Siria y Filipinas, en el corazón también de la Iglesia

refugiados sirios tras la guerra civil

También en 2013 los cristianos han estado al lado de las víctimas de guerras y desastres naturales

Filipinas devastada tras el paso del tifón Haiyán

Filipinas, devastada tras el paso del tifón Haiyán

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Siguiendo la definición del papa Francisco por la que la esencia de la Iglesia es ser un “hospital de campaña” en donde la prioridad es sanar y acompañar a quienes sufren, muchos cristianos de todo el mundo han vuelto a estar en este 2013, como siempre, al lado de las víctimas de todo tipo de situaciones. No solo las causadas por un imperante sistema económico y social levantado sobre un reparto inequitativo de los recursos, sino también con las que tienen su origen en la guerra o en la naturaleza desatada. A modo de desgraciados emblemas para el año que ahora acaba, Siria ha sido la imagen de la violencia y Filipinas la del desastre natural del que es imposible escapar.

Respecto a los conflictos, aunque la Iglesia ha estado presente en innumerables territorios desangrados por la intolerancia y el odio –en Colombia, con su apoyo constante a las conversaciones de paz de La Habana entre el Gobierno y las FARC; en la República Centroafricana, atendiendo a las víctimas de una Seleka entregada a la rapiña sin fin contra los más indefensos; en la India, ofreciendo a las mujeres víctimas de violaciones un cobijo, una oportunidad para crecer y un altavoz desde el que denunciar…–, 2013 ha sido, por desgracia, el año en el que la guerra de Siria ha alcanzado tal nivel de dureza que a punto estuvo de derivar en una confrontación de alcance internacional.

Todo sucedió el pasado agosto, cuando la guerra civil entre partidarios y detractores del régimen de Bashar al-Assad cumplía dos años y medio. Entonces, se supo que el día 21 (aunque ya hubo varios episodios más en este sentido, siendo los primeros entre marzo y abril), en dos suburbios dispersos de Ghouta, cerca de Damasco, se habían registrado ataques con armas químicas que habían causado la muerte a unas 1.400 personas. Los datos los ofrecía un informe de Human Rights Watch. A los pocos días, una delegación de la ONU acudió a Siria para investigar los hechos, pues había dudas sobre la autoría de los ataques, acusándose entre sí los sublevados y las tropas de Assad.

refugiados sirios tras la guerra civil

Refugiados sirios

Vigilia de oración mundial

Aunque no llegó a esclarecerse de un modo completo a quién correspondía la culpabilidad de los hechos (que sí fueron constatados por parte de la ONU), la situación pareció volverse insostenible y la comunidad internacional, comandada por los Estados Unidos, Francia y Reino Unido, se mostró decidida a atacar al régimen sirio.

A inicios de septiembre, la intervención parecía inminente. Entonces, el papa Francisco, que ya había lanzado varios alegatos contra la guerra, convocó una vigilia de oración por la paz, con la mirada puesta de un modo especial en Siria. Tuvo lugar la tarde del 7 de septiembre y congregó en la Plaza de San Pedro a alrededor de 100.000 personas, muchas de ellas pertenecientes a diferentes confesiones cristianas o a otras religiones. La misma tuvo su eco directo en distintos puntos del planeta, con celebraciones propias, pues se trataba de una vigilia mundial.

Fue una emotiva jornada, en la que se ofrecieron testimonios de víctimas de distintos conflictos y en la que el ‘no a la guerra’ del Papa resonó con fuerza: “Hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra, traen solo muerte, hablan de muerte”.

Finalmente, dirigiéndose a los responsables políticos, mostró su esperanza: “Esta noche me gustaría que, desde todas las partes de la tierra, gritásemos: ‘Sí, es posible para todos’. Más aún, quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: ‘Sí, queremos’”.

Lo cierto es que, a los pocos días, se vino abajo la pretensión de intervenir en Siria. En el Reino Unido, su Parlamento lo había rechazado y, pese a que Francia sí se mostraba dispuesta, todo se fraguó con un acuerdo entre los máximos mandatarios de los Estados Unidos y Rusia, Barack Obama y Vladimir Putin (que había recibido una carta del Papa antes de la cumbre del G-20), por el que se concedía al régimen sirio un plazo para que destruyera su arsenal químico. El 1 de noviembre se anunció que este ya había desaparecido.

Sin embargo, y aunque la amenaza de una intervención extranjera se apagara, la guerra en Siria continúa y las desgarradoras consecuencias las sufre la población. Según el último informe de la ONU, han muerto 120.000 personas, hay 6,3 millones de desplazados internos y 2,3 millones se han refugiado en otros países. Además, hasta tres cuartas partes del pueblo sirio necesitará ayuda humanitaria en 2014, habiendo riesgo de hambruna. Un caos en el que la comunidad cristiana ha sido muy afectada, aunque los líderes de todas las confesiones insisten en que no hay una persecución religiosa.

Respuesta desde la fe en Filipinas

En cuanto a los desastres naturales, Filipinas ha tomado en este 2013 el triste testigo que en otros años estuvo en manos de países como Haití o Japón. En este caso, se trató del tifón Haiyan, que se cebó, entre el 8 y el 11 de noviembre, con las 7.000 islas del archipiélago filipino. Hasta el punto de que, pese a rebajar la cifra inicial que hablaba de 10.000 muertos, la ONU ha calculado que se han producido 5.759 fallecimientos. A los que hay que sumar 1.779 desaparecidos y la dramática situación de hasta cuatro millones de refugiados, de los que más de 93.000 permanecen en campos de refugiados.

Pese a las dimensiones de la catástrofe, la Iglesia en Filipinas (el país, antigua colonia española, es el gran baluarte del catolicismo en Asia) ha estado siempre cerca de su pueblo (con la oración y con la acción material) y ha destacado cómo su profunda fe le ha otorgado esperanza.

A las pocas horas de concluir la tormenta, José Palma, presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas, fue muy claro: “Ningún tifón puede disminuir la fuerza de ánimo de los filipinos. El cataclismo podrá ser el peor que haya visto el mundo, pero la fe en Dios es todavía más fuerte”.

Aparte de la valerosa acción de las instituciones cristianas que están asentadas en el país desde hace décadas (como diversas comunidades de misioneros o Manos Unidas), desde fuera ha llegado en este tiempo una ingente ayuda. En lo eclesial, las Cáritas de muchos países o las Obras Misionales Pontificias (OMP) se han volcado en su ayuda. El primero en dar ejemplo fue Francisco, quien, además de llamar en varias ocasiones a la movilización por Filipinas, hizo un primer donativo de 150.000 dólares (112.000 euros) a través del Pontificio Consejo Cor Unum.

Si hay algo seguro, por suerte y por desgracia, es que en 2014 la Iglesia tendrá que seguir siendo un “hospital de campaña” con las víctimas de todas las crisis.

En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial

Compartir