La importancia del auto-examen

LUIS URBANC | Obispo de Catamarca (Argentina)

“Sí, hay hechos que quisiéramos no recordar. Hay cobardías que nos apartaron del hermano…”

Hay momentos en los que miramos, en serio, el fondo de nuestras almas. Entonces, descubrimos luces y sombras, generosidad y egoísmo, justicia y traiciones. Las zonas claras no eliminan el peso y la pena que nos produce descubrir zonas oscuras.

Al ver zonas negativas, al reconocer nuestro pecado, sentimos una pena intensa. Surge un sincero sentimiento de vergüenza. En tales circunstancias, podríamos hacer propias las palabras escritas por el papa Pablo VI, desde lo más íntimo de su corazón, al reconocer que su vida estaba “cruzada por una trama de míseras acciones, que sería preferible no recordar; son tan defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas… Pobre vida débil, enclenque, mezquina, tan necesitada de paciencia, de reparación, de infinita misericordia” (Pablo VI, Meditación ante la muerte).

Sí, hay hechos que quisiéramos no recordar. Hay cobardías que nos apartaron del hermano. Hay avaricias que impidieron a nuestras manos compartir el pan y el dinero con quien lo necesitaba verdaderamente.

Cuando el dolor es sincero y sano, cuando llega a ser un arrepentimiento auténtico y humilde, somos capaces de abrir el alma y presentarla a un Dios Padre que desea simplemente una cosa: derramar en nosotros el bálsamo de su misericordia. Solo así podremos caminar desde la vergüenza hacia el perdón. Solo el enfermo que descubre su mal acude al médico. Solo quien reconoce sus miserias invoca a Dios para pedir, de rodillas, misericordia.

La respuesta del Padre, lo sabemos, es una: su Hijo en una Cruz, que perdona los pecados, que destruye egoísmos, que supera injusticias, que devuelve paz a los corazones, que abre las puertas de los cielos en el sacramento de la Confesión.

Con su Sangre derramada quedan borrados los pecados del mundo. Basta simplemente con ponerse, como mendigos de misericordia, a sus pies, para decirle: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lc 18, 13).

En el nº 2.885 de Vida Nueva.

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