Tribuna

Carta al Papa: “¡Que sigas siendo feliz!”

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Antonio Pelayo, corresponsal de Vida Nueva en RomaANTONIO PELAYO | Sacerdote y periodista

“Entre los dones que pido a Dios para ti, este figura en primer lugar: ¡que sigas siendo feliz! Porque solo si tú lo eres, lograrás transmitir a la Iglesia esa felicidad y alegría que tanto necesita…”.

Querido papa Francisco:

Me he vanagloriado más de una vez de haber sido uno de los pocos “vaticanistas” que, en sus quinielas pre-cónclave, citó tu nombre entre los candidatos. Pero, a decir verdad, te incluí entre los papabili más como un homenaje a tu persona que como expresión de mi convencimiento de que los cardenales iban a ser capaces de tener la valentía de escogerte como sucesor de Pedro. “A la espera del Papa soñado”, tituló esta revista su número especial antes de que los cardenales entrasen en la Sixtina. Sí, en cierto modo, para mí eras eso, “el Papa soñado”; pero todos sabemos que los sueños muchas veces no se realizan y se convierten en un agridulce recuerdo.

Todo lo que en mis bastante completos archivos se refería al jesuita arzobispo de Buenos Aires rezumaba un sabor muy especial, muy diferente de las biografías de otros posibles sucesores de Benedicto XVI. Dejaba traslucir un personaje que rompía moldes, pero sin darse importancia; un profundo seguidor de Ignacio de Loyola, no desde la repetición estéril de fórmulas o estilos de vida, sino con la creatividad que el Espíritu ha dado siempre a su Iglesia y en especial a los jesuitas, hombres de frontera por definición.

Todo muy hermoso, pensaba para mí, pero un tanto utópico. A ello se unían las informaciones de que disponíamos sobre tu actitud en el último cónclave, cuando “desviaste” casi entre lágrimas tus votos hacia Joseph Ratzinger. Era poco imaginable que, ocho años después, Jorge Mario Bergoglio fuese el hombre escogido por el colegio cardenalicio en un momento tan delicado de la historia de la Iglesia.

Pues bien, me equivoqué de medio a medio, y bien sabe Dios que de esa equivocación me siento muy orgulloso, no por lo que a mí respecta, sino por lo que significa como valoración de una institución que sabe darse en cada momento de su trabajada historia moderna (de la antigua mejor no hablar) el mejor papa posible. Esta vez, la paloma del Espíritu voló hasta muy lejos y se posó en tu cana y venerable cabeza.

La paloma del Espíritu voló hasta muy lejos
y se posó en tu cana y venerable cabeza.
¡Gracias por haber aceptado, esta vez,
consciente como eras, de la que se te venía encima!

¡Gracias por haber aceptado, esta vez, consciente como eras, de la que se te venía encima! Te acompaño con mi pobre oración, porque incluso de ella tienes necesidad, junto a otras mucho más atendibles por Dios. ¡No te faltarán nunca, espero, porque no cesas de recordárselo a todos los que se acercan a ti!

No voy a ser tan estúpido como para ponerme a darte consejos. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Me atrevo solo a formular algunos deseos para el desempeño de tu alta y muy difícil misión:

  • No tenemos que meterte prisas. Ya sabes que hoy en el mundo hay una malsana necesidad de inmediatez. De resultados que no se hacen esperar, de eficacia medida por la rapidez. Lo tuyo no puede medirse con esos parámetros: vas a necesitar tiempo, años, para llevar a la práctica al menos una parte de las cosas que deseas para la Iglesia de Jesucristo. “¡Cuánto me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”, nos dijiste a los informadores en el primer encuentro. Y ya has empezado a recorrer ese camino, pero vas a necesitar mucho tiempo para que todos nos adaptemos a un esquema de vida hecho de sobriedad, de solidaridad, de pobreza. Mucho tiempo, porque las resistencias van a ser formidables.
  • Es hora de que nos sacudamos el miedo y adoptemos actitudes valientes. La renuncia de Benedicto XVI ha sido al mismo tiempo una rotunda prueba de honestidad personal y de ausencia de miedos. ¿Por qué no iba a superar la Iglesia de Jesucristo una prueba como la renuncia del Papa? ¿No iba a haber entre los cardenales una decena de eventuales grandes papas? Pues claro que sí, y tu elección nos lo ha demostrado. ¿Por qué no va a ser posible devolver a la Esposa de Cristo sus blancos vestidos esponsales, sin suciedades ni remiendos, sin joyas inútiles, sin desgarros en sus costuras, refulgente y límpida? Habrá que derribar muros de incomprensión, de hostilidad, de zancadillas; pero es posible hacerlo si se quiere .Y tú, de ello estoy convencido, sí que quieres verla así.

Como, al fin y al cabo, uno, además de sacerdote, es periodista, me permito hacerte una súplica, bien consciente como soy de que no te será nada fácil atenderla. “¡Abrid las puertas!”, gritó el beato Juan Pablo II, y ese fue el leitmotiv de su pontificado.

Yo solo quiero referirme a la información sobre y de la Iglesia, y ahí sí que hay que abrir puertas, ventanas, claraboyas y todo lo que haga entrar luz y aire puro dentro de los muros de la santa Iglesia, que tantas veces despide olores nauseabundos o perfumes de deliciosas naftalinas. Es urgente que seamos capaces de convertirla en esa “casa de cristal”, tantas veces evocada, pero nunca llevada a la realidad. Ya sé que en la tropa periodística hay quienes actúan con mucha mala uva, pero ese riesgo hay que correrlo y, para combatirlo –cree a este periodista experimentado–, no hay mejor remedio que informar, informar, informar. Te vamos a ayudar todo lo que podamos.

Para cerrar esta carta, ya muy larga, una suposición no tan atrevida como pudiera parecer: sé que eres un papa feliz, más quizás que el jesuita o el arzobispo que fuiste. Entre los dones que pido a Dios para ti, este figura en primer lugar: ¡que sigas siendo feliz! Porque solo si tú lo eres, lograrás transmitir a la Iglesia esa felicidad y alegría que tanto necesita.

En el nº 2.864 de Vida Nueva.