luz. E inmensa alegría. A pesar del miedo imperante.Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, impulsado en Quetta, Pakistán, por un adolescente, Abdiel

Ejemplo de que cada vez son más las manos amigas que se involucran en este reto es la respuesta del colegio católico de Quetta, la Escuela de Santa María, que les presta un espacio propio donde ya pueden reunirse y organizar sus almuerzos-catequesis. El centro, a su vez, les deja libros con los que poder formar a los chicos.

Consciente de la pequeña gran revolución que están organizando en la ciudad, Abdiel, desde la más absoluta inocencia y naturalidad, no duda en describir la fuerza de este sentimiento cada vez más compartido: “Vemos cómo cada vez vamos ‘enamorando’ a más familiares y amigos para que colaboren con esta obra, que nos otorga a todos esperanza, fe y amor”.

En este caminar, en el que cada vez hay más luz en las oscuras calles donde acecha el dolor, Abdiel solo pide una cosa: “Rezad por nosotros”.

Sedientos de todo, hasta de amor

A sus 18 años, Abdiel tiene claro que su carisma, el don que le ha regalado Dios, es el de tratar de ayudar a los que le rodean y que sus heridas puedan sanar lo más rápidamente posible. Por eso, más allá de su acción en el Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, de cara al futuro quiere ser enfermero y así poder llegar a muchas más personas y de todas las edades.

Un sueño que, por ahora, está cumpliendo, pues ya está estudiando en el primer curso de Enfermería en la universidad. Aunque, admite, “me gustaría poder estudiar en el futuro en Europa o en los Estados Unidos y así adquirir todo el conocimiento posible”.

Desde luego, el suyo no sería un caso de fuga de cerebros: “Utilizaría todo ese saber para luego volver y poder mejorar la situación en mi ciudad, en mi propio país. Porque aquí la gente necesita ayuda; aquí estamos sedientos de todo, hasta de amor. Y yo quiero llevar ese amor a todo aquel que no lo tenga, sea quien sea”.

En el nº 2.886 de Vida Nueva

Compartir