La Iglesia crece en las comunidades de base

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Este año el papa Francisco envío un mensaje de apoyo a las comunidades eclesiales de base. En Colombia, la Iglesia se renueva cuando el laicado abre nuevos caminos de vivencia comunitaria. Vida Nueva encontró algunas experiencias de esta índole.

Hay quienes creen que “en los núcleos más profundos del alma de las ciudades” se gestan “nuevos relatos”. Quienes esto creen, profundizan “el lenguaje de la memoria y del corazón” para quedarse con aquello que aman, aunque haya muerto.

 

Un caminar alternativo

CASITAS-BÍBLICAS-DORA-INÉS-PARRA-1934-04-10-a-2014-01-21El pasado 21 de enero falleció en Bogotá la señora Dora Inés Parra, “viuda de Arango”. Dos días después, el templo de Nuestra Señora de Chiquinquirá se llenó de historias. Un niño tomó la palabra durante las exequias, para expresarse del siguiente modo: “ella nos enseñó a ser solidarios con aquella persona que necesitara una mano amiga (…) con amor y ternura, se convirtió en una madre y en una amiga, en una persona que siempre nos ayudó en nuestras dificultades, una matriarca de un proceso como Casitas Bíblicas”.

Las Casitas Bíblicas han sido definidas por uno de sus integrantes como “una obra de amor y de solidaridad”. En una semblanza sobre la señora Dora Inés, Fernando Torres Millán recordaba hace unos días: “Dorita fue desplazada de la zona esmeraldera de Boyacá por la violencia liberal-conservadora. Viuda de 35 años y con 11 hijos, llegó a Bogotá a abrirle caminos de vida a su inmensa prole”. Superando infinidad de obstáculos, adquirió una casa y encontró los medios para sobrevivir “con precariedad pero con dignidad”. Pronto comenzó a participar de la comunidad de fe que un grupo de religiosas “insertas en medios populares” animaba en el barrio Diana Turbay.

Cuando en 1987 fue constituida la parroquia del sector, “ya había un enorme dinamismo pastoral”. Según Torres, este proceso fue fortalecido por la acción pastoral que impulsó el padre Alberto Camargo tras ser nombrado párroco de Santo Toribio de Mogrovejo en 1989. Sobre la base de la Palabra, el presbítero consiguió vincular a las personas comprometidas en el proceso, proponiendo una pastoral bíblica atenta a las necesidades de una población que emergía en un contexto de marginalidad. Fue así como un nutrido grupo de personas de la parroquia, en especial mujeres cabeza de hogar como Dorita, hicieron de la “Palabra de Vida” columna vertebral capaz de sostener el cuerpo joven de su nuevo proyecto en común.

Con el fin de dar respuesta a las hondas necesidades de las familias que constituían la comunidad naciente, en torno a la lectura popular de la Biblia estas personas trabajaron, además, la cultura, el arte, la música, la danza, el teatro, el deporte, la siembra y la formación de la conciencia política. En este contexto, surgió una comisión bíblica, a través de la cual se gestaron liderazgos indispensables, que aún perviven en la memoria de los miembros de Casitas Bíblicas. Inicialmente, las actividades se desarrollaron en los locales de la parroquia. La intuición de las “casitas” nació después; por necesidad, como todo lo bello.

En las exequias de la líder comunal, Fernando Torres relató conmovido la importancia de Dorita en el origen de Casitas Bíblicas. Cuando el número de participantes había crecido, y ya no había más lugar para la comisión bíblica en la parroquia, las hermanas asuncionistas abrieron su casa y durante algunos años allí se contó con un espacio para el encuentro, la oración y la animación. “Cuando las hermanitas asuncionistas se fueron del barrio, Dorita nos ofreció su casa para que allí continuáramos encontrándonos sábado a sábado, sábado a sábado, durante un 1 año, durante 2 años, durante 5 años, durante 10 años, durante 15 años; abriéndonos su casa, su mesa, su sala, ofreciéndonos sus asientos, su aguapanela, su avena, su pan, sus galleticas de soda; con tanto amor como ella siempre hacía la obra de amor y de solidaridad. Nos ofreció el espacio familiar, el afecto de sus hijas, de sus hijos, de sus nietas, de sus nietos, de sus bisnietas, de sus bisnietos. Haciéndonos parte de su familia, incluyéndonos en su corazón tan abierto, tan generoso, tan pródigo”.

