Lampedusa: por la globalización de la fraternidad

En su primer viaje, Francisco se encontró con inmigrantes que arriesgan sus vidas en el mar

papa Francisco con inmigrantes en Lampedusa 8 julio 2013

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Apenas llevaba cuatro meses calzando las sandalias del Pescador cuando Francisco evidenció hasta qué punto llega su compromiso con quienes sufren, a causa de la inequidad, en las “periferias existenciales”. Fue el 8 de julio cuando arribó a la isla de Lampedusa, la puerta de entrada a Europa a la que miles de inmigrantes africanos anhelan llegar desde las costas de Libia y Túnez.

En su primer viaje por Italia, el Papa argentino, originario de una familia que tuvo que emigrar desde la misma Italia, quiso imprimir un sello pastoral alternativo. Y es que, en su encuentro con cientos de inmigrantes llegados hasta Lampedusa, la gran mayoría eran musulmanes.

De un modo integral, Bergoglio mostró a las claras que el compromiso de cualquier cristiano ha de estar con todas las víctimas de la injusticia. Y lo hizo de dos formas. Primero, con una visita que se saltó los cánones habituales y apostó por la sencillez (salvo la alcaldesa local, se pidió desde el Vaticano que no acudieran más representantes institucionales, teniendo todo el protagonismo las personas atendidas y los habitantes de la isla). Y, segundo, a través de la palabra rotunda, con una de las denuncias específicas que han marcado este inicio de pontificado: la vigencia de la “globalización de la indiferencia”.

Así, haciendo referencia a los numerosos casos en los que las pateras de los inmigrantes acaban naufragando (según Fortress Europe, cerca de 7.000 personas han muerto en las aguas de Lampedusa desde 1994), el Papa clamó apelando a la fraternidad, para lo que se inspiró en el episodio evangélico por el que Dios interpela a Caín tras asesinar a su hermano Abel: “‘¿Dónde está tu hermano? La voz de su sangre grita hasta mí’, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestros intentaban salir de situaciones difíciles, para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y sus familias, pero han encontrado la muerte. (…) Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto: hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna. (…) La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en unas pompas de jabón que son bonitas, pero no son nada; son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros o, mejor, lleva a la globalización de la indiferencia”.

Si entonces estas palabras sonaron como un aldabonazo en la conciencia de una Europa que en gran parte se sostiene con el peso de la comunidad migrante, los responsables políticos –a los que el Papa rogaba que Dios les concediera “la gracia de llorar” por “la crueldad que hay en el mundo”, ocasionada en gran parte por “decisiones socio-económicas que producen situaciones que llevan a dramas como estos”– no pudieron mirar para otro lado el 3 de octubre, cuando una patera en la que viajaban unas 500 personas se hundió y causó la muerte de al menos 360.

Entonces, cuando un emocionado Bergoglio resumió lo sucedido tachándolo directamente de “vergüenza”, los 28 jefes de Estado que los días 24 y 25 iban a reunirse en la Cumbre de la Unión Europea (UE), incluyeron la inmigración como uno de los temas principales a abordar en su asamblea. Sin embargo, ocurrió algo parecido a la contradictoria respuesta de Italia (que otorgó la nacionalidad a título póstumo y organizó funerales de Estado para los muertos, a la vez que expulsaba a los supervivientes) y, en vez de buscar medidas de protección de la vida de las personas y desarrollar acciones de apoyo al desarrollo en sus países de origen, se acabó plasmando una división entre los estados del Norte y el Sur de la UE, con España, Grecia e Italia reclamando en vano la adopción de una política común.

colocación de las cuchillas en la valla de Melilla

Colocación de las cuchillas en la valla de Melilla

El “fracaso” de la Cumbre de la UE, como lo tildaron en un comunicado conjunto Cáritas y el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR), tuvo su principal déficit en la imposibilidad de alcanzar un consenso de mínimos que asegurase aspectos esenciales, a su juicio, como la “abolición de la detención indiscriminada de inmigrantes irregulares”, la “apertura de canales para la migración legal por motivos de trabajo” o “el enjuiciamiento de las redes criminales que se lucran mediante la explotación y la tortura de los migrantes”.

Cuchillas por respuesta

Pero aún se fue más allá y, en el caso de España, se emprendió una respuesta específica que apostó por el extremo contrario, recuperándose las cuchillas y las mallas antitrepa que había instalado (y retirado) el anterior Gobierno en Ceuta y Melilla. Desde entonces, además de las críticas de las fuerzas de la oposición, el Ejecutivo de Mariano Rajoy ha tenido enfrente a numerosos colectivos cristianos que han tachado la medida como una “vulneración de los derechos humanos”.

Entre las voces que con más fuerza se oponen a esta política, que agudiza el drama de los inmigrantes, destaca por su claridad y valentía el arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, cuya diócesis cuenta con un amplio programa de apoyo a las cerca de 20.000 personas que, provenientes desde numerosos países del Subsahara, se encuentran varadas en Marruecos, sin documentación y a la espera de poder “dar el salto” hasta España.

En este sentido, ante la muerte en Tánger, en el transcurso de una redada de la policía marroquí, de un joven camerunés de 16 años cuyo cadáver apareció tras caer de un cuarto piso, se produjo semanas atrás un hecho muy sintomático: cientos de compañeros se atrevieron a manifestarse por las calles denunciando lo que consideraron un crimen y reclamando un cambio en el modo en que son tratados. Entonces, desde Vida Nueva, Agrelo no dudó en tachar de “holocausto” un fenómeno en el que Europa mantiene un silencio y una inactividad “cómplice”.

Ante el 2013 que concluye, es de esperar que el año próximo suponga un antes y un después en un drama profundo del que Lampedusa, Ceuta y Melilla son solo sus últimos reflejos. Ante el anhelado nuevo paradigma, sería necesario que toda la sociedad, empezando por los responsables más directos, se dejaran interpelar por los pastores que piden despertar ante una herida nacida de la injusticia y se dejaran abrazar por la globalización de la fraternidad.

En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial

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