Instituto de Pastoral, una avanzadilla conciliar

participantes en unas jornadas de Teología del Instituto Superior de Pastoral de Madrid

participantes en unas jornadas de Teología del Instituto Superior de Pastoral de Madrid

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Las efemérides corren el riesgo de quedarse en la petrificación del pasado, pero también sirven para valorar en justicia el recorrido de algunas instituciones. Y más, cuando no se merecen el desdén que, como viene sucediendo en la Iglesia en estos últimos años, sufren algunas de ellas, recias y laboriosas, por parte de quienes se creen –y hacen creer– que con ellos ha empezado la Historia.

Algo de esto ha venido sucediendo con el Instituto Superior de Pastoral de Madrid, que cumple sus 50 años de vida en la capital. Un largo período de servicio, pero lo más importante: haber colaborado, y mucho, al asentamiento conciliar en la Iglesia española. Mantener la fidelidad les ha costado a sus responsables un menosprecio injusto, pero ahí sigue, pese a todo, audaz, fiel y comprometido con la Iglesia.

Quería que mi crónica de esta semana fuera un sencillo homenaje a quienes, de una u otra forma, han hecho posible este centro que tanto bien ha hecho a muchos.

Corrían los años sesenta del pasado siglo y la Iglesia española, superados ya los años duros de la posguerra, zarandeada por los vientos conciliares, pero anclada aún en esquemas de cuño nacionalcatólico, necesitaba trabajar en la formación de sus sacerdotes, religiosos y laicos. La Universidad Pontificia de Salamanca, que se había puesto a la cabeza de esta tarea formativa en 1940, creaba, en octubre de 1955, el Instituto de Pastoral para seguir profundizando en esa tarea tan necesaria.

Sánchez Aliseda ponía los cimientos; después llegaría Lamberto de Echevarría. Pero fue en 1963, al ser nombrado director Luis Maldonado, cuando se pensó en trasladar a Madrid este centro. La ciudad ofrecía mejores perspectivas de desarrollo teológico y pastoral, especialmente para alumnos latinoamericanos, religiosas, misioneros y laicos. Se iniciaron los trámites, no fáciles.

Por sus aulas ha corrido la savia
de una Iglesia abierta, plural, dialogante sin dogmatismos,
manteniendo viva la llama del Vaticano II,
tan denostado a veces, tan despreciado otras,
pero que no deja que sus aguas se estanquen.

Poco apoyo de los obispos, aunque con el de Casimiro Morcillo, Ángel Herrera y el obispo de Salamanca, Barbado Viejo, era más que suficiente. Junto a Maldonado, otros profesores: Casiano Floristán, Miguel Benzo, José Manuel Estepa y Mauro Rubio. El curso empezaría en Madrid en octubre de 1964.

Cuando solo faltaba un trámite –la firma de Barbado Viejo–, este fallecía. Todo se podía ir al garete por los escasos apoyos. Se temía que el nuevo obispo se negara. Varios profesores viajaron a Toledo para visitar al cardenal Plá y Deniel. Le expusieron sus temores. Él se mostró extrañamente convencido de la actitud positiva que el nuevo obispo tomaría. Solo él sabía que tenía delante al propuesto, Mauro Rubio, quien, incluso antes de tomar posesión, firmó el decreto.

Por sus aulas ha corrido la savia de una Iglesia abierta, plural, dialogante sin dogmatismos, manteniendo viva la llama del Vaticano II, tan denostado a veces, tan despreciado otras, pero que no deja que sus aguas se estanquen, “aunque sea de noche”.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.879 de Vida Nueva.

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