Sin hogar pero siempre hermanos

BEKAS1

 

Aunque esta película evidencia el drama del Kurdistán iraquí (región kurda autónoma, en el interior de Iraq) en los 90, y bajo el régimen represivo de Saddam Hussein; el tema de la guerra no es el principal asunto que aborda el joven director Karzan Kadar en su primer largometraje, que previamente había mostrado a modo de cortometraje. Por esta vía logró que la historia –basada en su propia experiencia como migrante iraquí– fuera acogida por la crítica y premiada por los Study Academy Awards (los premios Óscar para las películas producidas por escuelas de cine).

Bekas traduce sin hogar, sin familia. Kadar explica que “Bekas es una palabra extremadamente respetable en lengua kurda. Ser un bekas significa haber perdido a todos los miembros de la familia en la guerra y estar completamente solo en el mundo. Es escalofriante”.

La travesía de dos hermanos huérfanos (bekas), Zana (Zamand Taha) y Dana (Sarwar Fazil), de 6 y 12 años, que bien podrían ser una antítesis del conocido fratricidio bíblico de Caín contra su hermano Abel, no es ajena a la infancia del director ni a los crudos hechos que rodearon su huida a Suecia a inicios de los 90, resistiendo las tentativas de ser separado de su hermano.

Entre la inocencia y la dulzura, Zana y Dana conducen al espectador por los más insólitos recovecos de su pequeño mundo. La noticia de que “Supermán” ha llegado a una improvisada sala de cine de la aldea, irrumpe un acalorado “picadito” de fútbol que súbitamente se desvanece entre la polvareda que dejan los niños en su carrera por conseguir un lugar para contemplar al “hombre de acero”. También Zana y Dana alcanzar a divisar al famoso superhéroe desde las alturas, por una pequeña rendija del techo donde se proyecta la película, hasta que son descubiertos y reciben una cruel golpiza. Indignado y desilusionado, Zana evoca a su difunto padre: “si estuviera vivo, nadie se atrevería a pegarnos”. Esta primera escena encarna la utopía de que otro modo de vida es posible, más allá del maltrato y de las injusticias, si lograran convencer al hombre de Kriptón para que fuera a salvarlos y a dar su merecido a los villanos que los acechan, incluyendo a Saddam Hussein, a quien atribuyen la desaparición de sus padres. “Cuando era niño, solía soñar que Rambo nos ayudaba a pelear contra los ejércitos de Saddam –recuerda Kadar–. Ese es el origen de la idea que dio forma a Bekas, la película, donde confluyen muchos episodios de mi propia vida, que transformados o aumentados, conforman la historia”.

Más allá de los sinsabores diarios y de las amenazas de abuso y maltrato que los persigue, Zana y Dana cultivan la ilusión, la ternura y la candidez, con una buena dosis de alegría y humor. Una vez que se han propuesto viajar a América en búsqueda de Supermán, calculan –observando un mapa– que no están muy lejos y que un par de días podría ser suficiente para lograr su hazaña. En adelante, su oficio de lustrabotas será también su fuente de financiación para el viaje y los pasaportes, un desafío nada despreciable si se considera que debían conseguir 14.000 clientes antes de lograrlo. Pero nada es imposible para quien tiene fe, y Zana lo sabe cuando ora en la mezquita: “Dios, por favor deja que mi hermano y yo vayamos a América a ver a Supermán; envíanos muchos zapatos para lustrar”.

La aventura avanza al lomo de “Michael Jackson”, el nombre con el que bautizan a una mula que compran con todos sus ahorros y que en adelante será su medio de transporte hacia América. El camino está teñido de divertidas conversaciones, expresiones de solidaridad -como cuando Zana comparte la mitad de su coca-cola con un anciano-, encuentros y también algunos desencuentros -como cuando Dana se ilusiona con la hija de un profesor y se distancia de su hermano menor-.

“Juntos somos fuertes”

El drama llega a su clímax cada vez que las circunstancias intentan separarlos. En la aldea un anciano que los trataba como si fueran sus propios hijos les había enseñado que “juntos somos fuertes”. Una palito de madera es más vulnerable que un conjunto de palitos de madera, cuando alguien intenta quebrarlos por la mitad. Así ocurre con Zana y Dana, juntos se sienten fuertes e invencibles, valientes incluso para enfrentarse a los soldados que cuidan la frontera o para intentar cruzarla como polizones en la parte baja de un camión.

Al final, la integridad de Dana peligra cuando cree haber pisado una mina antipersonal. Entonces, puede más el amor fraterno que el deseo de encontrar a Supermán: “Ya no quiero ir a América, sólo quiero estar contigo”, entre sollozos grita Zana. En realidad, lo mejor que pueden hacer dos huérfanos es permanecer juntos, siempre hermanos, porque lo unido permanece.

Óscar A. Elizalde Prada

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