Cine religioso. A Dios rodando…

película Cristiada
película El árbol de la vida

‘El árbol de la vida’ (2011)

Cine religioso. A Dios rodando… [extracto]

J. L. CELADA | Coincidiendo con el II Congreso de Signis España (Madrid, 17 y 18 de octubre), sobre La mirada de la fe en el cine, hemos querido saber si cala o no entre el público el llamado ‘cine religioso’. ¿También a él le afecta la crisis, o intervienen otros factores?

Meses atrás, cualquier navegante en busca de películas sobre cine religioso podía toparse en la Red con www.cinereligioso.es, “la mejor información y recursos sobre cine religioso”, según rezaba en su cabecera esta web. Hoy, si quien está leyendo estas páginas decide cliquear ese enlace, encontrará otro mensaje: “El dominio cinereligioso.es está en venta”.

¿La crisis económica? ¿La crisis del cine, con su IVA cultural del 21%? ¿La crisis religiosa?… Todo ayuda, por supuesto. Sin embargo, quienes conozcan –o, al menos, intuyan– los entresijos de la industria del celuloide (productores, distribuidores, exhibidores…), los gustos del público o la pérdida de protagonismo de lo religioso en las sociedades occidentales contemporáneas, enseguida entenderán que aquellas superproducciones que las parrillas televisivas programan año tras año cada Semana Santa son ya historia.

Que cumplieron su cometido como vehículo de entretenimiento y transmisor de valores, pero que hoy difícilmente encontrarían acomodo en una cartelera que devora estrenos sin piedad, sin la necesaria pausa para interiorizar títulos llamados a ser algo más que un lúdico pasatiempo.

película Elefante Blanco

‘Elefante Blanco’ (2012)

¿Cómo reinventarse para sobrevivir en esa batalla a campo abierto del mercado, sin renunciar a unas señas de identidad que no pocos espectadores –por desgracia, menos de los deseables– buscan cuando acuden a una sala de cine? ¿Cómo hacerlo, además, sin perder la fe y –por qué no decirlo– el dinero? El desafío es mayúsculo. Y urgente, aunque quizá convenga detenerse antes en una necesaria aclaración terminológica para no errar el tiro en las respuestas: ¿cine religioso o cine espiritual?

“Frecuentemente, el cine religioso es cine espiritual”, responde Peio Sánchez, sacerdote y profesor de Teología en Barcelona. Si bien admite la existencia de “relatos audiovisuales que se han alejado más de la vertiente artística para convertirse, con todo derecho y dignidad, en transmisiones de contenidos catequéticos”.

Quizá por eso, y aun reconociendo el valor del cine religioso “más concreto” (cristiano, budista, judío o islámico) sobre temas, personajes o instituciones que tienen que ver directamente con cualquiera de las religiones, el también crítico y promotor de la Semana de Cine Espiritual apuesta por “un planteamiento más amplio y con más posibilidades tanto para el diálogo con la cultura como para la evangelización”: el cine espiritual, donde muy bien podrían encuadrarse “películas que plantean las cuestiones últimas y directores formalmente más interesantes”.

Y cita nombres como Dreyer, Kieslowski, Bresson o Tarkovski, sin olvidar a Terrence Malick o el Clint Eastwood de Gran Torino, que “se abren al misterio trascendente, que apunta al Dios trinitario o señala la presencia de Cristo en la historia y en el corazón de las historias personales”.

Un enfoque que se sitúa en la línea de ese “cine humanista de cierta entidad” por el que aboga José Luis Sánchez Noriega, profesor de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid y crítico de la desaparecida revista Reseña.

Se trata de un cine “espiritual en cuanto prerreligioso”, que “plantea preguntas sobre el ser y la existencia de las personas en el mundo”, y que es “mucho más valioso y significativo” dentro del panorama cinematográfico actual. Y lo ilustra con dos ejemplos recientes: La vida de Pi y El árbol de la vida.

El desafío es mayúsculo. Y urgente,
aunque quizá convenga detenerse antes
en una necesaria aclaración terminológica
para no errar el tiro en las respuestas:
¿cine religioso o cine espiritual?

Sin embargo, hay quienes, como Juan Orellana, sostienen que es “más precisa” la expresión cine religioso, pues “alude al sentido religioso de todo ser humano, a la búsqueda de un Tú que responda a las exigencias más profundas del corazón humano”.

No es que el director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y crítico en diversos medios (COPE, 13tv…) cuestione la validez del término cine espiritual, pero considera que, “en la cultura posmoderna, puede tener connotaciones de abstractos esoterismos o filosofías mistificadoras de corte new age”.

