Educar para la seguridad alimentaria

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La Institución Educativa San Mateo, en Soacha, le apuesta a la seguridad alimentaria. Sus estudiantes lideran proyectos interdisciplinares que privilegian el reconocimiento del valor de la tierra y del pueblo campesino, una alimentación saludable basada en productos orgánicos, la pasión por las culturas autóctonas, el liderazgo empresarial y otros valores ciudadanos como la solidaridad y la laboriosidad.

Acciones como el mercado campesino y la huerta escolar demuestran que sí es posible formar una nueva generación comprometida con la defensa de la vida y con el desarrollo integral y sustentable.

Era viernes. En una esquina del barrio San Mateo en Soacha (Cundinamarca), que colinda con la Institución Educativa que lleva el mismo nombre del barrio, desde las 7 de la mañana un joven de décimo grado, vestido de camisa blanca, ruana y alpargatas –en lugar de su uniforme colegial– invitaba a vecinos y transeúntes a participar en una singular jornada: “Siga sumercé, bienvenido al mercado campesino”.

IMG_20130823_075443No era el único. En la Institución Educativa San Mateo se destacaba la presencia de otros y otras estudiantes del grado décimo, que lucían trajes típicos del pueblo campesino, mientras colaboraban con la logística del mercado.

El ambiente era festivo y la creatividad no tenía límites. A lo largo de los corredores y en la mayor parte de los espacios “al aire libre”, los jóvenes habían organizado sus atractivos puestos de venta con un toque de recursividad y mucho sentido ecológico. Entre los productos que ofrecían se distinguían el cilantro, el apio, la zanahoria, la lechuga, la acelga, la cebolla, el repollo, el calabacín y pequeñas plantas-semilla, todos a precios cómodos, competitivos y con un valor agregado que los mismos jóvenes exponían a viva voz: “lleve esta lechuga, está fresquita”, “no se arrepentirá, este cilantro recién lo acabamos de cosechar”, “compre estas deliciosas zanahorias, son de nuestra huerta escolar”, “las acelgas son orgánicas, como todos nuestros productos”, “si quiere comer saludablemente, lleve este calabacín libre de químicos”…

Estos y otros motivos animaron a un buen grupo de padres de familia a visitar el mercado. Algunos como la señora Inés, abuela de cinco estudiantes –de tercero, quinto, noveno, décimo y once grado– participaban del mismo entusiasmo juvenil: “vine al mercado campesino a comprar cebolla porque sé que no tiene químicos, pero sobre todo porque quiero apoyar a estos muchachos”.

También los docentes aplaudían el esfuerzo de los jóvenes. En palabras de la profesora Alicia Hernández, del área de humanidades, “esta actividad estimula la formación de estudiantes emprendedores y proactivos, que llevan sus conocimientos más allá del aula de clases, como herramientas útiles para defenderse en su vida futura”. De la misma manera, la profesora Adriana Roa, que desde hace siete años enseña arte y danzas, destacaba que “estas jornadas enriquecen a la institución a nivel pedagógico, cultural, pero fundamentalmente beneficia a los estudiantes, porque les permite desarrollar liderazgos y les ofrece bases para emprender su vida profesional”.

El mercado campesino hace parte de un proyecto mayor que en los últimos años ha atravesado e incluso desbordado el currículo de la Institución: la huerta escolar. Pero la huerta no es sólo un proyecto, ni un lugar, ante todo es un estímulo para quienes comparten un mismo sueño y una misma identidad de amor por la tierra que, en muchos casos, llega a ocupar un lugar prioritario en su proyecto personal de vida.

Detrás de esta propuesta institucional –con el apoyo de su rector, Napoleón Ríos Hinestrosa, y la coordinación académica del licenciado Hernando Espejo– hay una apuesta por las nuevas pedagogías en los espacios de semilleros y de profundización que se vienen desarrollando (ver recuadro). Desde la profundización en gestión ambiental, por ejemplo, a la vez que se analizan las problemáticas que se derivan de una cultura consumista –como es el caso de la obsolescencia programada– también se vincula a los estudiantes con algunas prácticas que promueven un modelo de vida sustentable. Esta profundización está a cargo de las docentes Deysi Moreno García (1003) y Olga Molina (1004).

