Año de la fe

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Con ser tantas las razones de nuestra alegría, posiblemente sea la de más aprecio el ver la sensibilidad de la Iglesia en el ejercicio de la caridad…”

Para sentir de nuevo la alegría de la fe. Esta fue una de las intenciones que movió al papa Benedicto XVI a convocar a la Iglesia a celebrar un Año de la fe, al recordar el inicio de las sesiones del Concilio Vaticano II.

No se trataba tanto de recobrar una alegría que se hubiere perdido, sino de vivir ese regalo del Espíritu Santo que es la alegría. Que no es recuento de lo que haya habido de bien, sino de hacer memoria de la infinita bondad de Dios. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos. Esa es la causa de nuestra alegría.

Han sido muchos los acontecimientos que nos han llenado de alegría en este Año de la fe. Sobre todo, el apreciar cómo la Iglesia, en tantas formas distintas, ha secundado el llamamiento del Papa para buscar en las fuentes de la fe en la tradición de la Iglesia, en los documentos del Concilio, en el Catecismo de la Iglesia Católica. Allí se encontraban las profundas razones de nuestra fe, la fidelidad a lo que Dios ha manifestado de sí mismo y del magisterio de la Iglesia, que cuida del pueblo que Jesucristo le ha confiado.

En este Año de la fe llegaba la renuncia de Benedicto XVI. No podía llevar adelante adecuadamente el ministerio que la Iglesia le había confiado. Un acto de enorme trascendencia y en el que se manifestaba la sabiduría y la humildad de un papa. Seguiría sirviendo a la Iglesia, pero de una manera distinta: con la oración y el silencio.

El Espíritu del Señor nos enviaba al papa Francisco. Era como un abrazo con el que Dios quería acercarse a todos los hombres y mujeres del mundo. El nuevo Papa hablaba del perdón y de la misericordia, del cuidado de los pobres, de la custodia de la creación. Denunciaba las injusticias y llamaba a todos a trabajar por la paz.

La llegada del nuevo Pontífice llenaba de alegría a la Iglesia, se reforzaba su esperanza, se sentía el gozo de pertenecer a este nuevo Pueblo de Dios. Un pastor universal que, en pocas horas, se ganaba el aprecio de todos, no solo de los católicos, sino de los hombres y mujeres de fe e, incluso, de aquellos que no tenían creencia alguna.

Motivo de alegría, en este Año de la fe, ha sido la carta encíclica Lumen Fidei, escrita con la mente y las manos de Benedicto XVI y de Francisco. La Iglesia necesitaba de este regalo, de este magisterio profundo que ilumina la vida de los cristianos.

Con ser tantas las razones de nuestra alegría, posiblemente sea la de más aprecio el ver la sensibilidad de la Iglesia en el ejercicio de la caridad. En medio de tantas dificultades, la Iglesia, siempre samaritana, desplegaba el manto más amplio de la caridad y de la misericordia para llegar a los más desvalidos de este mundo y acogerlos como hermanos y como necesitados.

Un verdadero regalo de Dios ha sido este Año de la fe que ahora se clausura.

En el nº 2.872 de Vida Nueva

Compartir