Mujeres, la igualdad pisoteada

mujer con un velo que le cubre la cabeza
Angélique Namaika, religiosa RD Congo, Premio Nansen de Acnur por su labor con refugiadas

La religiosa congoleña Angélique Namaike, Premio Nansen por su labor con refugiadas

Mujeres, la igualdad pisoteada [extracto]

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | En 2015, la igualdad de género debería ser una realidad palpable. Así figura en los Objetivos del Milenio. Pero es papel mojado. La desigualdad se sigue cebando en las mujeres y en las niñas. Así, son las que más sufren la pobreza, el analfabetismo, la malnutrición, la trata sexual, el trabajo más precario y peor pagado… Una cruda realidad que la Iglesia no quiere olvidar.

Violar a una mujer en la República Democrática del Congo (RDC) puede salir muy barato. A esa conclusión llegué en junio pasado cuando visité Djabira, un remoto lugar del país donde la mayoría de la población vive desplazada por miedo a las incursiones de bandas armadas. Sentados en unos troncos en una sencilla iglesia, miembros del comité local de paz de la Iglesia anglicana me relataron uno de los últimos casos en los que habían intentado intervenir.

Hacía apenas un mes, Ernestine, una muchacha de 16 años, había sido violada por dos hombres cuando cerraba el kiosco con el que ella y su madre se ganaban la vida. Cuando sus padres fueron al día siguiente a denunciar el caso, la policía les aconsejó que, puesto que los hombres eran del mismo clan de la víctima, lo mejor era arreglarse “de forma amigable”.

Tras varias reuniones, los ancianos decidieron que cada uno de los violadores pagara una multa de 50.000 francos (40 euros) y quince botellas de cerveza. Aquel extraño juicio acabó con una fiesta con abundancia de bebida y hasta baile. Ernestine se sintió tan humillada que salió corriendo y desapareció del pueblo. Un mes después, nadie sabía nada de su paradero.mujer africana tejedora fabrica ropa

No fue el único caso de violencia sexual contra mujeres que escuché allí. Lo más llamativo es que la ley prevé penas de 20 años de prisión para un violador, pero la RDC sigue siendo el lugar del mundo donde más mujeres sufren abusos –unas mil al día–, en la mayoría de los casos por parte de hombres armados.

El Congo no es el único país donde las mujeres sufren estas vejaciones. En Colombia, según datos de organizaciones humanitarias, el 82% de las mujeres violadas no denuncian por temor a sus agresores –casi siempre militares o paramilitares– o por la desconfianza en la justicia.

En la República Centroafricana, tras la toma del poder por la coalición rebelde Seleka el 24 de marzo, se dieron numerosos casos de matrimonios forzados con menores sin que ninguna autoridad haya tomado medidas para castigar a los culpables. Yo mismo he conocido dos casos de padres que se negaron a entregar a sus hijas y fueron asesinados por los milicianos.

Peor aún es la situación en Afganistán, donde una mujer o una niña puede ser condenada a penas de cárcel si es víctima de una violación.

Objetivo del Milenio no conseguido

Todo esto sucede en un momento en que la comunidad internacional transita los últimos 500 días para cumplir los ocho Objetivos del Milenio (ODM), fijados en el año 2000 por los 189 países miembros de la ONU, y que tienen fecha de llegada en 2015. Entre ellos se incluyen varias metas sobre la igualdad de género, además del objetivo número tres, “promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer”. ¿Será quizás el objetivo de desarrollo que se quedará en el furgón de cola? Para responder a esta pregunta conviene distinguir varios aspectos.

El progreso más lento de todos los ODM ha sido en la reducción de la mortalidad materna. Así lo reconoce ONU Mujeres en su informe 2012-2013, y lo corroboran datos de las ONG que trabajan en los países más pobres del mundo. El informe de Save the Children 2013 enumera los diez peores países del mundo para ser madre: RDC, Somalia, Sierra Leona, Malí, Níger, República Centroafricana, Gambia, Nigeria, Chad y Costa de Marfil.

