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Jesús. El rostro humano de Dios


Un libro de Vicente Borragán Mata (San Pablo, 2013). La recensión es de Francisco Armenteros Montiel

Jesús. El rostro humano de Dios, Vicente Borragán, San Pablo

Título: Jesús. El rostro humano de Dios

Autor: Vicente Borragán Mata

Editorial: San Pablo, 2013

Ciudad: Madrid

Páginas: 264

FRANCISCO ARMENTEROS MONTIEL | La obra del dominico Vicente Borragán Mata se enmarca entre una emocionada motivación: “Mi humilde homenaje a Aquel a quien he conocido desde niño, a quien he seguido y amado durante toda mi vida, y a quien espero ver algún día por toda la eternidad”; y las consecuencias, que expone en el último capítulo (“Vivir en Jesús”): “Si él es Dios con nosotros, si es el Señor y el Salvador, si es el Mesías… ya no podemos vivir sin referencia a él”.

¿Otra vida de Jesús? Más bien, un breve tratado de cristología, con consideraciones que ayudan a “contemplarle en algunos momentos de su vida, los que nos introducen en el corazón de su figura y su misión”.

Con una abundante bibliografía (Riciotti, Ratzinger, Kasper, Sayés, Messori, García Cordero, Adam, Meier…), es lógico que resulten conocidas algunas frases de los autores que cita y, quizá, de otros que no cita (Fernández-Carvajal).

Es llamativo el modo de explicar las cuestiones dando respuesta a cientos de interrogantes: desde “¿tiene algún sentido hablar hoy de Jesús?” (Introducción) hasta “¿cómo será visto dentro de cien mil años o de un millón de años, si el hombre sigue viviendo en la Tierra?” (Conclusión), pasando por “¿quién es Jesús?”, “¿qué dijo de sí mismo?”, “¿cómo era Jesús?”…

Se me escapa el motivo –¿didáctico?– de ciertas suposiciones que a algún lector le pueden hacer dudar de la conciencia mesiánica de Jesús: “Pudo intuir su muerte en un futuro no muy lejano”; “no podía hacerse ilusiones sobre su destino final”… A propósito de dirigirse hacia la Ciudad Santa, “porque no convenía que ningún profeta muriera fuera de Jerusalén”, dice: “Seguramente sabía los riesgos que afrontaba al tomar esa decisión”. Opina, aunque matiza con un probablemente, que no aprendió a escribir (según J. Gomá Lanzón, era ágrafo), pero sabemos que “Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo” (Jn 8, 6).

“Confiar en los evangelios” (J. Ratzinger) es el camino más seguro para despejar los interrogantes que plantea el autor.

A destacar, en conjunto, las frecuentes referencias a la gracia, la historicidad de los Evangelios, la no separación entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe o la importancia de la Resurrección. Y en particular, en el contexto del Reino, cuando afirma: “¡La paciencia del Reino! Dios no tiene prisas”; o sobre la gratuidad: “Dios lo da todo a cambio de nada”.

También cómo “la acusación de destruir el templo debió jugar un papel mucho más importante de lo que podemos imaginar”. O, finalmente, el capítulo “Las credenciales de Jesús”, con un resumen de los títulos, nombres, rostros, imágenes…, presentados “de la manera más sencilla”.

En el nº 2.884 de Vida Nueva

Actualizado
28/02/2014 | 06:16
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