Semilleros y profundizaciones

_MG_9249Los semilleros son espacios académicos complementarios al plan de estudios, que buscan responder a las expectativas y capacidades de los estudiantes de cuarto a noveno grado, en un ambiente basado en el desarrollo de habilidades y en la construcción del conocimiento. Sus temáticas suelen ser amplias, diversas y cumplen una función exploratoria, para que cada joven determine en qué área quiere profundizar durante sus dos últimos años de estudio: matemáticas, gestión ambiental, informática y sistemas, pensamiento crítico, arte, o producción textual.

 

 

La huerta en sus inicios

En sus memorias sobre los orígenes de la huerta escolar, la profesora Olga recuerda que los primeros intentos de adecuación de un lugar datan de hace más de una década. “En ese tiempo, cuando empezamos con el Proyecto Ambiental Escolar (PRAE), intentamos recuperar un espacio para hacer un laboratorio ambiental”. Aunque se lograron algunos avances en el manejo de residuos, las limitaciones del lugar no permitieron su consolidación en ese momento.

Para el 2009, con el apoyo de Gerardo Rodríguez –entonces rector de la Institución– se construyeron las primeras materas, los desagües y la malla que limitaría el paso hacia una de las edificaciones que hacen parte del perímetro de la sede principal del colegio, y que en adelante comenzaría a funcionar como huerta escolar experimental.

IMG_20130919_090803En el terreno donde inició la huerta, la profesora Dayhanna Garzón, de ciencias políticas, explica que “Soacha es un municipio donde los niños carecen de buenos alimentos. Un niño mal alimentado no puede estudiar –sentencia– por eso es necesario enseñar el valor del trabajo con la tierra y de la apropiación del territorio como fundamentos del Estado en los primeros sectores de la economía y como medios para garantizar el desarrollo de las necesidades básicas de la población”. También está convencida de que es importante que estas reflexiones tengan un “polo a tierra” para que lleguen a ser un aprendizaje significativo o, en términos más actuales, una competencia que vaya más allá de los contenidos curriculares: “si ellos no lo ven en la práctica es como si lo estuvieran viendo en el infinito, no lo pueden alcanzar ni palpar. El propósito de la huerta es que sea un medio para aterrizar la economía y la política. Esto nos ha permitido generar unos espacios increíbles de debate y nos posibilita el trabajo colaborativo en nuestras búsquedas de seguridad alimentaria”.

Es una perspectiva que también comparte la profesora Olga con sus estudiantes. “La huerta le ha dado a las clases de biología una dinámica vivencial que supera los contenidos teóricos que se ven en el aula”, comenta. A la luz de esta premisa ha venido conectando y entusiasmando a sus estudiantes con la huerta, como un espacio donde se “siembran y germinan” las habilidades científicas. Así, bajo su orientación se lleva a cabo la preparación de la tierra, la siembra, el riego, y otros procedimientos necesarios para lograr la cosecha esperada.

Con el tiempo, la huerta ha ganado terreno no sólo por el hecho de haber logrado revertir un espacio de aproximadamente 120 metros cuadrados, que anteriormente estaba subutilizado, sino por la manera como progresivamente ha conquistado el corazón de toda la comunidad educativa.

De parqueadero a huerta

¿Cómo transformar, con pocos recursos, un espacio subutilizado de zona de parqueo y de escombros de construcción, en una productiva huerta escolar? Ese fue el reto al que se enfrentó la Institución, con el apoyo de sus docentes y contando con el apasionado empeño de sus estudiantes, una vez que los primeros intentos de la huerta comenzaron a dar buenos resultados.

Ponerle el hombro a este colosal asunto implicó grandes esfuerzos y literalmente representó un gran desafío cuando se llevaron a cabo las intensas jornadas de remoción de los escombros, que ocupaban buena parte de los espacios que se requerían para los fines de la huerta. “La primera vez sacamos 168 lonas de escombros con la ayuda de todos, recuerda la profesora Dayhanna, suficientes para completar un viaje y medio de volqueta”.