El nombre de un conjunto de comunidades eclesiales de base comenzaba a surgir. Tanto tiene que ver Dorita con esto que Fernando Torres amplía los alcances de su gratitud: “En nombre de la Corporación Casitas Bíblicas, en nombre del equipo Semillas del Reino, en nombre de las familias que hacen parte del movimiento, en nombre de tantas niñas y niños que reciben los beneficios de la Palabra de Dios que nos enseñó Dorita, agradecemos a la familia Arango Parra porque nunca se ha cansado de nosotros, porque siempre estuvieron dándonos el mismo cariño que Dorita nos daba, porque hicieron posible la casa de la vida como una casa de Dios, una casa llena del Espíritu Santo, la casa abierta, la casa generosa, la casa amable, la casa que quisiéramos que fuera cada una de nuestras casas, la casa que quisiéramos que fuera también este mundo: una casa como la casa de Dorita”.

 

“Un soplo del Concilio”

DSC08951En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el papa Francisco afirma que las comunidades eclesiales de base “traen un nuevo ardor evangelizador y una capacidad de diálogo con el mundo que renuevan a la Iglesia” (Evangelii Gaudium 29). De igual modo, a través de su mensaje a los participantes del XIII Intereclesial de Comunidades Eclesiales de Base, realizado en Brasil recientemente, el Papa sostuvo que las comunidades eclesiales de base son “un instrumento que permite al pueblo llegar a un mayor conocimiento de la Palabra de Dios, al compromiso social en nombre del Evangelio, al surgimiento de nuevos servicios laicales y a la educación de la fe de los adultos”.

Sin duda alguna, las palabras de Francisco profundizan la actitud de la 5ª Asamblea General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Aparecida, porque dan relieve a una tradición de la Iglesia latinoamericana ampliamente valorada en documentos del magisterio como Medellín (1968) y Puebla (1979). Es más, el magisterio del actual Papa dialoga con el pensamiento de Pablo VI, quien en 1975 había afirmado que las comunidades eclesiales de base nacen de “la necesidad de vivir todavía con más intensidad la vida de la Iglesia; o del deseo y de la búsqueda de una dimensión más humana que difícilmente pueden ofrecer las comunidades eclesiales más grandes, sobre todo en las metrópolis urbanas contemporáneas que favorecen a la vez la vida de masa y el anonimato” (Evangelii Nuntiandi 38).

A unos minutos en bus de la sede de la Corporación Casitas Bíblicas, también en la periferia de Bogotá, allí donde los boquerones se suceden para que entre a la sabana el viento frío del páramo, se desarrolla hace más de 20 años otro interesante proceso eclesial: la comunidad Emerano Roider. En esta agrupación convergen cinco comunidades eclesiales de base, que suelen hallar su centro en el barrio Las Lomas, en la localidad Rafael Uribe Uribe.

El señor Miguel Páez sintetiza con estas palabras una larga historia de encuentro: “La experiencia de vivir en comunidad empezó hace 23 años, cuando llegaron por primera vez acá las padres salvatorianos, Ignacio Madera y Alfredo Tinoco. Hemos aprendido a intercambiar nuestros pensamientos, nuestra forma de vivir, una vida más amable en el conocimiento de sí, sin dejar de lado la Palabra de Dios, el Evangelio. Hemos aprendido a evangelizar desde nuestras familias, hasta el contorno de nuestras comunidades”. Hace años que estas personas vienen formándose en la lectura popular de la Biblia. A través de cursos, han intercambiado experiencias con personas de otras culturas; de países como Perú y Alemania. Junto a esta formación han asumido compromisos de construcción comunal, de solidaridad, de promoción cultural y ciudadana. He aquí que junto a los grupos centrados en el análisis de la Palabra, coexisten grupos de teatro y de danza, así como iniciativas que promueven una activa participación de niñas, niños y jóvenes.