Entre los Objetivos del Milenio que deberían
cumplirse en 2015 hay varias metas sobre igualdad de género.
¿Será el objetivo que se quede en el furgón de cola?

En el Congo, una mujer tiene una posibilidad entre 30 de morir por problemas asociados con el embarazo o el parto, y en Sierra Leona, cada día mueren unas 800 mujeres por esas causas. Lo curioso es que alguno de los países de esta triste lista están entre los principales productores de petróleo y los porcentajes de crecimiento económico de sus PIB pasan del 5% anual…

La violencia contra las mujeres es otra de las grandes asignaturas pendientes. Según la ONU, a pesar de que en los últimos años 125 países adoptaron leyes contra la violencia machista, más de 600 millones de mujeres aún viven en países donde esta no es delito. En Delhi, por ejemplo, un estudio de Ciudades Seguras corroboró los titulares de prensa aparecidos este año sobre las violaciones que quedan impunes, constatando que solo el 5% de las mujeres y niñas de la capital india se sentían seguras en el espacio público.mujer con un velo que le cubre la cabeza

Un tema que merece una atención especial es la mutilación genital femenina, práctica que acarrea graves consecuencias de salud a las que se enfrentan 140 millones de mujeres y niñas. Una resolución adoptada por unanimidad en la ONU en 2012 insta a sus estados miembros a aplicar legislaciones para prevenir esta práctica. Pero faltan recursos y, en muchos casos, estas mutilaciones quedan impunes.

También queda mucho camino para el empoderamiento económico de las mujeres, que incluye el reconocimiento de derechos de igualdad a la propiedad y una división justa de las responsabilidades del hogar y los cuidados. Una mujer con un puesto laboral e ingresos, o con propiedades como tierra y vivienda, será siempre más independiente y tendrá más voz.

En bastantes países en desarrollo, la tradición establece que una mujer no tiene derecho a poseer tierra, y una viuda que se niegue a ser “heredada” por uno de los hermanos de su difunto esposo será despojada de todas sus pertenencias y expulsada del pueblo. Durante las dos últimas décadas, numerosos países han adoptado legislaciones que eliminan esta discriminación.

Las brechas en materia laboral se han ampliado con la actual crisis económica. Incluso en los países desarrollados, lo más probable es que una mujer gane menos dinero que un hombre por el mismo trabajo. Si esto sucede en Europa y en los Estados Unidos, imaginemos cómo será en los países más pobres del mundo.

El acceso de todas las niñas a la educación es la piedra angular de la igualdad. Durante una visita en 2009 a Rumbek, en Sudán del Sur, me llamó la atención que en la escuela secundaria, de 1.200 alumnos, solo 20 eran niñas. Las Hermanas de Loreto, que acababan de construir con grandes esfuerzos la primera escuela secundaria femenina, me explicaron que era común entre la etnia dinka concertar matrimonios para chicas de incluso 14 años, por las que su marido pagaba unas cien vacas de dote, y que la única manera de asegurar su educación secundaria era dándoles la oportunidad de estar en un internado donde no pudieran ser molestadas.

La directora de la escuela, la hermana Mary Batchelor, me contó, con una mezcla de orgullo y tristeza, que ese año habían tenido por primera vez una alumna que había terminado el bachillerato. Comprendí su desilusión cuando visité a la muchacha en su casa y su madre me explicó que, aunque su padre tenía cientos de cabezas de ganado, no estaba dispuesto a vender dos de ellas para que su hija pudiera seguir sus estudios en la universidad.

La otra cara de la moneda

¿Por qué se dan estas situaciones y otras que mantienen a millones de mujeres muy lejos de su derecho a la igualdad? Según el citado informe de la ONU, el fallo está en que “los ODM hicieron muy poco para acabar con las causas de la discriminación y la violencia contra las mujeres y las niñas”, un origen que está en mentalidades muy arraigadas.

