La metodología que da frutos

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Con el inusitado auge de la comunicación global que se viene dando desde hace ya varias décadas, en la Iglesia universal la voz de los papas se ha vuelto omnipresente y seguramente eso ha ayudado a crecer en el sentido de unidad y de claridad doctrinal. Puede, sin embargo, haberse convertido también en un fenómeno que apaga las voces locales o que les quita su debida importancia. No porque los papas quieran obispos o sacerdotes mudos, sino porque es más cómodo simplemente retransmitir lo que ellos dicen y no tomarse el trabajo de sembrar desde la propia situación y realidad. Además de iluminar, los papas seguramente no están pensando en hacer otra cosa cuando hablan y cumplen su misión. Ese es su papel en la única tarea importante de la Iglesia: evangelizar y promover la conversión de las personas.

El resto del trabajo corresponde a cada iglesia y comunidad locales. Y ahí está el meollo del asunto hoy en día. ¿Cómo anunciar el Evangelio para suscitar conversiones en la sociedad actual? La metodología más antigua de los primeros evangelizadores refiere la fundación de pequeñas comunidades que, como lo narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, tenían claras las cosas y se gozaban en los frutos obtenidos. Se ocupaban fundamentalmente de cuatro aspectos y que los recoge sabiamente la estructura del Catecismo de la Iglesia Católica: formación doctrinal, celebración de la fe, vida comprometida con lo aprendido y oración. Pretender más puede ser a veces un poco soñador y quizás invasor de la propia persona. Este modelo de las famosas -¿y hasta acosadas en la misma Iglesia?- pequeñas comunidades, ha sido en verdad el que ha logrado el objetivo que con absoluta claridad anunció Jesús al iniciar su misión: conversión porque el Reino de Dios está cerca.

Quizás convendría que en la Iglesia se trabajara todavía con más empeño en fortalecer este medio de evangelización, el de las pequeñas comunidades, que por su tamaño y grado de participación individual son mucho más ágiles y fructíferas que otras estructuras pesadas de la misma pastoral. Ya hay mucha gente capacitada entre el clero, los religiosos y religiosas y sobre todo entre los laicos para adelantar esta labor. Porque el hecho de ser comunidades pequeñas no quiere decir que sean para dejarlas en manos de cualquier persona. Se requiere gente preparada para una misión tan delicada, la más delicada de todas, pues se trata de señalar caminos de salvación de acuerdo con lo enseñado por Jesús y su Iglesia y no otra cosa, y sí que de otras cosas está lleno el mundo de hoy. La misma dimensión reducida de una pequeña comunidad hace que la gente se involucre más y por eso su evangelizador tendrá que ser mucho más que un agitador de masas.

No estoy seguro de qué tanto logran en realidad influir los grandes mensajes papales o las comunicaciones de las conferencias episcopales y aún ciertos mensajes de los obispos locales. De lo que sí hay muchos testimonios de vida es de los efectos transformadores que tienen las comunidades cristianas que se reúnen con frecuencia en busca de escuchar la Palabra de Dios, de la práctica de la oración, de la orientación doctrinal y de la acción en la justicia y la cridad. Ahí se ven enormes cambios que tocan la vida entera de las personas. Los que sufren de miedo constante en la Iglesia suelen decir que esto puede traducirse en una iglesia de grupitos o cosas parecidas, pero eso no es cierto. Suele traducirse en gente que por fin conoce la hondura de su fe y la pone en práctica.

Sería muy interesante que en la Iglesia hubiera una acción cada vez más decidida para formar evangelizadores que vayan a fundar pequeñas y sólidas comunidades de fe y vida cristiana. Estas personas preparadas, especialmente laicos y laicas, lograrán rejuvenecer a la Iglesia y serán quienes renueven el actual alicaído sentido apostólico de buena parte del clero. Con tino y sin miedo, por aquí pueden haber un nuevo, pero muy viejo, camino eficaz de evangelización.

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