El reto de preparar un terreno apto y pertinente para los cultivos de tubérculos y hortalizas, no fue menor. La profesora Olga destaca que “fue necesario empezar desde hacer el suelo, porque lo que había era puro recebo, arena y piedras menudas donde sembrar era impensable. Se requería tierra negra, algunos fertilizantes y abono, por supuesto”. Las características del suelo se abordan tanto en las clases como en las prácticas previstas: “vamos hasta la montaña de San Mateo, donde se observa que este tipo de suelo es poroso”. Luego, en la huerta, invita a sus estudiantes a construir un suelo con características orgánicas y con recursos básicos. “Cada uno consigue un guacal o una caja y la protege con plástico. Ahí va depositando primero pasto y después todos los desechos orgánicos que se producen en casa, evitando el ajo, el pimentón y la cebolla, que dañarían el proceso. Luego se cubre con cal o aserrín y se agrega un poco de tierra negra”. De este modo, los estudiantes han sido artífices de la transformación de un terreno árido y estéril, en un productivo y fértil micro-campo de cultivo que también es nicho de aprendizajes.

Estas actividades de adecuación se realizaron con la consigna de que “la huerta es de todos y para todos”. Un recorrido atento por las siembras es suficiente para percibir que detrás de cada cosecha hay muchas manos, muchos saberes y cero químicos. Con un poco de creatividad, un viejo retrete, lo mismo que una botella plástica o un antiguo guacal, pueden llegar a ser una práctica matera de cuño ecológico y económico. Se privilegia el sistema de riego por goteo para evitar que el preciado líquido vital se desperdicie. Asimismo, el laboratorio ambiental de los inicios ha evolucionado y ahora, fruto de un cuidadoso proceso de lombricultura, abastece a la huerta con abono orgánico.

la-foto-6“La huerta es de todos, porque todos la cuidamos”, afirma con orgullo Andrés Guerra, del grado 1008, mientras acompaña el recorrido. Así se constata en el cuidado de los insumos recibidos (tierra negra, cascarilla de arroz, plástico y materiales para el invernadero), y en el buen manejo de las herramientas que el colegio ha adquirido para su mantenimiento (dos regaderas, una manguera, una carretilla, escobas, recogedores, palas, azadones y rastrillos). De igual forma, nunca faltan voluntarios para las rutinas de riego que suelen realizarse a primera hora de la mañana, con una duración de 15 a 20 minutos, y que no excluye ni fines de semana ni festivos ni tiempos de vacaciones.

Aunque la huerta escolar involucra directamente a los grados noveno y décimo, también hace partícipe al resto de estudiantes porque los sensibiliza y los educa aunque sea de manera implícita desde la ciencia, la tecnología, la sociedad y el ambiente (CTSA). Por eso, si bien es cierto que la primera cosecha recogió seis libras de papa orgánica, la mayor satisfacción se evidencia en la formación integral de los jóvenes. Más allá de las ganancias económicas lo cierto es que el beneficio formativo de una comunidad educativa que vibra con valores ciudadanos de solidaridad, amor por la tierra y por el pueblo que la cultiva, pasión por la cultura autóctona, seguridad alimentaria, liderazgo empresarial, definitivamente no se puede medir.

Además, se trata de un proyecto eminentemente incluyente y abierto, capaz de acoger, por ejemplo, los ímpetus de un grupo de grafiteros de once grado que ofrecieron su potencial artístico y creador para decorar los murales que delimitan la huerta, con motivos ecológicos y ambientales.

 

Alianzas estratégicas

Por otra parte, tanto la huerta escolar como el mercado campesino son iniciativas que cuentan con el respaldo y el acompañamiento de la Secretaría de Educación del municipio de Soacha, así como de otras dependencias de la alcaldía, como la Secretaría de Desarrollo Social –a través de Catalina Londoño– y la Secretaría del Medio Ambiente, que en múltiples ocasiones ha dirigido talleres y asistencia técnica –con el apoyo de los ingenieros Henry Reyes, Jesús Alberto Muñoz, Carlos Cubillos y Jonathan Caicedo–, y ha contribuido con la donación de insumos, vinculando a la Institución a la red de agricultura urbana del municipio.