En una visita en enero pasado al norte de Uganda escuché largamente a Lillian Maryektho, una religiosa de este país que lleva dos décadas trabajando por el desarrollo de mujeres en el medio rural. Me insistió mucho que en la ONG que dirige, Paruda, cuando organiza talleres de sensibilización sobre la igualdad de género, trae siempre a las mujeres y a sus maridos. “De nada sirve empezar un proyecto que dé autosuficiencia económica a una mujer si su esposo no está convencido de que eso es bueno para la familia”, me dijo.

“La experiencia nos ha enseñado que
si los hombres no abandonan su idea
sobre el estatus inferior de la mujer,
a la larga el proyecto no marchará bien”.

“La experiencia nos ha enseñado que si los hombres no abandonan su idea sobre el estatus inferior de la mujer, a la larga el proyecto no marchará bien e, incluso, podemos provocar conflictos en la pareja”.

Proyectos como los de Paruda abundan mucho más de lo que uno se imagina y son la otra cara de la moneda en la lucha por la igualdad, la que nos habla de logros y avances. Entre los muchos buenos ejemplos recuerdo especialmente dos llevados adelante gracias a Cáritas Española.

El primero, en una aldea de pescadores cerca de Pukhet, en Tailandia, donde sus habitantes habían perdido sus medios de vida tras el tsunami que asoló esa costa en 2004. Allí, cuatro años después, unas 20 mujeres se reunían cada semana para gestionar microcréditos que les permitían recuperarse económicamente.mujer agricultora en Guatemala trabaja la tierra

El otro proyecto lo visité en Kanyakumari, en el sur de la India, cuyos habitantes, también pescadores, habían sufrido parecida suerte tras el tsunami. En uno de los barrios que Cáritas había reconstruido, me llamó la atención ver una escuela de formación para administración de negocios. Entré en un aula y allí había 40 chicas aprendiendo la lección del día: cómo tratar a distintos tipos de clientes. Los responsables me explicaron que no bastaba con ayudar a que la gente tuviera una vivienda digna si después no podían ganarse la vida. Y como muchas mujeres ya no podían dedicarse a la pesca, intentaban abrirse paso con los negocios, formándose para ellos.

Mención aparte merecen los grupos de mujeres que luchan por sus derechos y que consiguen avances en las legislaciones de sus países. Es el caso del Movimiento Salvadoreño de Mujeres (MSM). La directora ejecutiva de esta organización con 25 años de existencia, Ruth Orellana, cree que es un motivo de esperanza “tener por primera vez un presidente que se manifiesta en contra de la violencia hacia las mujeres”.

Y explica a Vida Nueva que durante los últimos años “se han dado avances reales, como el poder contar con dos leyes que favorecen y garantizan los derechos de las mujeres: la ley contra la violencia de género y la ley de igualdad y erradicación de la discriminación contra las mujeres”.

También en la India, movimientos como el Streevani (palabra que significa ‘voz de las mujeres’) proporcionan asistencia legal y protección ante las situaciones de violencia que sufren (ver apoyo más abajo).

Streevani y el MSM son dos de las organizaciones con las que trabaja Manos Unidas. Esta organización ha centrado su campaña de sensibilización de 2013 en la promoción de la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer. Durante los últimos años, las campañas de Manos Unidas han girado en torno a alguno de los ODM, y el número 3, en favor de la promoción de la mujer, siempre ha sido uno de los prioritarios de esta agencia católica de ayuda al desarrollo, que, no olvidemos, fue fundada hace 52 años por mujeres y funciona con gran eficacia gracias a una mayoría de voluntarias.

Alianza de ONG católicas

Manos Unidas forma parte de CIDSE, una alianza de organizaciones de desarrollo católicas que integra a 17 agencias, como la alemana Misereor, la holandesa Cordaid, la británica CAFOD o la irlandesa Trocaire. Un documento elaborado por ellas en julio pasado afirma que “el concepto de género remite a los roles socialmente construidos, a las actividades y oportunidades que una sociedad determinada considera apropiados para las mujeres y para los hombres, inculcados por su legislación, su cultura, sus tradiciones y su religión”.

