Celebraciones de morir

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En unas exequias o entierro pueden ser varios los motivos de la tristeza: el primero y más natural, el fallecimiento de una persona que fue amada por quienes están en la celebración. Otro motivo puede ser el ver a los deudos compungidos y llorosos. Y otro motivo, no muy noble, puede ser la forma como se hace la celebración y de la cual hay muchas quejas encima de los escritorios parroquiales y episcopales. Como si eso fuera poco, a veces la recepción del cadáver en el cementerio o de las cenizas en su último lugar, tampoco es que conforten mucho el alma. Sabemos de un sediento capellán de cementerio que, agobiado por el sol de mediodía, no tuvo inconveniente en recibir el féretro con paleta en mano, imaginamos de sabor amargo.

Los ritos religiosos que se repiten incesantemente tienen el altísimo riesgo de caer en una rutina insoportable para quien los preside, generalmente un sacerdote. Y de esa acción monótona y repetitiva, pueden resultar unas celebraciones que más parecen una acción burocrática que una liturgia de Jesucristo a través de su Iglesia y sus ministros sagrados. Y es que en ocasiones todo parece conjurarse para que las exequias resulten de morir. Las personas vestidas de negro, una hora pesada como suele ser el mediodía, unos músicos que parecieran tener la misión de hacerlo todo más dramático y melancólico, unos sermones que impresionan por su lejanía de las personas allí presentes, aunque doctrinalmente estén pegados al cielo, unas flores que parecen marchitarse a medida que transcurre el ritual y, ahora muy en boga, unas palabras de algún familiar que terminan por hacer desfallecer hasta al más valiente y ecuánime.

En muchas de las críticas se refleja bastante lo anterior. A veces dejan ver una comprensión equivocada de las exequias, pues hay quienes esperan que sean un rito en homenaje al fallecido, siendo que la eucaristía lo es solo para Jesucristo y a través de Él al Padre celestial. Pero con frecuencia el sacerdote podría hacer un esfuerzo y enterarse de algún aspecto de la vida de quien ha muerto para que sus palabras lo recojan de corazón en la homilía y en las oraciones, sin que esto vaya en detrimento de nada de lo que ordena la liturgia. Sucede también que en no pocas exequias varios de los asistentes suelen tener poca vida litúrgica y entonces quizás esperan que esa misa sea otra cosa de lo que en realidad debe ser. Pero sea como fuere, es cierto que las exequias son un momento muy importante para todas las personas y por lo mismo merecen máxima atención y celebración esmerada.

Despachar parejas

No siempre es diferente lo que sucede en las celebraciones de los matrimonios. También suelen hacer parte de la rutina sacerdotal y desde luego frecuentemente el ministro no tiene conocimiento profundo de aquellos que se acercan a pedir su bendición. Y, entonces, la celebración puede ser un despachar una pareja más, quizás porque en media hora llega la siguiente. Y la gente se siente realmente despachada cuando lo dominante es la rutina, el horario y el pago de unos estipendios o derechos, en lo cual también hay de todo como en arquidiócesis. A lo anterior hay que añadirle el espíritu no siempre muy litúrgico ni de oración con que algunas parejas llegan –casi siempre muy tarde– a la misa matrimonial. Es posible que esto haga que los sacerdotes también se indispongan un poco y terminen, no celebrando, sino saliendo de aquella gente lo más pronto posible y de cualquier manera.

Hay muchas cosas por revisar en todo esto, tanto de parte de los ministros sagrados como de los mismos fieles de la Iglesia, para que las celebraciones en verdad logren lo principal que es manifestar la presencia y el amor de Dios para todos. Habría que comenzar por insistir en la necesidad de preparar las celebraciones, tanto de parte de los sacerdotes como de las familias y parejas interesadas en cada celebración. Toda liturgia requiere una gran belleza y pertinencia de cada palabra, de cada gesto y de cada símbolo. A veces faltan y a veces sobran, sobre todo palabras, con las cuales suelen ahogarse muchas celebraciones, defecto no tanto sacerdotal, sino colombiano: hablar por hablar. Convendría también que las parroquias que más son solicitadas para exequias y matrimonios revisen con mucho cuidado el cómo, el cuándo, el cuánto de lo que están celebrando. Y desde luego, el quién.

Rafael de Brigard Merchán, Pbro.

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