Es tiempo de vivir en paz

Monseñor Jairo Jaramillo Monsalve, Arzobispo de Barranquilla

La cercanía de la fiesta de la Navidad nos permite recordar las palabras del salmista cuando exalta jubiloso que el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. No hago referencia a una alegría pasajera y emocional, a la cual nos acostumbra este mundo, sino al gozo profundo de sentirnos miembros de una gran familia, la familia de los hijos de Dios, de los miembros de la Iglesia.

La Navidad es la concreción del proceso salvífico de Dios para la humanidad, evidenciada en la venida de Cristo al mundo para realizar la redención humana con su muerte y su resurrección; para enseñarnos no sólo con palabras, sino con el mayor testimonio de amor al extremo, al hacerse semejante al hombre para poder redimir con su vida el pecado que reinaba entre sus hermanos.

Dios asume la naturaleza humana como oblación y nos ofrenda en Jesús el signo de vida nueva, de vida en plenitud. En Jesús descubrimos el Evangelio de la novedad, del Dios que inaugura otro estilo de vida para los hombres, enseñándoles a vivir en comunidad y fraternidad con la instauración de su Reino en medio de nosotros, el reino de la justicia, de la equidad, en síntesis: el reino del amor.

Esta época del año nos permite reencontrarnos con nuestros seres queridos, redescubrir en sus rostros y afectos el valor de la familia.

Al contemplar unidos, alrededor del pesebre, el gran ejemplo de humildad de la familia de Nazareth, fortalezcamos nuestra oración por las familias del mundo, de manera especial por las familias de nuestro país.

La práctica de la caridad

La esperanza reinante en el ambiente de las calles, de los campos y de todos los rincones de nuestro pueblo colombiano, propios de la época decembrina, deben contribuir para que asumamos con firmeza nuestra responsabilidad cristiana de hacer vida las enseñanzas de Jesús, la práctica de la caridad con el que sufre no da espera, se hace necesario asumir como propio el dolor del hermano y convertirnos en verdaderos discípulos misioneros en nuestro pueblo, para que en Él tengan vida.

Jesús nos enseñó la gran misión eclesial de atender preferencialmente a los más pobres, a los excluidos, a quienes por causas del egoísmo imperante, eran distanciados de algunos círculos sociales. Nada hay humano que sea ajeno al corazón de la Iglesia.

Dios asumió en Jesús la condición del doliente, del desamparado, asumió la condición de los más pobres para redimirlos de la pobreza extrema, de la miseria de la esclavitud, y les dio vida para vivir dignamente entre sus hermanos.

Del seno de la virgen María y del padre adoptivo san José, Jesús asumió sus enseñanzas para vivir y enseñarnos cómo se vive en familia. La santísima Virgen como primera cristiana, como estrella de la evangelización, abrió su vida completa para ser instrumento de la voluntad Divina, entregó su corazón a Dios y a sus promesas.

El camino de paz que hemos asumido los colombianos nos exige orar intensamente ante el Señor, para que como ofrenda de su misericordioso amor por la humanidad, derrame sobre nuestro pueblo el don de la paz, una auténtica paz que brote del corazón de cada hombre y de cada mujer que habita este próspero pero sufrido territorio.

Es tiempo propicio para exaltar con alegría “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”, unámonos con fe y esperanza a este tiempo de Navidad, recordemos con el pesebre que, en Jesús de Nazareth, la humanidad conoció la paz de Dios.

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