Francisco dibuja su programa en la exhortación apostólica ‘Evangelii gaudium’

recorrido del papa Francisco en papamóvil

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Síntesis de la exhortación ‘Evangelii gaudium’

ANTONIO PELAYO (ROMA) | La Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio) es, técnicamente hablando, una exhortación apostólica, pero en realidad es una encíclica; aún más, es la “primera” encíclica del papa Francisco, ya que la Lumen fidei fue escrita “a cuatro manos” con Benedicto XVI.

Por supuesto, es también su programa, como lo fue la Ecclesiam Suam de Pablo VI (citada en el texto); así lo reconoce el mismo Bergoglio al destacar que “lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes”.

Y es que, aunque se trata de una exhortación postsinodal (del Sínodo de 2012 sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana), sin duda, es un texto muy personal de este Papa, escrito con su estilo propio directo y eficaz.

La parte de mayor impacto es la descripción tan cruda que hace el documento de los “desafíos del mundo actual”, donde el Papa observa que “algunas patologías van en aumento”.

Así, Francisco se pronuncia decididamente contra “una economía de la exclusión y de la inequidad. Esa economía mata. (…) Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo que se puede usar y luego tirar. (…) Los excluidos no son explotados, sino desechos, sobrantes”.

También se proclama un “no a la nueva idolatría del dinero. (…) La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. (…) Se instaura una tiranía invisible, a veces virtual, que impone de forma unilateral e implacable sus leyes y sus reglas”.

El Santo Padre concluye que la inequidad genera violencia, porque “los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumismo, pero resulta que el consumismo desenfrenado, unido a la inequidad (…), genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás”.

Para evangelizar un mundo así, es necesario que la Iglesia supere algunas tentaciones. “Una de las más serias –advierte en primer lugar– es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre”.

La segunda gran tentación es la mundanidad, que unas veces se manifiesta en “un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el pueblo fiel de Dios”; otras veces, esa mundanidad “se esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial. (…) ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!”.

Entre otros desafíos actuales, la Iglesia, que “reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad”, no ha sido aún capaz de “ampliar los espacios para una presencia más incisiva en la Iglesia”.

El capítulo cuarto está enteramente dedicado a la “dimensión social de la evangelización”, y en él se abordan temas como la inclusión social de los pobres, el bien común o el diálogo como contribución a la paz.

“La solidaridad –escribe el Santo Padre– es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. (…) Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone; requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos”.

Finalmente, es un documento donde no falta autocrítica respecto al papado, pues Bergoglio considera necesario “avanzar es una saludable descentralización”; esa “conversión del papado” debe llevar, según él, a una conversión pastoral de las estructuras centrales de la Iglesia, porque “una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera”.

En el nº 2.873 de Vida Nueva.

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