Tribuna

La esperanza no es resignación

Compartir

Gianfranco Ravasi, cardenal presidente del Pontificio Consejo de la CulturaGIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura

“La ilegalidad, la evasión fiscal, la corrupción, la ausencia de solidaridad son auténticas culpas morales y no solo delitos jurídicos…”.

Hace un par de meses se levantaba el telón de un nuevo año en medio del habitual cacareo vacío de algunos políticos viejos y nuevos y de las ansias reales de tantas familias. A su desaliento querría dedicar una pocas líneas de las muchas, a veces fulgurantes, que colman las páginas del Diario de Etty Hillesum (Anthropos), que he releído con emoción innata.

Mientras Etty (Ester) escribía, fuera estaba el alambre de espino, de las chimeneas de los hornos salía un humo negro, resonaban los gritos de los verdugos y los prisioneros olían a muerte. Era 1943, en Auschwitz.

Esta joven judía de 29 años, que pocas semanas después sería eliminada, escribía estas líneas: “¿Pero qué creéis, que no veo el alambre de espino, los hornos crematorios, el dominio de la muerte? Sí, pero veo también un trozo de cielo, y en ese trozo de cielo que tengo en el corazón veo libertad y belleza”.

Agarrarse a esa franja de azul, es decir, de esperanza, no es una especie de narcosis ilusoria, sino una fuente secreta de energía. Ya lo decía Charles Péguy, el poeta francés que dedicó a la esperanza en 1911 todo un poema: “Esperar es la cosa difícil, / en voz baja y avergonzadamente. / La cosa fácil es desesperarse / y es la gran tentación”.ilustración de Jaime Diz para el artículo de Gianfranco Ravasi 2885

Bajo esta luz, la esperanza es una virtud de lucha. No en vano san Pablo, en sus cartas, privilegia, respecto el vocablo común griego para designarla –elpís–, el más fuerte hypomoné, que literalmente significa llevar sobre los hombros una carga pesada y, por tanto, tener constancia, perseverancia y empeño. Si muchos políticos enarbolan con arrogancia el estandarte de la corrupción, del derroche, del interés privado, el ciudadano serio elige el camino de la legalidad, también en las cosas pequeñas, comenzando por solicitar la factura, respetar las normas de tráfico, el comportamiento cívico…

La esperanza en una sociedad diferente lucha para disminuir el coeficiente de desigualdad, que en nuestros países ve a personas y familias opulentas detentar porciones enormes de la riqueza nacional, a menudo saltándose toda justicia social y fiscal e ignorando cualquier sentido de solidaridad, intocables en sus privilegios. Sobre este tema querría sugerir a nuestros lectores que busquen en una Biblia (que espero esté en sus casas, al menos como “gran código” de nuestra cultura occidental) el texto del profeta Amós, que en el siglo VIII a. de C. escribía advertencias vehementes y válidas también para nosotros.

La ilegalidad, la evasión fiscal, la corrupción, la ausencia de solidaridad son auténticas culpas morales y no solo delitos jurídicos. Permanecer indiferentes frente a la degradación civil es connivencia ética, igual que es una fechoría –y esto es más evidente– la falta de preocupación por la pobreza, el desempleo, la indigencia de muchos. Pensemos en esa multitud de personas aisladas, ignoradas por ser viejas, enfermas, extranjeras, sobre las que las fiestas pasan más como una pesadilla que como un evento feliz.

Volvamos ahora a ese “gran código”, a la Biblia, en la que leemos este llamamiento dirigido a la comunidad judía de entonces: “Cuando haya entre los tuyos un pobre, entre tus hermanos, en una de tus ciudades, en la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas tu corazón ni cierres tu mano a tu hermano pobre” (Dt 15, 7).

Hace tiempo, cuando escribía en Avvenire la columna diaria ‘Mattutino’, un lector me envió un texto anónimo que había leído en la puerta de una oficina pública. Quisiera reproducirlo aquí para recordar que esperar no significa al final resignarse, sino comprometerse. “Esta es la historia de cuatro personas llamadas Quienquiera, Alguno, Cualquiera y Ninguno. Había un trabajo que hacer y Quienquiera estaba seguro de que Alguno lo haría. Cualquiera podría haberlo hecho, pero Ninguno lo hizo. Resultó que Cualquiera acusó a Alguno porque Ninguno había hecho lo que Quienquiera habría podido hacer”.

En el nº 2.885 de Vida Nueva.