OBITUARIO: Rosendo Álvarez Gastón: en memoria de un pastor

Rosendo Álvarez Gastón, obispo emérito de Almería, fallecido en febrero 2014

El obispo emérito de Almería falleció el 3 de febrero

Rosendo Álvarez Gastón, obispo emérito de Almería, fallecido en febrero 2014

GINÉS GARCÍA BELTRÁN, obispo de Guadix-Baza | El pasado día 3 de febrero dejaba este mundo el que fue obispo de la Iglesia, primero de Jaca y después de Almería, monseñor Rosendo Álvarez Gastón. Su muerte ha sido la consumación de una vida larga entregada al servicio del Evangelio. Ha sido consumación porque se fue apagando por el peso de los años y la enfermedad, pero, sobre todo, porque su muerte ha sido la última y definitiva entrega al Dios que lo eligió y al que prefirió desde la más tierna edad.

Es fácil hacer el elogio de un hombre de bien, aunque muchas cosas se queden inevitablemente en el tintero; pero no lo es tanto, al menos para mí, hacerlo de un hombre de fe profunda y de entrega hasta lo más hondo y radical de su ser, como ha sido don Rosendo.

La experiencia de muchos años trabajando a su lado, la dicha de haber compartido momentos apasionantes de la vida de la Iglesia en Almería, pero no solo en Almería, me desbordan a la hora de expresar una memoria agradecida.

Por eso me valgo de una oración que don Rosendo ha rezado cada día; me refiero al “Tomad, Señor, y recibid…” de san Ignacio. Creo que la oración ignaciana puede resumir muy bien la vida de este hombre de Dios.

Todo lo hemos recibido, todo es gracia; la vida y todo lo que somos y tenemos son don; por eso, todo pertenece a Dios, está a su servicio. No es de extrañar, por tanto, que el ministerio no sea una parte de la vida, sino la vida misma. Hacer de la vida un servicio al Evangelio. Don Rosendo, cuando eligió su lema episcopal, sabía que este era su programa de vida hasta la muerte: “Ministro del Evangelio”.

Entrega total, en los momentos de gozo y también en el sufrimiento. Sin hacer ruido, en el surco de la tierra como el labrador, sin buscar el éxito ni los aplausos, sin carrerismo. Entrega en el silencio, en el trabajo bien hecho, ese que se hace para la gloria de Dios y solo para la gloria de Dios.

“Dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta”. He aquí el secreto, aquí está la fuerza evangelizadora, poner nuestra confianza y seguridad en Dios. Cualquiera que conociera a don Rosendo sabe que era un hombre de oración, un creyente enamorado de Cristo y de su Evangelio. Con el rosario en la mano y el corazón, ¡si hablara el pasillo de Arturo Soria o los autobuses que trasladaban a los obispos en sus desplazamientos!

“Vos me lo diste; a Vos, Señor, lo torno”. De Dios lo recibió; ahora, en el momento de la muerte, lo vuelve a Él lleno de vida y entrega, porque la vida como servicio no cae nunca en saco roto.

Descansa en paz, don Rosendo, y recibe el premio prometido por el Señor, la vida eterna.

En el nº 2.881 de Vida Nueva.

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