El Mesías niño y la esperanza cristiana. Meditación teológica de Navidad

El Buen Pastor, cuadro de Murillo

La infancia como esencia divina

El Buen Pastor, cuadro de Murillo

‘El Buen Pastor’, de Murillo

JACINTO NÚÑEZ REGODÓN, Universidad Pontificia de Salamanca | El ángel dijo a los pastores: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-12).

En este texto del evangelio de san Lucas se observa fácilmente que el anuncio de la salvación expresado con la triple indicación de Salvador/Mesías/Señor está en correspondencia con la de niño/pañales/pesebre: el Salvador en un niño, el Mesías en pañales, el Señor en un pesebre. La noticia resulta clara y sorprendente: ¡el Mesías esperado es un niño!

Pretendo, con esta meditación, que también nosotros, como los pastores, busquemos al niño envuelto en pañales, no tanto para expresarle ahora nuestra ternura cuanto para para penetrar en su misterio.

Hablar de la salvación en clave de infancia es cualquier cosa menos infantil. En este sentido, resulta particularmente ilustrativo el testimonio de Paul Claudel, dramaturgo, poeta y ensayista francés, que se convirtió al catolicismo en 1886, cuando contaba 18 años, una noche de Navidad, en la catedral de Notre Dame. Al evocar aquella experiencia veintisiete años después, la narra de la manera siguiente:

“Así era el desgraciado muchacho que el 25 de diciembre de 1886, fue a Notre Dame de París para asistir a los oficios de Navidad. Entonces empezaba a escribir y me parecía que en las ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes. Con esta disposición de ánimo, apretujado y empujado por la muchedumbre, asistía, con un placer mediocre, a la Misa mayor. Después, como no tenía otra cosa que hacer, volví a las Vísperas. Los niños del coro vestidos de blanco y los alumnos del pequeño seminario de Saint-Nicholas-du-Cardonet que les acompañaban, estaban cantando lo que después supe que era el Magníficat. Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía.

En un instante mi corazón fue tocado y creí. Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable… Las lágrimas y los sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del Adeste aumentaba mi emoción”.

Hay que subrayar que P. Claudel resume aquella experiencia como un “sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una revelación inefable”.

Para acercarnos también nosotros a esta “revelación inefable”, trataré en esta meditación, en primer lugar, de enriquecer y ponderar la figura del niño en su aspecto simbólico-literario a partir de algunos textos del profeta Isaías, para, posteriormente, extraer alguna lección sobre la naturaleza de la salvación y de la esperanza cristianas.

Pliego publicado en el nº 2.875 de Vida Nueva. Del 14 al 20 de diciembre de 2013

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