Lío en Río, en la Iglesia y en el mundo

Francisco presidió en Brasil una JMJ exitosa y llena de mensajes significativos

papa Francisco preside misa final de la JMJ Río 2013 playa Copacabana

Aspecto de la playa de Copacabana en la misa de clausura de la JMJ de Río

JOSÉ LORENZO | Poco se podía imaginar el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, cuando, acomodado en clase turista, volaba a Roma para el cónclave de marzo, que el viaje de regreso a su continente lo haría como papa. Cuatro meses después, ya como Francisco, pisaba suelo brasileño para participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Río de Janeiro.

En esa concatenación de anécdotas con las que también se escribe la historia, el primer papa latinoamericano regresaba al país donde, de alguna manera, empezó a fraguarse un cambio que le puso, precisamente a él, en la sede de Pedro. Porque, después de la Conferencia de Aparecida –la que celebraron los obispos latinoamericanos en el año 2007 en el famoso santuario brasileño–, la figura de quien fue uno de sus protagonistas, y cuya reflexión eclesial y pastoral sobrevuela las páginas del Documento de Aparecida, se fue agrandando en paralelo a la constatación de que el eje de rotación de la Iglesia católica no podía ser ya más el de la vieja Europa, enferma de endogamia y temerosa de unos signos de los tiempos que la situaban a pie de página.

Así pues, Bergoglio visitó Río de Janeiro, donde se pudo constatar que el “efecto Francisco” había llegado para quedarse, también entre los más jóvenes, que en número cercano a los tres millones, se empaparon y enfriaron para oírle, verle y tocarle. Pero, sobre todo, fue un regreso a Aparecida, a un programa pastoral llamado ahora a traspasar las lindes del continente con más católicos del planeta, y para invitar, en definitiva, a toda la Iglesia a “hacer lío”.

Esta expresión la formuló ante los jóvenes compatriotas reunidos en la catedral de Río. El Papa había pedido “un lugarcito” para encontrarse con ellos. De muchos había sido su arzobispo y no les había vuelto a ver desde que tomó aquel avión a Roma. El ambiente era más propio de un concierto con alguna estrella de la música. Y tampoco les defraudó.

“Espero lío. Aquí en Río de Janeiro, sé que va a haber, pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga fuera. Quiero que la Iglesia, las parroquias, los colegios salgan a la calle”, les exhortó Francisco, animándoles a no estar encerrados en sí mismos, a salir de “la mundanidad, la instalación, el clericalismo”. “Las iglesias son para salir; si no salen se convierten en una ONG. Y la Iglesia no es una ONG”, les dijo también, antes de excusarse por el lío que él mismo acababa de armar: “Que me perdonen los obispos y los curas si les arman lío a ustedes, pero es el consejo que les tengo que dar”, dijo sonriendo…

papa Francisco visita Hospital de San Francisco en la Providencia JMJ Río 2013

Abrazo a un paciente del Hospital de San Francisco en la Providencia en Río de Janeiro

Salir para servir

A lo largo de los siete días de estancia en Brasil, aunque sin expresarlo con esa inédita frescura en un lenguaje pontificio, esas mismas claves las fue repitiendo también a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los laicos: salir, sin miedo, al mundo, al encuentro del otro, “para servir”. Y lo hizo sacudiendo inercias o planteando preguntas incómodas que no dejaron indiferentes a nadie, y que pusieron a los chicos y chicas llegados de los cinco continentes en disposición a embarcarse desde la misma playa de Copacabana en la misión que se les pedía.

Allí, en la meditación del Vía Crucis, el silenció restalló en más de una ocasión, como cuando les preguntó como quién querían ser en el camino que llevó a Cristo al Calvario: “¿Como Pilato, como el Cirineo, como María?”.

Durante la visita al Santuario de Aparecida –al que prometió regresar en 2017, un anuncio que dejó descolocado al mismísimo P. Federico Lombardi–, flotaba la sensación de alguien que vuelve a un lugar especialmente querido. Eso era lo que le pasaba a Bergoglio cuando tomó la pequeña talla de la patrona de Brasil y la besó. Como era de esperar, en su homilía fue inevitable la alusión a aquella V Conferencia Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM) y al documento nacido de aquellas jornadas de trabajo colegial.

“Los obispos que trabajaron entonces –que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la misión– se sentían acompañados e inspirados por los peregrinos que acudían a compartir su vida con la Virgen”, leyó. “Aquella Conferencia –continuó– fue un gran momento de la vida de la Iglesia, y puede decirse que aquel documento surgió del encuentro entre el trabajo de los pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María”.

Francisco había incluido por deseo propio en la agenda de los actos de la JMJ la Eucaristía en el santuario, un guiño que denotaba la importancia de lo que seis años antes se había gestado entre aquellas paredes, un retorno para impulsar una misión que pasaba de continental a universal y que exigía una “conversión personal y pastoral”. Y, también, “tres sencillas actitudes” para vivir el cristianismo: “Mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría”.

papa Francisco visita favela Varginha durante la JMJ Río 2013

Visita a la favela Varginha

Una alegría que llega a través de Jesús, pues, como enfatizó el Papa, “el cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo”. Carpetazo al eurocentrismo y cambio de coordenadas, geográficas, pero también mentales.

Aquellos días de la JMJ de Río no estuvieron solo dedicados a escuchar a los jóvenes y que estos escuchasen a un papa. De todo eso hubo, pero también dio para mucho más. Por ejemplo, para empezar a preparar los cambios en la Curia romana y, fundamentalmente, para esbozar el perfil del obispo y sacerdote que habrán de acompañar a los fieles. La conversión personal y pastoral también iba por ellos.

Y a todos ellos se dirigió en otra homilía en la catedral de Río. Algo intuía su arzobispo pues, en su bienvenida, le dijo: “Tenemos la certeza de que esta celebración será de renovación para todos nosotros”. Y, efectivamente, les pidió “poner la oreja” a las inquietudes de los fieles, “no ser desmemoriados” con Jesús, a quien han de ir a buscar también “en las favelas”, para abrazarlo “en las personas más necesitadas”. También a ellos, en definitiva, les estaba pidiendo “hacer lío” en una espiritualidad adormecida, cuando no mortecina o descaradamente carrerista.

Y volvió a sacudirlos, con dulzura, pero con frases llenas de cargas de profundidad, cuando se encontró con los obispos del CELAM –por extensión, con todos los del mundo–. A ellos les pidió ponerse en estado de misión –en su doble dimensión, misionera y paradigmática– para llevar a cabo la renovación interna de la Iglesia y el diálogo con el mundo de hoy. “Estamos un poquito retrasados en lo que a conversión pastoral se refiere”, les dijo con suavidad, pero con la misma contundencia que cuando les pidió no caer en tres tentaciones: la de la ideologización del mensaje evangélico, el funcionalismo y el clericalismo. Y todo ello, sin tener “psicología de príncipes”.

Ya de regreso a Roma en el avión papal, con la guardia un poco baja los vaticanistas, Francisco volvió a sorprender sometiéndose durante algo más de una hora a sus preguntas. Reformas en la Curia romana, abusos sexuales, corrupción, sacerdocio femenino, homosexuales… Francisco haciendo, él también, lío con un mundo que le escuchaba atónito.

En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial

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