OBITUARIO: Carlos Manuel de Céspedes, sacerdote dialogante y reconocido intelectual cubano

Carlos Manuel de Céspedes, sacerdote cubano fallecido en 2014

Carlos Manuel de Céspedes, sacerdote cubano fallecido en 2014

Texto y foto: ARACELI CANTERO GUIBERT (MIAMI) | La Iglesia en Cuba y la nación cubana dieron su último adiós a un hombre dialogante, que nunca separó su amor a la Iglesia de su amor a la patria, y que eligió el sacerdocio como modo de honrar la estirpe política de sus antepasados. Con su muerte, en la mañana del 3 de enero, a los 77 años, culmina la trayectoria de este sacerdote que repetía siempre: “Cuba y la Iglesia son las dos pasiones mías”.

Visitarle en su despacho de la Parroquia de San Agustín era constatar el orgullo con el que llevaba el nombre de su tatarabuelo, Carlos Manuel de Céspedes, el “padre de la patria”, que lideró las guerras de Independencia en el siglo XIX. Rodeado de cuadros, fotografías y libros, explicaba el sentido de una bandera cubana con la imagen de su ilustre ascendiente.

En un gesto inusual, la prensa estatal se hizo eco de su muerte, destacando su dedicación a la patria y a la Iglesia y resaltando su contribución al mundo de la cultura.

Teólogo por la Universidad Gregoriana de Roma, en donde fue ordenado sacerdote en 1961, regresó a Cuba en 1963, cuando las relaciones entre la Iglesia y la revolución cubana liderada por Fidel Castro en 1959 eran ya muy tensas. “Le pedía a Dios realmente en mi oración íntima –confesaba– que me ayudara como sacerdote a ser elemento siempre de unión y nunca de división en Cuba”.

“Los jóvenes eran su tesoro más preciado, junto con los servicios diarios de atención y alimentos a ancianos pobres de la parroquia, y ciclos permanentes de cine debate y opera”, indicó desde La Habana Rolando Suarez, abogado de la Conferencia de Obispos.

La decisión de su vocación no fue fácil, pero, una vez tomada, “ya todo fue paz y tranquilidad, nunca tuve ninguna vacilación después”, señaló él mismo en una entrevista, afirmando que “he sido sacerdote célibe y he sido muy feliz”.

En 1966, fue nombrado rector del Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana. En palabras del cardenal Jaime Ortega Alamino, durante la Eucaristía de su sepelio el 4 de enero, “él fue el ‘salvador’ del seminario cubano como institución, al impedir que fuera cerrado, aunque se incautó el inmueble y hubo de trasladarse a otro edificio”.

Luego ha continuado como profesor y ha ocupado los cargos de secretario de la Conferencia de Obispos y vicario general de la Arquidiócesis de La Habana.

“Su muerte ha sido un impacto para numerosos escritores, artistas, pensadores de diversas tendencias… un intelectual del linaje que apostó por la reflexión y el diálogo”, dijo de él el intelectual católico Roberto Méndez.

El también católico Gustavo Andújar, director del Centro Cultural Padre Félix Varela, en la Arquidiócesis de La Habana, lo recuerda “como el sacerdote amigo, siempre cordial y cercano, pastor…”. Le califica de “hombre puente que vinculaba a la Iglesia con el mundo académico”, y también como figura polémica, “por sus pronunciamientos políticos, en los que ocasionalmente faltaba el equilibrio siempre deseable en las declaraciones de un eclesiástico”. Aclara que “lo que dijo, bien o mal, lo dijo siempre honestamente, y siempre buscando el mayor bien para la Iglesia y para Cuba”.

Fue considerado en la diáspora cubana como simpatizante de la Revolución. No ocultaba sus buenas relaciones con la familia de Fidel Castro y con figuras afines al Gobierno. Defendió el respeto a quienes pensaban de manera diferente y distinguía entre la condena a las ideologías y las buenas relaciones con las personas. “No tenía miedo a verse confrontado –señala el obispo de San Agustín (Florida), Felipe Estévez–, aunque uno hubiese deseado oír más sobre el sufrimiento del pueblo dentro y fuera por la violación de los derechos durante tantas décadas”.

En 1998 se publicó en España el libro Érase una vez en La Habana, donde De Céspedes va hilando testimonios del acontecer en Cuba y de los problemas de la isla. La obra descubre a un autor que no simpatiza con todo lo que acontece en Cuba. Elogia la educación para todos, pero deplora que no transmite espíritu y que ha destruido una parte de la identidad cubana. Reconoce las oportunidades de la revolución en educación y salud, pero a un precio: “La pérdida de la libertad de pensar, opinar y escribir… de vivir”.

Autor de libros, innumerables ensayos y también poesía, en 2006 fue recibido como miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, el tercer dignatario católico en formar parte de esa institución. Pero su vida no se limitó al orgullo patrio y a la cultura, sino que estuvo marcada por su sacerdocio. Él mismo lo subrayaba al referirse al siervo de Dios y sacerdote cubano Félix Varela, de cuya vida escribió prolíficamente. “El padre Varela me fue estímulo y catalizador en el camino. Dios me ha librado de caer en la tentación de llegar a pensar que uno de mis dos grandes amores –Cuba y la Iglesia– me podría separar del otro. (…) De la mano de ambos he podido atravesar los torrentes que he encontrado en mi andar, sin que las aguas nocivas me arrastren. Espero llegar así a la otra orilla, al calor y a la luz de nuestra antorcha viva”.

En el nº 2.877 de Vida Nueva

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