La larga marcha de Mandela

Nelson Mandela, fallecido en diciembre 2013

Nelson Mandela, fallecido en diciembre 2013

La larga marcha de Mandela [extracto]

CARMEN MÁRQUEZ BEUNZA, Universidad Pontificia Comillas | Corría el año 1980 cuando un periodista de la BBC sonreía escéptico ante las sorprendentes palabras del arzobispo anglicano de Ciudad de El Cabo. Desmond Tutu se mostraba convencido de que, en tan solo cinco o diez años, Nelson Mandela, que por aquel entonces cumplía cadena perpetua en la prisión de Robben Island, sería presidente de la nación.

Ante la incredulidad del periodista, el purpurado replicó obstinadamente: “Hermano, la fe cristiana es esperanzadamente optimista, porque se basa en la fe en alguien que murió un viernes dejando a todos absolutamente desesperanzados con su ignominiosa derrota, y, sin embargo, resucitó el domingo”.

Cuando todo hacía presagiar una guerra civil, Tutu se atrevía a soñar una Sudáfrica convertida en “nación del arcoíris”, que, para desconcierto de propios y extraños, no tardó en hacerse realidad gracias, precisamente, a la excepcional personalidad de Mandela.

Las elecciones democráticas de 1994, celebradas tras un largo proceso de negociaciones, hicieron realidad una vieja aspiración política de la comunidad negra: la instauración de un sistema democrático no racial. Negros, blancos, indios y mestizos acudieron, por primera vez, juntos a votar. Mandela fue proclamado presidente de la nación y el mundo pudo contemplar aliviado cómo se ponía fin a uno de los regímenes políticos más injustos del planeta.

Durante cuatro largas décadas, los afrikáners habían instaurado un perverso sistema que legitimaba la desigualdad racial y la opresión, que marginaba y condenaba a la miseria a la mayoría de la población, amparados por una Constitución que invocaba al Dios cristiano. Y es que aquellos fervientes calvinistas, que justificaban el racismo en nombre de Dios, se concebían a sí mismos como un pueblo elegido, como lo habían sido los israelitas, portadores de un especial destino: gobernar Sudáfrica desde una estricta separación racial.

Las Iglesias y la comunidad ecuménica rechazaron esta visión, denunciaron al Gobierno de Pretoria, al que acusaron de defender algo inmoral, herético y blasfemo, y se opusieron abiertamente al proyecto del “desarrollo separado”, contribuyendo al final del apartheid.

Capacidad de perdón

Sudáfrica se libraba de la peor de sus pesadillas. Pero tenía por delante una difícil tarea: alumbrar una nueva nación reconciliada. Y contó para ello con el mejor guía posible. Desde su liberación, Mandela dio muestras de una magnanimidad y una capacidad de perdón sin precedentes. Gestos como la visita a la viuda del primer ministro H. Verwoerd para tomar el té, la invitación a sus antiguos carceleros a su nombramiento presidencial o su encuentro con el juez que le había sentenciado a cadena perpetua eran más elocuentes, si cabe, que sus palabras.

En un tiempo tan necesitado de verdaderos dirigentes,
el mundo honra la memoria de
uno de los grandes referentes morales y políticos del siglo XX
y rinde homenaje a un hombre dispuesto a luchar y morir por un ideal.

Los 27 largos años pasados en prisión habían acrisolado el temperamento y la voluntad de aquel joven y prometedor abogado negro, que, ante la ineficacia de la vía pacífica, se había decantado por la lucha armada. En aquella peculiar universidad en que se convirtió Robben Island, Mandela había aprendido algunas lecciones esenciales: que ser libre no es solo desprenderse de las cadenas, sino vivir de un modo que respete y aumente la libertad de los demás; que incluso los hombres más duros son capaces de cambiar si se consigue llegar a su corazón; y que un dirigente debe siempre matizar la justicia con el perdón.

“Hay momentos en los que un líder debe adelantarse al rebaño, lanzarse en una nueva dirección, confiando en que está guiando a su pueblo por el camino correcto”, había escrito. Y, desde su primer día al frente del Gobierno, trazó nítidamente la dirección a seguir: el camino de la reconciliación.

El domingo día 8 de diciembre, las campanas de todas las iglesias del país han repicado convocando a una jornada de oración y acción de gracias por el hombre que llevó a cabo el milagro sudafricano, que supo conducir magistralmente el tránsito pacífico del sistema del apartheid a un régimen democrático y multirracial.

Mandela nos ha dejado un 5 de diciembre, el mismo día en el que 18 años atrás creara la comisión ‘Verdad y Reconciliación’, como si quisiera recordarnos que su mejor y más valioso legado es precisamente el del perdón.

En un tiempo tan necesitado de verdaderos dirigentes, el mundo honra la memoria de uno de los grandes referentes morales y políticos del siglo XX y rinde homenaje a un hombre dispuesto a luchar y morir por un ideal, a un presidente que encarnó la convicción más firme de su buen amigo Tutu: “Porque existe el perdón, el futuro es posible”.

En el nº 2.875 de Vida Nueva.

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