Claro que puede darse el caso de que no haya lugar para tal disyuntiva. Mejor hablar de “géneros clásicos” (drama, comedia, aventura, terror…) y considerar el cine religioso como “un epígrafe o una subclasificación dependiendo del tema central en torno al que gira toda la historia de la película”.

Así lo entiende Pablo Moreno, y así lo explica: “Si hablamos de una película bíblica cualquiera, estaremos ante un drama histórico inspirado en temas bíblicos; por lo tanto, es una película donde se aborda un hecho religioso; podríamos decir que es cine religioso, pero también, en muchos casos, es una película épica de aventuras”.

En cuanto al cine espiritual, el presidente de Contracorriente Producciones y director de títulos como Pablo de Tarso, el último viaje (2009) o Un Dios prohibido (2013) defiende que ese distintivo de espiritual se hace presente como “un tema transversal” en muchas de las cintas que se estrenan cada año, independientemente del género clásico al que pertenezcan.

película Cristiada

‘Cristiada’ (2012)

Ello significa que el concepto cine espiritual es “tan amplio que no podría clasificarse como un simple género”, lo cual no implica que no puedan “extraerse esos matices espirituales presentes en mayor o menor porcentaje en una película”.

De todo un poco

Religioso o espiritual, más allá de matices, lo que a la postre importa es si este tipo de cine reúne hoy la suficiente calidad para despertar el interés del público. Aquí las opiniones difieren, aunque existe un cierto sentir común: hay de todo un poco.

Un todo en el que despuntan “películas maravillosas”, recuerda el propio Moreno, que “tienen cierta actualidad sin ser actuales”: desde El Evangelio según San Mateo, de Pasolini, a Ordet, la Palabra, de Dreyer, pasando por “las espectaculares películas de Hollywood” como Los Diez Mandamientos, Quo vadis o Ben Hur. A las que no olvida añadir otras más actuales: La Pasión, de Mel Gibson; Prefiero el Paraíso, de Giacomo Campiotti; Teresa de Calcuta, de Fabrizio Costa; o El árbol de la vida, de Terrence Malick.

Sin detenerse en títulos, Peio Sánchez avala esa diversidad remitiéndose a lo que él llama “actores preferentes” dentro del cine religioso. A saber, el evangelismo norteamericano, cuyas películas van “desde la catequesis audiovisual o el telefilme popular a obras verdaderamente interesantes, con más o menos medios”; el cine católico, procedente a menudo de Italia, con cintas vinculadas a la RAI (casi siempre vidas de santos o de personajes significativos de Iglesia), “realizadas con bastante dignidad pero con un estilo muy semejante”; la “fuerte presencia” del cine de inspiración budista; la “menor pero significativa” distribución del cine de influencia islámica; el vinculado al universo judío, a través de algunas grandes producciones de Hollywood, como el Lincoln de Spielberg; o el hindú, de “muy escasa distribución entre nosotros”.

Algo más crítico se muestra Sánchez Noriega, quien no duda en distinguir entre esas películas protagonizadas por sacerdotes o religiosos cuyo interés radica en “su autenticidad en la presentación de conflictos bastante complejos, incluidas no pocas contradicciones”, y las que encarnan un “cine neoconfesional y hasta neoclerical que remeda, con cierto rejuvenecimiento formal, a las películas apologéticas de los años 40 o 50”.

Religioso o espiritual, más allá de matices,
lo que a la postre importa es
si este tipo de cine reúne hoy la suficiente calidad
para despertar el interés del público.

Entre las primeras, el profesor de la Complutense cita obras como Elefante Blanco, De dioses y hombres o Cartas al padre Jacob, “valiosas como cine y muy capaces de llevar a la reflexión plural en los espectadores, por lo que son modelo de lo que un cine religioso podría hacer hoy”.

Mientras que califica a las segundas –Alexia, Érase una fe o Cristiada-For Greater Glory– de “películas mensajísticas, sin el requisito de la obra de arte de permitir una interpretación al público, que buscan la vieja predicación o la afirmación identitaria de un grupo religioso muy específico”.

Todo ello, teniendo siempre muy presente la apreciación que introduce Orellana: “Con frecuencia, la calidad va ligada a los presupuestos, que en muchas ocasiones son escasos y obligan a producciones de corte más televisivo”.