Un documento elaborado por CIDSE,
alianza de organizaciones de desarrollo católicas,
aclara que el concepto de género no debe justificar
“la dominación casi omnipresente
de los hombres sobre las mujeres”.

La declaración liga el género a los estereotipos y clarifica que “de ninguna manera es un concepto que busca borrar las diferencias biológicas entre los hombres y las mujeres, aunque estas diferencias no deben introducir una subordinación ni discriminación de un sexo sobre el otro, al igual que tampoco pueden justificar la dominación casi omnipresente de los hombres sobre las mujeres”. Una consecuencia de esta discriminación es, para CIDSE, la feminización de la pobreza, realidad que los proyectos de estas agencias buscan reducir.

Mientras tanto, se multiplican las acciones para dar mayor dignidad a la mujer, sobre todo en lugares donde sus derechos son pisoteados. Hace unas semanas, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados otorgaba el Premio Nansen a Angélique Namaika, una religiosa congoleña que trabaja en la recuperación de las muchachas víctimas de los ataques de la guerrilla en el noreste del Congo, un lugar donde un violador puede librarse de la cárcel con unas botellas de cerveza.

Desde 2003, Angélique recorre Dungu en bicicleta para buscar a las chicas que han sido utilizadas como esclavas sexuales y ofrecerles terapias y cursos profesionales en un centro que ella dirige.

En este reportaje solo podemos hablar de ella y un puñado más que luchan por los derechos de la mujer, pero en la Iglesia hay –repartidas por todos los continentes– miles de luchadoras como Angélique, Ruth o Julie.

 

Nuria Juvanteny: “En África, la mujer es despreciada”

Nuria Juvanteny, carmelita de Vedruna que trabaja con mujeres en África

Nuria Juvanteny, carmelita de Vedruna, tiene una larga experiencia de promoción de la mujer en África, primero en Gabón, y luego en la República Democrática del Congo (RDC). Por eso, no duda en señalar que, “en África, la mujer es despreciada y no es valorada en la toma de decisiones, y eso a pesar de que ella es la fuente de vida y la que de verdad saca adelante a su familia”. A Nuria, que se dedicó siempre a la pastoral y promoción de la mujer en ambos países, le impresiona “la gran paciencia que tienen las mujeres en África, que saben esperar a que el grano crezca para poder alimentar a su familia”.

Parte de su trabajo consistía en acompañar a las mujeres al campo y compartir con ellas su trabajo: “La imagen que me viene siempre a la cabeza es la de la mujer que camina horas y horas con una carga pesada a la espalda, y que a pesar de sus esfuerzos ve morir a sus hijos por falta de alimentos y por no tener los medios para llevarlos a un dispensario donde puedan recibir medicinas”.

Buena parte de su labor se desarrolló en el centro Arc-en Ciel (Arco Iris), financiado por Manos Unidas, donde acogían a muchachas víctimas de la trata de mujeres que, muchas veces, malvivían en las calles, y a las que ayudaban para su recuperación psicológica y su repatriación.

“En África, la tradición dicta que la mujer tiene que hacer todo el trabajo, pero sin tener voz ni poder de decisión, aunque no debemos olvidar que esto mismo ocurría en España hasta hace no muchos años”, sentencia.

Piensa, sin embargo, que esta situación está cambiando gracias a que las mujeres se organizan: “En el Congo he conocido mujeres valientes que han creado organizaciones comunitarias para luchar por la igualdad, y gracias a las cuales, muchas de ellas, en los poblados más remotos, están tomando conciencia de sus derechos y haciéndolos valer”.

 

Julie George: “Las mujeres no tienen acceso a la justicia en la India”

Julie George, directora de la organización Streevani en India

“La promoción de la justicia y la paz entre las mujeres explotadas en la India es nuestra principal tarea”, afirma la hermana Julie George, directora de la organización Streevani (Voz de las Mujeres), que desde 1982 trabaja en Pune para luchar por los derechos de la mujer, ofreciendo ayuda legal y promoviendo campañas que van desde el empoderamiento de trabajadoras domésticas hasta muchos otros, como asesoramiento en casos de “violencia doméstica, abusos sexuales, divorcio, custodia de los niños, derechos de propiedad…”. Para esta religiosa, “la dependencia económica de la mujer por parte del marido hace difícil que ella y sus hijos puedan sobrevivir”.