Son iniciativas que plantean nuevos escenarios de aprendizaje más allá del espacio físico institucional, y que garantizan el éxito del trabajo que se está desarrollando con audacia. Lo bueno de que un proyecto interdisciplinar también llegue a ser un proyecto interinstitucional, que se enriquece en el diálogo con otros proyectos, es la posibilidad que da a sus protagonistas –en este caso los estudiantes– de confrontarse, cualificarse y, sobre todo, pensarse en grande para volar más alto.

Es el caso de Jeimy Carolina Pardo, estudiante de décimo grado, quien se ha involucrado en el cultivo de la lechuga crespa, lo cual la ha motivado a ampliar sus conocimientos. Por eso destina algunos sábados a participar en las capacitaciones sobre biocompuestos en los cultivos, y elaboración de hidrolatos, insecticidas, fungicidas y abonos; también asiste a conferencias en la Universidad Nacional y aprovecha las salidas de campo que se programan periódicamente con el fin de conocer otras experiencias de biocultivos. Son actividades extra-curriculares que acompañan los esfuerzos de una comunidad comprometida con la vida y con el desarrollo integral y sustentable.

 

Efecto multiplicador

El mercado campesino fue una ocasión privilegiada para dar a conocer los muchos alcances que hoy tiene el PRAE en la Institución Educativa San Mateo. El reconocimiento del valor de la tierra, del trabajo del pueblo campesino y de las culturas autóctonas, trajo consigo un efecto multiplicador sin precedentes, permitiendo también que estudiantes y docentes de otras áreas compartieran sus talentos.

la-foto-1En el acto cultural que se realizó ese día, participaron el grupo de danzas y el grupo musical que conformó el profesor de música Marcos Pedraza para acompañar la jornada con los acordes de la carranga, típicos del departamento de Boyacá. Curiosamente, los estudiantes que integraron este grupo provienen de otros géneros musicales urbanos (rock, rap y hip-hop). Sin embargo, según Andrés Felipe Liévano –guitarrista y baterista de décimo grado– “un buen músico es buen músico pa’ todo y es muy importante que toda la Institución se una para apoyar el mercado campesino, porque de este modo estamos creando conciencia a favor del trabajo de nuestra gente y de todo lo que sea orgánico”. Julián Camilo Niño –el cantante del grupo– se enorgullecía de representar a los estudiantes de octavo grado y sueña con ser cantante: “Colombia se merece que la honremos con nuestra música. No sé si lo hice bien pero me siento orgulloso de esta actividad que ha sido muy bien organizada”. Andrés Giovanny Rodríguez, de 1003 –otro de los integrantes del grupo– concluyó que participar en esta iniciativa genera “una gran alegría y una paz interior”, porque, según dice, “siento que estoy ayudando a mi país, a mi comunidad y puedo mejorar la vida de muchas personas”.

Con el mercado campesino también se desarrolló la feria microempresarial, una muestra anual organizada por el área de ciencias sociales. Allí Jéssica Huertas, del grado décimo, atendía el estand de conservas de hortalizas, jaleas, frutas en almíbar y compotas. Cuando explicaba el procedimiento con el cual desarrolló su producto, la jalea de guayaba, compartía que había realizado un curso en el SENA-virtual sobre conservas de frutas y verduras, pero la receta de su producto la había aprendido de la abuela de su cuñado. Por eso, en la etiqueta de su conserva se leía “las delicias de la abuela”.

Abundan las evidencias sobre el impacto del mercado campesino y de la huerta escolar. Algunos estudiantes ya comienzan a liderar prácticas de cultivos orgánicos en sus propias casas, en jardines y antejardines o en cultivos verticales de plantas aromáticas y de especias. Es una señal positiva de que se están logrando los objetivos de seguridad alimentaria. María Paula Guevara, de 1002, y Jeimy López, de 1003, dan fe de ello.

