‘Una familia de Tokio’: ¡qué hacemos con los padres!

Una familia de Tokio, película de cine

Una familia de Tokio, película de cine

J. L. CELADA | Se trata de Una familia de Tokio, pero bien podríamos estar hablando de una de tantas entre las miles y miles –millones– que pueblan eso que damos en llamar el mundo desarrollado. Que el encuentro de sus miembros tenga como escenario la capital japonesa responde simplemente al hecho de que su director, el veterano Yôji Yamada, ha querido que su último trabajo rinda homenaje a aquellos Cuentos de Tokio (1953) de su compatriota Yasujirô Ozu, la considerada mejor película de la historia del cine por los colegas de profesión.

Reconocimientos al margen, en algo coinciden también los amantes de este arte: la filmografía nipona es una consumada especialista en desentrañar las interioridades familiares. Basta acudir a títulos no tan lejanos, como Still Walking (2008) o Despedidas (2008), para comprobarlo. Y este recién estrenado honra por méritos propios tan apreciada dedicación a los parientes y sus cuitas.

La cinta de Yamada se asienta en un doble antagonismo, que a menudo deriva en incompatibilidad: la ciudad frente al campo, las prisas y el ajetreo de la capital en contraste con la apacible vida rural; y los padres cara a cara con sus hijos, resolviendo diferencias –no solo generacionales– que se antojan irreconciliables.

Tal es el caso de los progenitores de Una familia de Tokio, llegados a la metrópoli para visitar a sus seres queridos y disfrutar de una “segunda luna de miel”. Unos y otros no dudan de sus sentimientos ni de sus intenciones: la de los primeros, no ser “una carga” para sus descendientes; y la de estos, ser “buenos hijos” mientras los padres vivan. “Después de muertos –admiten–, poco se puede hacer por ellos”.Una familia de Tokio, película de cine

Sin embargo, la noria de la realidad diaria mareará esos nobles propósitos, especialmente los de los vástagos, demasiado ocupados con “sus cosas”. Hasta el punto de que si Pedro Lazaga –por boca del inefable Paco Martínez Soria– se preguntaba ¿Qué hacemos con los hijos? (1967), parece que Yamada exclame ahora indignado: “¡Qué hacemos con los padres!”. Porque las situaciones que aquí recrea (abuelos convertidos en meros “estorbos” o un “sin techo” más), tan reconocibles como dolorosas, reclaman una denuncia. Argumentada y serena, pero contundente.

Así es también Una familia de Tokio, una certera radiografía de la institución más universal. De sus luces (las que alumbran esos hijos “todo corazón” que son el orgullo de sus mayores) y sus sombras (las que arrojan esos otros a quienes el exceso de indulgencia o de exigencia por parte de los padres acabó malcriando y alimentando su egoísmo).

Dos horas y media de metraje para concluir, sin una botella de sake caliente de por medio, que el octogenario realizador nos regala una obra mayor, una lección de cine y de vida necesaria –por momentos, imprescindible– para entenderle y para entendernos.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Tôkyô kazoku.

DIRECCIÓN: Yôji Yamada.

GUIÓN: Yôji Yamada y Emiko Hiramatsu.

FOTOGRAFÍA: Masaschi Chikamori.

MÚSICA: Joe Hisaishi.

PRODUCCIÓN: Hiroshi Fukazawa, Kazutaka Akimoto, Takashi Yajima.

INTÉRPRETES: Isao Hashizume, Kazuko Yoshiyuki, Satoshi Tsumabuki, Yû Aoi, Yui Natsukawa, Masahiko Nishimura, Tomoko Nakajima, Shozo Hayashiya, Satoshi Tsumabuki

En el nº 2.873 de Vida Nueva

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