Ángeles custodios entre las tinieblas de Pakistán

Un grupo de adolescentes atiende a niños huérfanos cristianos en Quetta

Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, impulsado en Quetta, Pakistán, por un adolescente, Abdiel

CARLOS COLÓN SICARDO | Estamos en Pakistán, concretamente en la ciudad de Quetta, la capital del Estado de Baluchistán. Cerca, muy cerca, está la frontera con Afganistán, desde donde llega el eco de la guerra y el sufrimiento. Aunque también aquí hay mucho dolor, pues se trata de una de las ciudades paquistaníes que se han visto más inmersas en la violencia de la intolerancia y el radicalismo salvaje.

En Quetta, las calles están abarrotadas de gente y miseria. Hace un calor insoportable (su clima extremo les hace tener veranos tórridos e inviernos gélidos), y el polvo y un penetrante olor acre lo envuelven todo. Amanece y la ciudad se despereza lentamente, como ocurre en las ciudades pobres que temen encontrarse a sí mismas y descubrir que lo que parecía ser una pesadilla es una realidad. Aquí hay hambre, desesperación, oscuridad. Pero también hay una luz que ilumina las tinieblas.

En uno de los barrios de Quetta vive un joven de 18 años llamado Shamroze, pero al que todos conocen como Abdiel, que significa “grande”. Vive con sus padres y sus tres hermanos (dos chicas y un varón) en una casa que linda con el barrio donde residen la mayoría de las familias cristianas de la ciudad. Como católico, él también forma parte de esta comunidad asediada por el acoso de los más radicales, que no ven con buenos ojos que los cristianos vivan en sus mismas calles. Estos se sienten amenazados continuamente y el miedo, incluso el de perder sus vidas, siempre está presente, como un lobo que acecha.

Pese a su edad, Abdiel quiere ayudar en lo que pueda para que los más indefensos logren salir de este círculo de terror y miseria y se conviertan en seres humanos dignos y esperanzados. De este modo, en 2012, reunió a un grupo de jóvenes amigos y juntos crearon una pequeña organización, llamada Refugio para Niños Huérfanos y Pobres, abierta a familias cristianas desfavorecidas de toda la ciudad.

Su fe y su coraje iluminaron un camino que parecía imposible, como reconoce él mismo: “No podía ver a aquellos niños tan necesitados de cariño, ayuda y protección y no hacer nada. Doy testimonio haciendo el bien. Es lo que puedo hacer por ahora, y es lo que me han enseñado mis padres y abuelos, además del Señor. Ojalá pudiera hacer más, pero mis recursos son mínimos. No tengo más que mi fe, mi amor y mi imaginación para arrancar sonrisas de estos niños desvalidos y dar esperanza y sentido a sus vidas rotas”.

Ángeles custodios entre las tinieblas de Pakistán [íntegro solo suscriptores]

En el nº 2.886 de Vida Nueva

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