Europa en la alternativa

sesión del Foro Católico-Musulmán Vaticano 2008

El islam y la secularización interpelan al cristianismo

sesión del Foro Católico-Musulmán Vaticano 2008

Sesión del Foro Católico-Musulmán celebrado en el Vaticano en 2008

OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL, sacerdote y teólogo, Universidad Pontificia de Salamanca | Los inmensos éxitos y los mortales fracasos de Europa en el siglo XX la han llevado a un extremo borde ante el que se le abren fecundas posibilidades y mortales abismos. En ese siglo ha iniciado y consumado dos guerras mundiales y otras guerras civiles con ciento cincuenta millones de muertos.

Hoy han estallado los volcanes de su creatividad y de su negatividad y, con ello, se ve urgida a actualizar las fuentes morales y las decisiones trascendentales sin las cuales no puede seguir el camino por el que ha andado hasta ahora.

De ahí el grito de Juan Pablo II en Santiago de Compostela: “Europa, sé tu misma”, y la llamada más reciente de Benedicto XVI para que no deje apagar la llama de la fe.

Se ha acuñado la expresión “excepción europea” para señalar ese extraño fenómeno histórico: mientras que en otros países crece la fe, desde los más desarrollados como los Estados Unidos hasta otros del Tercer Mundo, en Europa desciende su intensidad.

(…)

Una unidad de fondo

Yo solo quiero aludir hoy a una de esas alternativas ante las que está Europa: la contraposición cultural, espiritual y religiosa de fondo con el islam y Europa, a la vez que ambos comparten todo el universo técnico, industrial y financiero que esta ha desarrollado en el último siglo.

La voluntad de concordia, diálogo y colaboración tiene que prevalecer en nuestra común marcha hacia adelante. Pero ellas deben apoyarse sobre el duro granito de la realidad, y no sobre el movedizo suelo de arena que forjan nuestros deseos, ilusiones e ingenuidades, desconocedoras de una diversidad forjada desde finales de la Edad Media, arraigadas en convicciones originarias y endurecidas por luchas, expolios y desconocimiento del fondo humano y personal en que cada uno de esos universos han vivido.

Debemos partir, además, de este hecho: más allá de sus diferencias, Europa es una unidad o tiende decidida a ella, junto con el cristianismo, que, con sus diferenciaciones confesionales, sin embargo, mantiene una unidad de fondo; mientras que el islam está religado y mucho más condicionado por situaciones políticas y nacionales, a la vez que por el choque entre los dos grandes grupos religiosos que lo forman.

En Occidente, el siglo XX ha consumado la diferencia y separación entre Iglesia y Estado, religión y política, comunidad religiosa y comunidad civil, aun cuando materialmente coincidan ambas en muchas cosas.

Hay cinco abismos que separan a Europa de los países en los que política, jurídica y espiritualmente rige el islam:

  • la cuestión de los derechos humanos,
  • la relación entre fe y política,
  • la conciliabilidad fundamental entre razón religiosa y razón moderna,
  • el lugar de la mujer en la existencia privada y pública,
  • la confianza en la vida y la tasa de natalidad.

Y, sin embargo, hay algo que nos une en la raíz misma del existir, del pensar y del hacer: la fe en Dios, que es superior a las diferencias y que puede abrir una senda por la que llegar a superar tan abismales distancias.

Europa está volviéndose ciega y muda ante la realidad religiosa en su dimensión teologal y personal, más allá de su repercusión política: de ahí el silencio social sobre Dios –palabra que, a diferencia de los Estados Unidos, por ejemplo, ningún político o profesor en la universidad se atreve ya a pronunciar en público–, su aparente o real indiferencia y exclusión de la dimensión personal, social y pública de la fe.

Y, al final, lo que no es palabra no será realidad, y la afasia (no hablar de) se convertirá para el hombre en agnosia (no conocer, no existir). Considera que con más riqueza, más leyes y más armas se va a defender de quienes no piensan como los europeos o no creen como los modernos secularizados.

Parece creer que Dios pertenece al mundo rural desaparecido y que, con la secularización, su nombre ya no encontrará lugar ni eco en la nueva morada de los humanos: primero la ciudad y luego la Red. ¡Mortal ingenuidad o violencia! Por ello, se llegó a la convicción de que la modernidad y la secularización llevarían automáticamente consigo el final de la religión, hecho que los últimos cincuenta años han desmentido.

La religión se ha trasformado, purificado en unos casos y pervertido en otros, adquirido nuevos rostros y vivido nuevos imperativos, pero sigue entera e igualmente requeridora y prometedora, porque entero e indestructible sigue el hombre.

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Pliego publicado en el nº 2.877 de Vida Nueva. Del 1 al 10 de enero de 2013.

 

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