J. L. CELADA | Pocas cosas resultan tan crueles como la guerra. Y tan absurdas. Casi tanto como echar las redes al mar y atrapar un animal de granja. Circunstancia harto improbable, pero también la disparatada y brillante ocurrencia de Sylvain Estibal para imaginarse Un cerdo en Gaza, título de su ópera prima y gran protagonista de esta farsa sobre el conflicto palestino-israelí. Siempre con el permiso del dueño de la criatura, un humilde pescador (magnífico Sasson Gabay) que parece sacado de alguno de los clásicos del neorrealismo italiano.
Superados el desconcierto y la inquietud iniciales, tras el sorprendente hallazgo en sus redes, nuestro hombre emprende una huida hacia adelante que le llevará a transformar la necesidad en oportunidad. Que su insólita captura sea un animal considerado impuro por musulmanes y judíos siembra en él muchas dudas (morales y comerciales); tantas que se antoja difícil salir airoso del aprieto. Sin embargo, en el arte de la supervivencia, las estrecheces económicas no entienden de preceptos religiosos.
Es entonces cuando, a lomos de su inseparable y destartalada bicicleta, este inolvidable personaje se embarca en una aventura por momentos delirante, que arranca la carcajada del espectador a fuerza de situaciones próximas al esperpento. Aunque, seguramente, no menos ridículas que las que se producen a diario en la Franja de Gaza, atrapada entre el control militar israelí y la manipulación y el fanatismo de los islamistas del lugar. Una prisión al aire libre que el director de origen uruguayo afincado en París retrata –y denuncia– con admirable equidistancia y saludables dosis de humor, lo cual no significa que peque de tibio o de frívolo.
Entre risa y risa, su cámara nos muestra que los vecinos de uno y otro lado del muro no son tan distintos en sus preocupaciones y aspiraciones cotidianas, por más que –como en esa telenovela brasileña erigida en metáfora de Oriente Medio– se pasen el tiempo “discutiendo y peleando”. La vaquilla que Berlanga y Azcona torearon durante la Guerra Civil se disfraza aquí de cerdo (y hasta de oveja) para sacar a la luz las miserias y contradicciones de ambos pueblos, sobre todo de sus autoridades, empeñadas en alimentar una eterna espiral de problemas –casi nunca de soluciones– que dejan por el camino incontables víctimas y mártires, incluso vivos.
Llevan años surcando a la deriva ese mar de incomunicación, pero Estibal se atreve a soñar un futuro en el que “juntos haremos despuntar un cielo que curará nuestras heridas y nos traerá el perfume de una nueva tierra”. ¿Exceso de optimismo? Solo el broche presumible a una película fresca y bienintencionada, que aprovecha el magnetismo de las mejores comedias para lanzar un grito por la reconciliación a dos voces, en árabe y en hebreo. Poco importa que la paloma de la paz adopte los andares de un cerdo vietnamita. Hay otras impurezas como el odio que causan más daño.
FICHA TÉCNICA
TÍTULO ORIGINAL: When pigs have wings.
GUIÓN Y DIRECCIÓN: Sylvain Estibal.
FOTOGRAFÍA: Romain Winding.
MÚSICA: Aqualactica, Boogie Balagan.
PRODUCCIÓN: Franck Chorot.
INTÉRPRETES: Sasson Gabay, Baya Belal, Myriam Tekaïa, Gassan Abbas, Khalifa Natour, Ulrich Tukur.
En el nº 2.871