Salvando este escollo no pequeño, y al margen de otros juicios, sí parece que se está produciendo “un acercamiento de la fe a las cuestiones más cotidianas”. Al menos, así lo percibe Pablo Moreno. “Quizá la crisis tenga algo que ver”, apunta el joven realizador mirobrigense, pero “comienza a haber diferencias a la hora de explicar un hecho religioso: las grandes historias de fe transcurren en los pequeños actos cotidianos de entrega absoluta hacia los demás, en la caridad; y eso hace que cualquier película que contenga aspectos espirituales subyacentes aumente su calidad narrativa”.

película Gran Torino

‘Gran Torino’ (2008)

Sucede, sin embargo, que la tan debatida calidad en ocasiones se resiente por prestar más atención a lo que se quiere contar que al modo de hacerlo. “Afortunadamente, no es la tendencia mayoritaria”, asegura Orellana, aunque admite que “a veces ocurre y es un desastre”. “El cine debe ser cine, y los contenidos deben estar perfectamente expresados en lenguaje cinematográfico –reclama el director del Departamento de Cine de la CEE–. Una película no puede ser una homilía ilustrada ni un discurso fotografiado”.

Pablo Moreno encuentra una posible explicación a este extravío: “Nos puede el hecho de querer contar un mensaje con un exceso de didactismo, dejamos expuestas nuestras intenciones de una forma demasiado explícita”, reconoce en su condición de cineasta. A su entender, el problema es “fundamentalmente narrativo: el cine religioso tiene grandes historias que contar (de superación, de esperanza, de amor y valor), pero no se cuentan de la forma adecuada”.

Ya no solo porque centrarse demasiado en el mensaje supone ignorar otros aspectos fundamentales, sino porque “queremos contar los acontecimientos fundamentales olvidando las tramas secundarias”.

“Los personajes en ocasiones son compendios de virtudes, inmaculados, sin debilidades –explica el director de Un Dios prohibido–, y eso en la vida real no es así. El espectador se identifica menos con este tipo de personajes, y en sus historias, absolutamente predecibles, no hay lugar para la sorpresa”. La consecuencia está servida: el rechazo del espectador. El mismo que, “por muchos prejuicios que pueda tener, siempre reconocerá el talento de una historia emocionante bien contada”.

Cine ‘neoconfesional’

Para Sánchez Noriega, se trata de algo más simple: “El cine neoconfesional es de escasa calidad, al margen del sesgo fundamentalista que se aprecia en algunos casos”. Convencido de que “el cine, en cuanto arte, nunca puede proceder con la voluntad de mensaje que se impone en ese tipo de películas”, el veterano crítico sugiere que el formato más adecuado para estos trabajos sería el documental para televisión.

Más “complejo” le resulta el tema a Peio Sánchez, quien se cuestiona, por ejemplo, por qué “hay películas militantemente ‘católicas’ que en Italia son grandes éxitos televisivos y que aquí [en España] las pasan a las tres de la madrugada para rellenar programación”. Lo que sí tiene muy claro el sacerdote y profesor es que “el mensaje necesita una gran historia, una dramática profunda y una factura artística de calidad, aunque lo implícito, frecuente y sorprendentemente, es más significativo”.

Ahí están, sin ir más lejos, El festín de Babette, de G. Axel; El gran silencio, de P. Gröning; o De dioses y hombres, de X. Beauvois, “películas profundamente espirituales, realizadas por no creyentes que, sin duda, en algo creen”.

A estas alturas, no pocos estarán pensando: ¿y si hay mensaje y calidad, pero lo que venimos dando en llamar cine religioso no se sabe “vender” al gran público? Se da la circunstancia de que “hay películas maravillosas que no se han sabido vender bien, o no han tenido la repercusión que merecían, y otras no tan buenas que han llegado a todas las pantallas”, observa Moreno, antes de reseñar dos posibles factores que determinan este hecho: el dinero invertido en publicidad y “el complejo que, desgraciadamente, nos acompaña a la hora de hablar de cine religioso o espiritual”.

“Este cine se vende mal porque funciona
con fórmulas caducas, propias de
una sociedad homogénea vertebrada por
la religión que hoy no existe en Occidente”.

José Luis Sánchez Noriega.

Sánchez Noriega va más allá, al insistir en que este cine “se vende mal porque funciona con fórmulas caducas, propias de una sociedad homogénea vertebrada por la religión que hoy no existe en Occidente”. “Incluso películas bienintencionadas, como Moscati o Prefiero el Paraíso –se lamenta–, resultan limitadas por la indicada voluntad de mensaje que las arruina como obra artística”.

Que este cine no se vende bien también lo cree Orellana. Situación que él achaca a un doble motivo: un márketing que “no suele estar bien planteado”, tanto cuando “trata de venderse como ‘otra cosa’, como ocurrió en Encontrarás dragones”, como cuando “busca solo al público católico”; y “un gran complejo a la hora de hablar en público de los anhelos más hondos del ser humano”.

película La Pasión

‘La Pasión’ (2004)

Aunque, a veces, se produce “el error contrario”: “Que una película que solo va a interesar a los católicos por cómo se ha concebido, plantee su márketing para el público no creyente. Al final, no van a verla ni unos ni otros”, concluye el crítico.

