¡El fútbol no tiene la culpa, los estadios menos!

Monseñor Alirio López Aguilera. Especialista en bioética

Unos muertos más… y los que faltan por venir, si no se detiene esta intolerancia de unos pocos, mal llamados “barras bravas”. Jóvenes comenzando a vivir, que muchas veces llevan en su corazón un potencial de homicidas, que además de una camiseta, no importa el color, se arman con una “patecabra”, como si fueran a una batalla campal y no a un encuentro deportivo, una fiesta, una pasión en el buen sentido de la palabra, un momento de integración familiar y de recreación para celebrar la fiesta del fútbol y celebrar en el estadio como lugar sagrado el goool, asumiendo la autoregulación, el empate, la derrota o el ganar.

Jóvenes y repito unos pocos, porque la gran mayoría de hinchada es gente buena, hinchas pacíficos, tolerantes, que saben portar con alegría la camiseta de su equipo. Estos jóvenes intolerantes, no pueden ver que el hincha contrario se suba a un Transmilenio, o se reúna en un parque, o comparta con otros jóvenes un espacio en la gran ciudad para compartir anhelos y esperanza. Llega uno de aquellos, mal llamados hinchas de un equipo, y al ver que otros llevan la camiseta de su equipo preferido, acaban con su vida, dejando padres, hermanos, hijos, en un mar de soledad, de tristeza, de angustia y un por qué sin una respuesta, o tal vez sí, una respuesta: los hijos de la intolerancia son producto de un país, intolerante.

Parar la violencia

Paremos esta violencia, pero no con soluciones mediocres y facilistas por parte de los mandatarios. Paremos esta violencia, y volvamos a criterios como la hospitalidad, la creatividad y la autorregulación, que en el pasado se manejaban.

Paremos esta violencia, y no acabemos con procesos que han dado buenos resultados. Obviarlos es el camino al fracaso. Adicional a esto no se puede seguir viendo a las barras con el romanticismo de lo social y de la vulnerabilidad, como cuando algunos manejan un negocio que le es funcional y que si lo acompañan políticamente los fortalece más.

No se puede renunciar a la cultura ni a la educación por procesos, desde las bases. ¿Dónde está la familia?, ¿hijos saben dónde están sus padres en estos momentos? La familia tiene mucho que ver en la educación, en la ternura, en el afecto, en la disciplina.

Hay que caracterizar a las barras, sin caer en la especulación sobre la pobreza: pobre = violento (una asociación nefasta). Ni los violentos son todos pobres, ni los pobres son violentos. La investigación debe ser el eje de los programas de convivencia.

No hay que crear más normas, las que existen son suficientes, sólo hay que aplicarlas. Los homicidios tienen desde el derecho penal su procedimiento. En Colombia tenemos el Estatuto del Aficionado, garante de los derechos, con artículos contundentes para que las alcaldías de todo el país trabajen en prevención.

Hay que revisar los compromisos de la Ley 1270 del 2009. Tanto el gobierno como el privado (fútbol), deben cumplir con lo estipulado en las normas.

Hay que acabar con los cierres de fronteras que está sembrando odios en los jóvenes, convirtiendo los estadios en espacios de cacería, y hay que hacer un seguimiento a las redes sociales, que entre los mal llamados hinchas, se han convertido en caminos de terrorismo y de muerte.

Ya no más, “barras bravas”, no sigamos alimentando el ego de los violentos, que se llamen barras futboleras, o barras populares.

Y por último, sin agotar lo mucho que se puede reflexionar sobre este tema tan delicado, hay que general productividad y competitividad, inversión social, formación desde las bases, desde la escuela, el colegio, las universidades, una nueva cultura de barras futboleras. Sin alcohol, sin droga, con corazones tolerante y abierto al amor de Dios.

Bendiciones para todos los buenos hinchas del fútbol colombiano.

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