Cuando se les pregunta a las líderes de la comunidad Emerano Roider qué significa “evangelizar”, no recurren a discursos trillados acerca de convertir a “los indiferentes”. Entre las distintas reacciones, todas deudoras de una visión realista, alguien propone que evangelizar tiene que ver, principalmente, con el hogar, con los vecinos, con la comunidad: “Esa es la manera como se expresa el Evangelio. De nada le sirve a uno la Iglesia, si con su vida no demuestra que es una buena persona en todos los aspectos”.

En el pasado Francy Castillo, una de las animadoras de esta experiencia, solía encerrarse en sí misma. Madre de un niño con discapacidad cognitiva, sufría mucho a causa del rechazo que se le prodigaba al menor: “para mí era muy duro ver a mi hijo enfermo, yo me encerraba en la casa, yo no salía, yo pensaba que el problema mío era solo mío. Mi hijo siempre fue muy rechazado porque tiene muchos problemas, él tuvo un tiempo en que era muy agresivo y yo prefería encerrarme  para evitar”. Un viernes de Cuaresma el padre Wilson dirigió la decimo quinta estación del Via Crucis junto a la casa de Francy. Cuenta ella que después de la oración el presbítero entró a tomar tinto en su casa; había congeniado con su esposo debido a que ambos eran costeños. Entonces, comenzó a hablarles acerca de las comunidades eclesiales de base: “comenzó a invitarme y yo decía ‘yo voy, yo voy’, pero en el fondo decía yo ‘a qué voy allá’, si creo que en el fondo había perdido un poco la fe”. El padre duró un año insistiendo para que me integrara a la labor de la iglesia: “entonces un día llegué yo a una reunión de la comunidad Santiago, me invitaron, ahí me quedé. Dije ‘el otro sábado yo no voy a ir’,  pero  sentí que ya no pude estar tranquila y desde ahí comencé a estar en la iglesia”. Después de 19 años en la comunidad Francy se siente agradecida: “al asumir el compromiso estamos saliendo de nosotros mismos, saliendo ‘de la tierra’, viendo al hermano como más cercano a nosotros; lo que me más me ha aportado (el proceso), al ser una laica comprometida, es que me he vuelto  más humana, más sensible al dolor de los demás”.

Más humanidad

A pesar de vivir en una ciudad tan grande como Bogotá, que favorece la vida de masa y el anonimato, Francy encontró en Emerano Roider una dimensión más humana de sí misma. Algo similar le pasó a Elsa Martínez, no en Lomas, sino en Bosa.

Navidad-Faca-13-(97)Hace 16 años falleció Maria del Rosario, una bebe recién nacida. El acontecimiento fue tan doloroso para la madre que, recordándolo, Elsa escribe: “allí hubiera podido parar todo. Como uno mismo lo supone, el dolor y la tristeza tenían el derecho de apoderarse del resto de mi vida”. Sin querer olvidar el paso de Maria del Rosario por su vida, la joven diseñadora de modas buscaba la manera de sobreponerse a la crisis.

Cuando en la Navidad del 2000 Elsa conoció la realidad de Holanda, un barrio popular de la localidad bogotana de Bosa en donde residía la señora que trabajaba haciéndole aseo a su casa, no dudó en dejarle su número telefónico al párroco de San Juan Nepomuceno, en caso de que el presbítero necesitara ayuda en algún momento. Unos meses después, en marzo del 2001, en medio de su afán por dar respuesta a las necesidades de alimentación de las niñas y niños de la zona, el párroco contactó a Elsa. Hoy en día, Elsa interpreta esta llamada como un momento decisivo en el descubrimiento del camino que la llevó de la crisis al lugar en ella desde el cual es posible servir a los demás. Su hija había muerto, pero había niñas y niños con una viva necesidad de apoyo. Allí estaba ella, enfrentada a un llamado. ¿Qué hacer? Profundizar el lenguaje de la memoria y del corazón, amar a su hija en la respuesta a los demás, sentirla presente, como un motivo animador en el esfuerzo de no encerrarse en sí misma nunca más.

