Francisco canoniza al jesuita Pedro Fabro, precursor del ecumenismo

San Francisco, san Ignacio y Pedro Fabro, fresco en el colegio jesuita San Luis, en El Puerto de Santa María, Cádiz

El Papa hace santo a uno de los compañeros de san Ignacio de Loyola

San Francisco, san Ignacio y Pedro Fabro, fresco en el colegio jesuita San Luis, en El Puerto de Santa María, Cádiz

San Francisco, san Ignacio y Pedro Fabro, en un fresco en el colegio jesuita San Luis, en El Puerto de Santa María, Cádiz

M. Á. MORENO | El papa Francisco canonizó ayer, martes 17 de diciembre, tras una audiencia privada con el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Angelo Amato, al jesuita Pedro Fabro (1506-1546), que había sido proclamado beato por el papa Pío IX en 1876 y formó parte de los primeros seis compañeros de San Ignacio de Loyola, el fundador de Compañía de Jesús.

Pedro Fabro, sacerdote jesuita nacido en Saboya (hoy Francia), entró en contacto con Ignacio de Loyola en París, donde fue a estudiar y se encontró con los primeros compañeros de lo que sería la orden jesuita. Fue un estudiante muy aplicado, que obtuvo el bachiller en Artes, a lo que siguió el estudio de Teología.

Se ordenó sacerdote en 1534, tras haber realizado unos ejercicios espirituales con Ignacio de Loyola. Fue el primero –de los que luego formarían la orden jesuita– en recibir el ministerio sacerdotal. El mismo año realiza un juramento junto a sus compañeros en la capilla de San Dionisio en Montmartre, con el que asume el voto de pobreza, castidad, y trabajo en Tierra Santa.

Enseñanza y diálogo con los protestantes

Su labor como jesuita estuvo centrada en la enseñanza y el trabajo en diversas ciudades europeas, como fueron Worns y Ratisbona (Alemania), donde también fue asistente del nuncio papal en tierras germanas, además de realizar otros trabajos en los Países Bajos y Alemania, encargados tanto por el papa Pablo III como por san Ignacio. Además, ejerció como profesor de Teología y Sagrada Escritura en la Universidad de la Sapienza de Roma y también fue docente en la Universidad de Mainz (Alemania).

Uno de los rasgos más interesantes en los 40 años de vida de Pedro Fabro fue el diálogo que mantuvo con los protestantes, en plena Reforma luterana, donde participó en varias jornadas de diálogo y fue un precursor del ecumenismo, algo que se refleja en su obra Memorial, en la que recoge las experiencias que vivió a este respecto durante los últimos años de su vida.

En 1546, Pedro Fabro es nombrado por el papa Pablo III como uno de los teólogos papales en el Concilio Ecuménico de Trento. Fabro, que se encontraba en España con la salud muy debilitada, viajó a Roma para visitar a Ignacio de Loyola antes de ir a Trento, pero cuando se disponía a ir a la localidad del norte italiano, un ataque de fiebre provocó su muerte, acompañado por el general de los jesuitas, cuya orden había obtenido la aprobación papal en 1541.

Ejemplo del “sacerdote reformado” para Francisco

Pedro Fabro encarna para el papa Francisco el ejemplo del “sacerdote reformado”, según explicó el Pontífice al jesuita Antonio Spadaro, en la entrevista para la revista de los jesuitas La Civiltà Cattolica del pasado mes de septiembre.

Preguntado en esa ocasión por su modelo ideal dentro de la Compañía de Jesús, Bergoglio cita a san Ignacio y san Francisco Javier, pero “enseguida se detiene en una figura que los jesuitas conocen, pero que no es muy conocida por lo general: el beato Pedro Fabro”, explica Spadaro en el texto.

En palabras del propio Francisco, el diálogo es una de las claves de la vida del entonces beato y a partir de ayer, santo: “El diálogo con todos, aun con los más lejanos y con los adversarios; su piedad sencilla, cierta probable ingenuidad, su disponibilidad inmediata, su atento discernimiento interior, el ser un hombre de grandes y fuertes decisiones que hacía compatible con el ser dulce”, caracterizó sobre el nuevo santo, que cuenta con gran devoción en la región saboyana.

Compartir