A modo de conclusión, las profesoras Olga y Dayhanna comentan que la actividad del mercado campesino superó sus expectativas, “el compromiso y la apropiación de los estudiantes fue excepcional, al punto de que no se marcharon a sus casas al medio día, sino hasta terminar de vender a las afueras de la Institución los productos que no fueron comercializados en el colegio”. Ellas se sienten comprometidas a continuar acompañando de cerca el proyecto, con la convicción de que “la semilla que estamos sembrando va germinando y sus frutos se verán reflejados en una nueva generación de jóvenes trabajadores y emprendedores que serán la promesa de este municipio”.

 

Entrevista

Karen Villamil Duque Estudiante de 10º grado

 

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“Este proyecto vale la pena”

Karen Villamil Duque tiene 16 años y llegó a la Institución Educativa San Mateo en el 2013, cuando su familia se trasladó de Bogotá a Soacha. Aunque el tiempo que lleva en la Institución ha sido relativamente breve, sin embargo ha podido descubrir el sentido de la jornada de mercado campesino y la trascendencia que la huerta escolar tiene en su vida como en la de sus compañeros.

Al llegar a esta Institución, ¿qué le impactó?

Encontré proyectos nuevos que nos ayudan a pensar nuestra vida de otro modo. Muchas veces nosotros como jóvenes pensamos en cosas vanas que no nos sirven para nada, cuando lo realmente importante es pensar no solamente en nosotros mismos sino en la sociedad, en Soacha, y en las cosas tan bonitas que tiene este municipio.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo la huerta. En muchos colegios no se tiene ni se reconoce el valor de la naturaleza.

¿La huerta representa un beneficio para su vida?

Considero que sí. Debemos estar ocupados en algo, o si no corremos el riesgo de ocuparnos en cosas que no sirven y nos pueden llevar al fracaso total. La huerta fortalece los valores de cuidar lo que Dios nos ha dado y de respetar al prójimo. 

A nosotros nos corresponde apropiarnos de esto para dejar de lado tanto consumismo y volver a la tierra, porque muchas veces nos hemos alejado de ella por motivos materiales y por el gusto por la tecnología, cuando realmente lo más importante es la tierra que nos da la comida y que es la que sustenta al país en muchas áreas.

La huerta nos ha ayudado a comprender el trabajo que tienen los campesinos, a valorar lo que ellos hacen. Antes de esto nos daba igual, desgastábamos las cosas, no nos importaba, no nos interesaba lo que pasaba –por ejemplo cuando había paros campesinos–. Pero ahora, en el contacto con la tierra, vemos que realmente los campesinos realizan un trabajo duro y debemos valorar lo que hacen.

Entonces, ahora tiene una nueva conciencia sobre el cuidado del medio ambiente… 

Claro que sí. En nuestra profundización de gestión ambiental veíamos algo sobre la obsolescencia programada, que es una cadena terrible en la que por nuestra vanidad o por nuestros deseos de tener las cosas que los demás tienen, no nos damos cuenta que realmente hay muchas que no sirven de nada y lo que estamos haciendo es enriquecer a otras personas y empobrecer a los nuestros. En lo personal, eso me ha llevado a cambiar la forma de pensar y a darme cuenta de que este proyecto vale la pena porque deja muchas enseñanzas. Los productos de la huerta no tienen químicos y pueden ser útiles a la ciudadanía porque son productos de calidad que no buscan enriquecernos sino que están al servicio de los demás.

Finalmente, pensando en los jóvenes que atraviesan por situaciones difíciles, ¿cree que este tipo de proyectos podría ayudarles?

Muchos de los compañeros que están con nosotros tienen dificultades familiares e infinidad de situaciones personales. Pero podemos notar que en nuestro colegio no hay muchas personas que tengan problemas de drogas, ni nada de eso, porque su mente está ocupada en algo. Esto me gusta de esta Institución, que realmente se preocupan por el bienestar de los jóvenes, por ayudarnos y enseñarnos a innovar, a dar un sentido a la vida. Realmente no hay que quedarse estancado en los problemas personales sino que más bien hay que levantarse y marcar la diferencia en nuestra sociedad.

 

Este artículo fue posible con la colaboración de la Institución Educativa San Mateo y, especialmente, de las profesoras Deysi Moreno, Olga Molina y Dayhanna Garzón

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