La Iglesia que se presenta pobre

Los Hijos de la Caridad cumplen 50 años en España, siempre en los barrios populares

Hijos de la Caridad en España, Leganés y Getafe

De izq. a dcha., Pepe Rodier, José Miguel Sopeña, Antonio Cano y Norberto Otero

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. Foto: LUIS MEDINA | Cuando el papa Francisco dijo que la Iglesia debía ser como un hospital de campaña cuya prioridad fuera acompañar a los más sufrientes, no habló de la necesidad de un batallón de médicos. A veces, para sembrar esperanza bastan unos pocos comprometidos. Es el caso de los Hijos de la Caridad.

Se cumplen 50 años de su presencia en España y, hoy como ayer, son apenas ocho hombres que suman a su vocación sacerdotal el carisma de vivir en comunidad, entre ellos y con las gentes de los barrios más populares de las grandes ciudades.

Los primeros Hijos de la Caridad llegaron a España a inicios de los años 60. Entonces, el referente era Sebastián Quetglas, nacido en Mallorca pero criado en Francia. A los pocos meses, llegó el parisino Pepe Rodier, hoy el más veterano y quien recuerda con nitidez ese tiempo: “Me impresionó ver que no había nada en Vallecas. Ni una escuela, ni un centro de salud… Eran todo casas bajas y alguna chabola. La clave era lo que hacía Sebastián: visitaba a todo el mundo, conociendo las situaciones de quienes habían venido con hijos y una maleta. Su humildad y campechanía le hacían entenderse con todos, incluso con los falangistas que controlaban el barrio. Había que generar tejido comunitario. Nuestra casa estaba abierta a todo aquel que nos quisiera visitar”.

Cinco décadas después, este mismo espíritu se evidencia en sus comunidades de Leganés y Getafe. En la última, asentada en la parroquia de San Rafael Arcángel, basta con dar un paseo por la calle con los hermanos para ver cómo todos se dirigen a ellos con mucho cariño, contándoles problemas… y chistes.

“Mi esperanza es que, ante el ejemplo de Francisco, se recompongan lazos con el mundo que se cerraron tras el Concilio. Así daríamos la respuesta que se nos requiere”, dice José Miguel Sopeña.

El cambio, concluye Pepe, pasa “por dejar atrás los grandes discursos, en los que ya nadie cree, y dar paso al testimonio, haciendo vibrar a las personas con la auténtica esperanza”.

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En el nº 2.873 de Vida Nueva

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