Ecología humanista

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de MadridALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

“Es lamentable que, cuando tanto se fomenta el cuidado y el respeto por la naturaleza, se esté ignorando la naturaleza humana, de diversas maneras…”.

Es lamentable que, cuando tanto se fomenta el cuidado y el respeto por la naturaleza, se esté ignorando la naturaleza humana, de diversas maneras. Principalmente, por la doctrina gender, abogando por la identidad de género, negando la diferencia entre el varón y la mujer, atribuida no a la naturaleza, sino a la historia, la cultura y los convencionalismos sociales.

Es innegable que los diversos pueblos y culturas han influido de manera decisiva en algunos aspectos de las diferencias accidentales entre ambos sexos, y que en ello cabe hacer –y ya se están haciendo– muchas reformas, reivindicando la igualdad fundamental entre el varón y la mujer.

Pero me parece inaceptable que se nieguen las diferencias naturales, fisiológicas y psicológicas entre él y ella, diferencias que no solamente no pueden separar, sino que tienen la finalidad de compenetrar y colaborar, como las dos manos de un mismo cuerpo, por diferentes, complementarias.

La ciencia y la ecología actuales investigan con cuidado y con mimo las maravillosas leyes naturales de las plantas y de los animales. En cambio, se olvida y hasta se niega la naturaleza de la raza humana. Y, de este olvido, viene muchas veces su desgracia.

Una abeja, por ejemplo, será perfecta mientras obedezca a Dios, que la ha creado y sabe cómo puede funcionar, aunque sea por instinto. En cambio, se maltrata la naturaleza humana con drogas, comilonas, borracheras, con un pansexualismo desatado, desorientado y compulsivo, etc.

Según la fe judeo-cristiana, Dios hizo al hombre varón y mujer, dándole con su misma naturaleza las leyes fundamentales para su buena salud corporal, ética y espiritual. Y la encarnación del Logos en Jesús lo lanza a una nueva dimensión, como una nueva Creación, que incluye y eleva a lo divino la naturaleza humana.

Así, la humanidad tiene un origen divino y un santo destino.

En el nº 2.868 de Vida Nueva.

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