Francisco, el Papa que devolvió la alegría

El cónclave posterior a la renuncia de Benedicto XVI eligió a un hombre “del fin del mundo”

papa Francisco en el balcón 13 marzo 2013 se inclina

JOSÉ LORENZO | A la quinta fue la vencida. Eran las 19:07 horas del miércoles 13 de marzo cuando las miles de personas que, desafiando al viento y a la lluvia, se habían congregado en la Plaza de San Pedro para seguir el desarrollo del cónclave, vieron una densa humareda blanca saliendo de la chimenea en la que una gaviota, durante buena parte de la tarde, había estado distrayendo las miradas y objetivos de las cámaras.

Una hora y cinco minutos después, fijas las mismas miradas y objetivos en la balconada de la Basílica de San Pedro, a la que se accede desde la loggia del Aula de las Bendiciones, observaron movimientos en unos gruesos cortinones granates antes de descorrerse para que emergiera una figura blanca, sin más aditivos que una cruz que, claramente, se veía que no era dorada. A pesar del metal, primer destello deslumbrante.

Menos de veinte minutos después sin apenas parpadeos, aquel nuevo obispo de Roma llegado del fin del mundo había comenzado con su pueblo “un camino de fraternidad, de amor, de confianza”, sellado con otro no menos histórico gesto, una bendición donde el cabeza de la Iglesia la agachaba ante el Pueblo de Dios.

Un camino que ha ido ensanchándose para acoger a tantos otros que, desde distintas creencias o incluso increencias, asisten atónitos a lo que en un principio fue calificado de “efecto Francisco”, supeditado a los tintes pasajeros propios de tantos ensimismamientos, fenómeno al que tampoco es ajena la Iglesia, claro, pero que se ha ido viendo que no es impostura ni improvisación.

Así lo afirman quienes trabajaron y trataron con él siendo arzobispo de Buenos Aires. El cargo no lo ha cambiado. Solo advierten como novedad una energía que no le recordaban tan plena apenas comenzado el año 2013, una paz que le inundó aquella fría tarde del 13 de marzo, cuando en la Capilla Sixtina los escrutinios iban sumando cada vez más veces su nombre y él fue consciente de cómo una gran serenidad comenzaba a adueñarse de su voluntad. Una paz que, como acaba de asegurar en una nueva entrevista a un periódico generalista (otro dique de contención que se desmorona, el de la relación de una institución multisecular con los medios de comunicación), la mantiene todavía y que considera “un don del Señor”.

papa Francisco sale de la Capilla Sixtina tras el cónclave 2013

Primera imagen de Francisco saliendo de la Capilla Sixtina

El cónclave del basta ya

Comenzaba así el pontificado de Francisco, un nombre que conlleva ya toda una declaración de intenciones, y concluía un cónclave que se había iniciada la víspera, y al que precedieron diez congregaciones generales del Colegio Cardenalicio. Tras los graves escándalos que habían zarandeado a placer a la Iglesia en los últimos años (“la viña devastada por jabalíes”, de la que había advertido Ratzinger), este cónclave se presentaba como el del basta ya.

Se percibió ese anhelo en las discusiones previas de los cardenales. Los registros oficiales hablan de 161 intervenciones, en donde, a buen seguro, además de pulsar el estado del mundo en este principio de milenio y sus cambios vertiginosos, se abordó a fondo la preocupante situación interna de la Iglesia, del necesario cambio de rumbo, evidente incluso para los más escépticos, y del perfil del hombre que habría de intentar taponar la vía por la que la institución estaba perdiendo a manos llenas su credibilidad, también entre no pocos de sus fieles.

En aquellas sesiones de las congregaciones generales, celebradas entre el 4 y el 11 de marzo, todos los purpurados ofrecieron sus reflexiones. También el cardenal arzobispo de Buenos Aires, quien leyó unos apuntes manuscritos en un folio, con un título que era otra declaración de intenciones: La dulce y confortadora alegría de evangelizar (ver recuadro al final), expresión de su admirado Pablo VI.

Un esbozo en cuatro puntos que hoy, solo nueve meses después, han sido probablemente más interiorizados por el común de los fieles que ninguna otra reciente reflexión pontificia, con expresiones como periferias, mundanidad, autorreferencialidad… ya moneda corriente en prédicas y diagnósticos.

Así, Jorge Mario Bergoglio compartía su sueño de que “la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales”. Y añadía que, cuando no salía de sí misma, la Iglesia “deviene autorreferencial y entonces se enferma”. A lo que seguía, según el análisis del cardenal argentino, que “cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual”.

Y concluía su intervención pensando en el próximo papa: “Un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de ‘la dulce y confortadora alegría de la evangelizar’”.

Un programa para otro

Las líneas de este manuscrito, regalado luego al cardenal de La Habana, muestran que quien ahora es Francisco no improvisaba cuando era un mero cardenal elector, y no de los jóvenes.

Aquel programa pensado para otro, concentrado en una letra menuda y apretada, repetido tantas otras veces después en audiencias y angelus multitudinarios, lo ha sistematizado, con el mismo aroma, en su primera exhortación apostólica, Evangelli gaudium, un texto donde denuncia tantas lacras de este mundo a las que parece que el ser humano se ha resignado a padecer, cuando solo es cuestión de voluntad el eliminarlas, cuanto con reflexiones para hacer de la Iglesia “una casa”, que no “una aduana”, y que afronte su “impostergable renovación eclesial” para recuperar la alegría del Evangelio y “no convertir nuestra religión en una esclavitud cuando la misericordia de Dios quiso que fuera libre”.

papa Francisco saluda a la gente a la salida de misa

Saludo a los fieles en la parroquia de Santa Ana en su primera misa como papa

Nueva sintonía

No han faltado en este tiempo tampoco los “profetas de calamidades”, temerosos de una pérdida de sacralidad de la institución como contrapartida a lo que creen que es hacerla, precisamente, más mundana con un hombre que, dicen, saben de teología lo justito. Agoreros frente a una modernidad ante la que consideran que no merece la pena hacer el más mínimo esfuerzo por entender o acompañar sin caer en entreguismos, se han quedado solos en sus lamentos y fundamentos, pues Francisco no ha cambiado nada de la partitura, aunque la música ya suena distinta. Y a la gente le gusta la nueva sintonía.

Esa es una de las razones de la fascinación que ejerce también entre los no creyentes. No es habitual que un personaje centre tanto la atención mundial, y en todos los estratos sociales, y en tan poco tiempo como lo ha hecho este hombre, que lo mismo denuncia un sistema económico que mata a tantos inocentes como deja que un niño juegue con su solideo sin perder ni la compostura ni la sonrisa.

La revista Time le acaba de declarar persona del año 2013 “por haber trasladado el pontificado del palacio a las calles, por comprometer a la mayor religión del mundo a enfrentar sus necesidades más profundas y equilibrar el juicio con la misericordia”. Y muchos han estado de acuerdo con la elección.

La dulce y confortadora alegría de evangelizar

“Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia. –’La dulce y confortadora alegría de evangelizar’ (Pablo VI)–. Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa.

1. Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.

2. Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis, Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente, el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.

3. La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. Simplificando, hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.

4. Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de ‘la dulce y confortadora alegría de la evangelizar’”.

En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial

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