Paz, hermanos

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Es necesario renunciar a la violencia y emprender el camino del encuentro con el diálogo, el perdón y la reconciliación, siempre fundados en la justicia…”

Ni enemigos ni contrincantes, sino hermanos. El papa Francisco no se anda con divagaciones ni preámbulos en el mensaje para la celebración de la Jornada de la Paz de este 2014. Como es algo esencial en la vida del hombre el convivir con otras personas, es fácil comprender que solamente desde una relación fraterna se puede conseguir ese anhelado y querido regalo de la paz.

Se presume de globalización, de vivir en un mundo donde las relaciones son más fáciles, donde se puede conseguir el llegar a conocerse todos, aunque sea de formas y con modos muy diferentes. Pensemos en las redes sociales y las comunicaciones de todo tipo. Pero, al mismo tiempo que se tiene noticia de lo que puede pasar en cualquier rincón del mundo, la universalización de la indiferencia es innoble actitud recibida con toda normalidad. Las heridas de los demás ya no irritan la sensibilidad, ni las injusticias provocan insomnio alguno. Cerca, pero sin sentirse verdaderamente hermanos.

Guerras ruidosas de enfrentamientos armados y otras menos estrepitosas, pero no menos crueles, como dice el Papa, que se producen en el campo económico y financiero, también con destrucción de vidas, de familias y de empresas.

Si no se reconoce a Dios como padre de todos, es muy difícil que unos y otros se sientan como hermanos. No hay un punto común de unión, no se reconoce trascendencia alguna que garantice unos profundos vínculos de unidad. Para los cristianos, el Verbo hecho carne es garantía de fraternidad, pues todos y cada uno han sido redimidos con la misma sangre y el mismo sacrificio.

Una fraternidad entre pueblos y personas, en la que los más atendidos y preferidos sean aquellos que soportan el injusto peso de la pobreza, de la exclusión, del descarte. A los que se tiene al margen de esa pretendida fraternidad de una sociedad de bienestar, que parece estar reservada para un cierto grupo de privilegiados.

El papa Francisco advierte acerca de la necesidad de acciones políticas que promuevan el principio de la fraternidad, que allanen las desigualdades entre personas y grupos, que garanticen los derechos fundamentales y el acceso a recursos educativos, sanitarios y tecnológicos. Que atenúen la excesiva desigualdad de la renta, recordando la Doctrina Social de la Iglesia acerca de la hipoteca social que graba a los bienes de este mundo, que deben utilizarse en beneficio de todos.

Las crisis económicas, que parecen algo cíclico, hacen ver la necesidad de un estilo de vida sobrio y de recuperar las virtudes de la prudencia, de la templanza, de la justicia y de la fortaleza. Del olvido de estas virtudes fundamentales, cardinales, llegan las múltiples formas de corrupción.

Mientras no se detenga esa carrera de armamentos, es fácil encontrar pretextos para la guerra. Es necesario renunciar a la violencia y emprender el camino del encuentro con el diálogo, el perdón y la reconciliación, siempre fundados en la justicia. Si en algo hay que competir, es en la estima mutua. Y teniendo muy en cuenta que solamente el amor dado por Dios permite acoger y vivir plenamente la fraternidad.

En el nº 2.877 de Vida Nueva.

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