Editorial

Fiestas para la fraterna solidaridad

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Cada vez se adelantan más las fiestas navideñas en el ámbito del consumo. Cada vez más se advierten los nuevos espacios sagrados, esos de los que Saramago hablaba como nuevos templos de una nueva religión, con sus dioses a los que hay que rendir culto. La Navidad adelantada a todo el mes de diciembre.

Y en estos años de dificultades, siguen resonando los ecos de la pobreza, las dificultades de muchas familias en situación precaria, el modo de vida de muchos inmigrantes, el hambre, la miseria… situaciones que envilecen la condición humana.

Por encima de todo, es tiempo para la fraterna solidaridad. No es solo tiempo de blandas lágrimas, sino de justicia y solidaridad; pero también de un estilo de vida distinto. También, y sobre todo, en los cristianos, testigos del amor de Dios, principalmente con quienes sufren.

Resuenan los ecos de estas situaciones en las estadísticas que nos ofrece Cáritas, pero también en las clamorosas llamadas a la cordura y a la acción contundente a favor de otros hermanos que sufren en otras latitudes. La cercanía del norte de África, el destino a nuestro país y a Europa de quienes huyen de aquellas tierras en busca de mejorar sus vidas, masacradas por el hambre y la miseria, nos pone delante un nuevo problema, una nueva situación: la de quienes encuentran vallas mortales en las lindes de sus países, precisamente en un mundo cada vez más globalizado, cada vez más unido y con menos fronteras, pero que olvida que las barreras no solo hay que derribarlas en la economía; también en la defensa de los derechos humanos.

A los cristianos nos corresponde
en estos días de consumismo veloz y voraz,
poner alma y vivir el estilo evangélico,
con la austeridad solidaria, no con la que solo sirve para acumular.

Vida Nueva acerca en este número realidades palpitantes en las que los “nuevos samaritanos” se acercan para curar las heridas de quienes son asaltados y robados en su dignidad. Y los curan con “el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”.

Con este amplio reportaje deseamos no solo reconocer la labor de tantas personas, creyentes o no, en favor de los más pobres. Es la otra cara de una sociedad que aún tiene suficientes defensas en su corazón para poder recuperarse del egoísmo.

Y la Iglesia, junto a tantos hombres y mujeres de buena voluntad, sigue en esa brecha, junto a los gozos y esperanzas, inyectando en las venas del mundo el amor que parte y reparte. El papa Francisco se viene convirtiendo en una llamada permanente para esa labor samaritana. Y así, aunque suma y sigue la lista de moratones en las carnes de la humanidad sufriente, no descienden las manos solidarias. Es muy importante reconocerlo en estos días previos a las fiestas navideñas.

A los cristianos nos corresponde en estos días de consumismo veloz y voraz, poner alma y vivir el estilo evangélico, con la austeridad solidaria, no con la que solo sirve para acumular. Es el momento de esa actitud, no solo de la dávida económica. Sentir con los más pobres, trabajar junto a ellos y dejarnos la piel por transparentar el Misterio de Belén.

Todo lo demás está bien. La alegría y la fiesta, pero solo si va acompañada del estilo, de la entrega, del testimonio y de la voz profética de quien, voz hecha carne, se vino a vivir con nosotros para devolvernos la dignidad perdida y desterrar el odio que nos impide ser hermanos.

En el nº 2.875 de Vida Nueva. Del 14 al 20 de diciembre de 2013.

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