Cultura e Iglesia

Seguramente, una queja compartida por unos y otros, pero que Peio Sánchez amplía al conjunto de la cultura en su relación con la Iglesia (española, añade él), que “tiene universidades con buenos profesores y excelente calidad formativa, cuenta con editoriales de larga trayectoria y calidad, impulsa centros educativos que se extienden por todo el territorio, tiene autores y personalidades de prestigio, a su cargo está la mayoría del patrimonio artístico, pero no detecta bien la cultura cercana al hecho cristiano, no promueve el diálogo con los artistas ni es capaz de proponer a los creyentes un tipo de cultura sensible y acogedora con el mensaje cristiano”.

Panorama tan desalentador se traduce en “la fragmentación de iniciativas, la ausencia de liderazgo y la falta de un proyecto común que integre y promueva lo que surge, no lo dudamos, por la fuerza del Espíritu”.

Sabedor de que otras Iglesias europeas o más jóvenes ya lo hacen, el también director del Departamento de Cine del Arzobispado de Barcelona asume que “probablemente nosotros no hemos estado a la altura”, mientras reitera una y otra vez: “Aquí tenemos un problema, que no se limita al cine”. Pero eso queda para otra ocasión.

Por ahora, bastaría con ir aplicando el sabio refranero a este invento centenario. “A Dios rogando y con el mazo dando”, solemos decir. “A Dios rodando”, sí, por supuesto; pero con la cámara creando. Mensaje y calidad nunca deberían estar reñidos.

 

El púlpito de la gran pantalla

Escribía Benedicto XVI, en su último Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales de este mismo año, que “la capacidad de utilizar los nuevos lenguajes es necesaria no tanto para estar al paso con los tiempos, sino precisamente para permitir que la infinita riqueza del Evangelio encuentre formas de expresión que puedan alcanzar las mentes y los corazones de todos”.

El lenguaje cinematográfico no es nuevo. Cuenta con más de un siglo de vida. Sin embargo, está por ver si la Iglesia ha sabido y sabe sacar partido a todas las posibilidades que le brinda la gran pantalla para transmitir al mundo esa “infinita riqueza del Evangelio” de la que habla el papa Ratzinger.

Quien más quien menos admite que queda todavía mucho camino por recorrer: por ejemplo, antes de nada, “facilitar una buena educación cinematográfica como espectadores”. Una propuesta, la de Pablo Moreno, que nace del convencimiento de que “el cine es un medio evangelizador estupendo”.

Su lenguaje ha ido calando de tal modo en nuestras vidas, que “una película –explica el joven director– no sucede en una pantalla rectangular, sino en nuestra cabeza”; lo cual “es posible porque todos conocemos ese lenguaje y lo decodificamos, lo entendemos, nos emocionamos y podemos aprender algo”.

En su opinión, si la Iglesia consigue “profundizar en ese conocimiento”, no solo podrá “ver cualquier película con ojos críticos, reconociendo sus virtudes y defectos”, sino que, además, evitará “el recelo y el miedo ante lo que pueda salir de esa ventana mágica”.

película La vida de Pi

‘La vida de Pi’ (2012)

Recelo que, a juicio de Juan Orellana, pertenece a una época pasada, porque lo que hoy “domina, en general, es el desinterés”. Sin embargo, el director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal Española cree que, “poco a poco, se está haciendo un trabajo de concienciación que va dando sus frutos”.

“Cada vez son más los laicos, sacerdotes y obispos –se congratula– que perciben el cine, en cualquiera de sus formatos, como un instrumento inteligente de comunicación de la experiencia cristiana y de la fe”.

Podría decirse que estamos en una etapa de “diálogo y algo de propuesta”, en palabras de Peio Sánchez, quien recuerda los tiempos de protagonismo de la Iglesia con los cineclubes, pero también la “fase bastante triste” de la censura.

El consiguiente cierre de las salas de parroquias y centros educativos, y “la ausencia de una televisión más cultural y evangelizadora que política vinculada a la Iglesia”, dificultaron las cosas en este período.

Por fortuna, el momento de gran trasformación del universo audiovisual (cine, televisión, Internet…) que vivimos hoy se le antoja al sacerdote y profesor barcelonés como “una interesante oportunidad que conviene lúcidamente aprovechar para el diálogo amable con la cultura y el anuncio del Evangelio”.

En suma, hacer que la gran pantalla sea otro púlpito más para la nueva evangelización sigue constituyendo “todo un reto”. Para la Iglesia… y para el cine.

En el nº 2.866 de Vida Nueva.

 

 

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