En agosto, Elsa fundó junto al párroco un comedor popular. La antigua diseñadora de modas vio cómo se ampliaba el horizonte de su vocación cuando pasaba por encima de la brecha de desigualdad que, según ella, separa a los habitantes de Bogotá. Meses atrás, había comenzado a asistir a las reuniones programadas por un grupo de laicos en el barrio El Chicó, cerca de su casa. Éstos venían siendo convocados por el entonces padre Ricardo Tobón, hoy Arzobispo de Medellín, y adelantaban procesos formativos. En diciembre de 2002, Elsa informó a su comunidad acerca del trabajo que venía realizando en Bosa. La comunidad conoció la experiencia y decidió apoyarla para que la obra se fortaleciera. Fue así como nació la Asociación Pan de Vida CER, cuyo “modus operandi” consiste en crear comedores populares en la casa cural de una parroquia, con el fin de atender primordialmente las necesidades de nutrición de niñas y niños en sectores marginales, contando principalmente con el apoyo de las madres de familia. Hoy existen 7 comedores gestionados con el apoyo de la Asociación; 900 personas se benefician diariamente de sus programas nutricionales.

Territorialidades emergentes

DSC08955En el territorio vital de la pobreza, Elsa descubrió que “la caridad cristiana” en que, según ella, se inspira el trabajo de los comedores debe articularse con otros procesos, con el fin de gestar alternativas integrales. Dado que “en la mesa es donde se conocen las necesidades de una persona”, Pan de Vida CER ha hecho alianzas con diversas organizaciones para que en el espacio del comedor se realicen programas artísticos, educativos y de proyecto de vida. Sin embargo, es triste para Elsa que cada vez más son las personas que en lugares periféricos de Bogotá viven en condiciones de vulnerabilidad social.

Según el padre Alberto Camargo, “las transformaciones urbanas vinculadas a las violencias y a los desplazamientos tienen un rostro y es el del sufrimiento”. La Iglesia católica tiene que enfrentar el problema. De hecho experiencias como Casitas Bíblicas, como las Comunidades Eclesiales de Base en todas sus formas son, según el presbítero, una creación alternativa de “los movimientos eclesiales del Espíritu”. “¿Dónde está la gente? ¿Dónde están los sufrientes? ¿No es eso el reto que hoy tenemos que enfrentar? ¿Lo vamos a seguir enfrentando con estructuras cerradas?”.

El papa Francisco ha dicho recientemente que “en los núcleos más profundos del alma de las ciudades” se gestan “nuevos relatos”. Vida Nueva quiso ir detrás de ellos y se encontró con las historias de Dora Inés Parra, de Francy Castillo, de Elsa Martínez y de muchas otras personas. ¿Qué tienen en común las experiencias comunitarias que estas personas animan? En primera instancia, que son lideradas por laicas y laicos que han querido descubrir en el seno de la ciudad un modo más intenso de ser eclesiales, es decir, de vivir la fraternidad y la sororidad que surgen del Evangelio. Precisamente, por esto han hecho de la Palabra Viva el centro de sus motivaciones colectivas.

Si se le pregunta a Elsa Martínez qué referencia bíblica la habita más profundamente por estos días, dirá que ésta se halla expresada en la palabra “bendecir”: desear el bien a los demás, dignificar; quizá no hable de su hija, pero en el fondo estará pensando en ella: Maria del Rosario fue una bendición que la dignificó. Si se le pregunta a las mujeres de Lomas qué texto bíblico les ayuda a vivir, coincidirán en decir que aquel en que la comunidad de Lucas narra el camino de María para solidarizarse con Isabel. No pensarán en interpretaciones abstractas, sino en las veces en que ellas mismas se han hecho buenas vecinas las unas de las otras. Finalmente, si se le pregunta a Alberto Camargo, fundador de Casitas Bíblicas, qué escena del Evangelio lo ha conmovido más hondamente últimamente, lo más seguro es que ofrezca un café y, luego de un silencio reflexivo, comparta un “nuevo relato”, la historia de Dorita, aquella mujer que tenía una casa como la casa de Betania, la casa de los amigos de Jesús.

Hubo un tiempo en que muchas comunidades cristianas lideradas por laicas y laicos fueron motivo de desconfianza. Buscaban la liberación del pueblo y fueron incomprendidas. Aunque las razones para que esto pasara son debatibles, estas comunidades fueron necesarias históricamente: todo sueño está movido por una urgencia legítima. Murieron comunidades y pervivieron otras; hubo algunas que llegaron después. Todavía hay gente buscando lío: abren puertas, se accidentan, siguen encontrándose; no se quieren enfermar por encerrase.

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