PREGUNTA.- ¿A qué problemas se han de enfrentar las mujeres en la India?

RESPUESTA.- Nuestra sociedad es profundamente patriarcal, y esto se manifiesta en desigualdades de estatus, prejuicios de casta, falta de acceso a la educación y a la independencia económica. Otro aspecto humillante de este crimen contra las mujeres es que la estructura patriarcal de la sociedad les impide tener acceso a la justicia. En la India hay más hombres que mujeres, debido a los infanticidios de niñas y a los abortos selectivos. India es el cuarto lugar más peligroso del mundo para ser mujer, y la violencia sexual contra ellas sigue en aumento. Baste pensar que la adicción de un hombre al alcohol se considera atenuante en casos de abusos. En definitiva, la violencia contra ellas está fundada en la cultura que se manifiesta día a día en distintas formas.

P.- ¿Cuál es el mayor escollo contra la igualdad?

R.- La cultura patriarcal, que está muy enraizada. Pensemos en la violación. La sociedad desprecia a la víctima (a la que se mira con sospecha) y a su familia, porque se considera que la virginidad es el bien más preciado que puede tener una mujer india. La ley sobre la violación mira con sospecha a la mujer, y por eso no le proporciona una protección adecuada. También hay mucha misoginia dentro de la policía y del poder judicial. La falta del acceso a la educación, la dependencia económica y la falta de apoyo con que la mujer se encuentra cuando se conculcan sus derechos se añaden a la desastrosa condición de las mujeres y las niñas en nuestra sociedad.

P.- En la prensa mundial se ha hablado mucho de los casos de violación. ¿Por qué tantos y por qué tanta impunidad?

R.- La brutal violación colectiva y posterior muerte de una chica de 23 años en Delhi ha hecho que nuestro país se pusiera en pie para decir “basta ya”. Nuestras leyes no proporcionan una protección adecuada a las mujeres víctimas de violaciones y, cuando el caso se denuncia a la policía, suele ser ya demasiado tarde. Hay miles de casos de violación pendientes de sentencia en los tribunales. Los hombres que han sido condenados por este delito son muy pocos; por eso muchos casos no se denuncian y, al final, los culpables piensan que pueden cometerlo con total impunidad. Por si fuera poco, la violación es un tema tabú en nuestras sociedades, y como las familias no quieren soportar ese estigma, el futuro de la chica está en entredicho. Durante los últimos años se han introducido cambios en la legislación, pero, por desgracia, las mentalidades no se pueden cambiar solo con las leyes.

P.- ¿Qué hace la Iglesia Católica en la India para promover la igualdad y los derechos de la mujer?

R.- La Conferencia Episcopal India publicó en 2012 una declaración sobre Política de Género de la Iglesia en India, que reivindica la tolerancia cero en la violencia contra las mujeres. Muchas de las organizaciones cristianas están involucradas de forma muy activa en el empoderamiento de la mujer y en las campañas contra la violencia de género. Streevani ha participado en consultas junto con organizaciones de derechos humanos, colectivos feministas y el Foro Teológico de las Mujeres en India. En ellas hemos intentado diseminar la política de género de la Iglesia en el país y promover su puesta en práctica. Pero en la Iglesia, en su conjunto, aún necesitamos mucha más apertura e integración, y centrarnos en la persona y la misión de Jesucristo más que en aspectos como autoridades, leyes y obediencia. Necesitamos tener una influencia femenina fuerte en cada aspecto de la Iglesia, además de mayor diálogo, libertad de pensamiento y desarrollo de políticas que favorezcan a la mujer.

En el nº 2.868 de Vida Nueva.

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