Prisiones que claman a la Iglesia

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Rafael de Brigard Merchán, Pbro

Mientras escuchaba una conferencia, y en vista de que el presentador no avanzaba sustancialmente, le pregunté a otro sacerdote sentado a mi lado su procedencia y me habló de una congregación que fue muy reconocida en otros tiempos por su labor en las prisiones. Le indagué por ese apostolado y con una sonrisa como de liberación me contestó que eso ya no era labor de ellos y que se dedicaban a la educación y a las parroquias. Con esa respuesta opté por volver a seguir al conferencista, aunque con un sinsabor en el alma. Supongo que la congregación ya no tiene suficiente gente para ir a las prisiones o que han hecho otra “opción preferencial” y los reos ya no son los beneficiarios de su apostolado. Lástima grande, pues las prisiones de todo el mundo, pero especialmente las de América Latina, son unas verdaderas tragedias por las cuales ya casi nadie siente la menor clemencia e interés.

Todo está contra el buen funcionamiento de nuestras cárceles. En primer lugar, el desenfrenado crecimiento del número de delincuentes en nuestros países. En segundo lugar, la eterna limitación de presupuesto estatal para atender a esta enorme población. Le sigue el poquísimo interés que causa prácticamente en toda la sociedad la suerte de los reclusos y las reclusas. No es menor tampoco el factor del personal que tiene bajo su cuidado a los recluidos, aunque siempre hay que considerar la penosísima labor que tienen que desempeñar y las condiciones en que transcurre su tarea. Ni se diga la lentitud con que operan los sistemas judiciales de casi todos los países de la América Latina. Y siguen mil factores más que hacen que nuestras prisiones se puedan calificar fácilmente de verdaderos infiernos, pero habitados por seres humanos vivos.

Allá adentro todo es difícil, aunque todo es posible, incluso la pastoral. Las cárceles colombianas respiran religión evangélica, pero cada vez que aparece un agente pastoral de la Iglesia católica goza de muy buena acogida. Sin embargo, su presencia puede estar siendo demasiado esporádica porque ahora hay otras “opciones preferenciales”, menos fuertes y más atractivas. El Evangelio, no obstante, es clarísimo respecto a los presos y propone a los discípulos visitarlos. Todos los agentes pastorales que han trabajado en las cárceles saben que además de ser un quehacer complejo, es también una labor de un fondo pastoral cristiano como pocos otros. Pero es ya largo el tiempo en que la pastoral en las prisiones dejó de ser tema principal en las conversaciones apostólicas de la Iglesia y más largo aún es el tiempo transcurrido en que, salvo honrosas excepciones, no oímos hablar de entregados apóstoles, hombres y mujeres, dedicados a esta ardua tarea.

He aquí uno de los tantos campos en que la misión de la Iglesia se encuentra ante un reto formidable, no tanto en lo material, sino en su espíritu más profundo y esencial. Quiero decir: el reto de sentir de nuevo gusto y pasión por una tarea tan difícil, pero tan de las entrañas de Cristo. No obstante la evidencia de la necesidad pastoral allí reflejada, las fuerzas y los recursos principales de la Iglesia están hoy dirigidos más o menos a lo más convencional y a lo relativamente fácil de hacer. Bien valdría la pena que en las mesas episcopales se discuta en profundidad este tema, lo mismo que en los seminarios y desde luego en las famosas vicarías actuales de pastoral o de planeación de la evangelización. Y, por supuesto, entre nosotros los sacerdotes que vivimos muchas veces como Marta, la del Evangelio, y no tanto como su hermana.

Quienes realizan labor pastoral en las prisiones, sacerdotes, religiosas y laicos, siempre dejan ver la necesidad imperiosa de esta misión. Y un poco angustiados se asoman al panorama apostólico de la Iglesia, de las diócesis y las congregaciones religiosas para ver si alguien más se interesa en incrementar la atención de ese grito que de allá sale en busca de misericordia, de acompañamiento, de esperanza. “Estuve en la cárcel” y ¿me visitaron?, podría preguntar el Señor el día del juicio.

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