la Nueva Iglesia según Francisco

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Con una nutrida participación de 200 personas, aproximadamente, entre obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, y sobre todo, laicos y laicas, el 30 de agosto Vida Nueva llevó a cabo el conversatorio “La nueva Iglesia según Francisco”, en el marco de Expocatólica 2013, con la presencia de tres invitados: la Dra. Isabel Corpas de Posada (doctora y magister en teología e investigadora del Instituto Caro y Cuervo), Mons. Fabián Marulanda (obispo emérito de Florencia y ex Secretario General de la Conferencia Episcopal de Colombia), y el Dr. Guillermo León Escobar (Phd en filosofía, magister en teología y sociólogo, ex embajador de Colombia ante la Santa Sede).

Por turnos, cada uno compartió sus puntos de vista frente a la eclesiología que Francisco ha venido trazando desde el momento de su elección. “El Papa mismo es una encíclica eclesiológica”, propuso la Dra. Isabel. Mons. Fabián, por su parte, planteó una cuestión de fondo: “cuando hablamos de una nueva Iglesia, ¿de qué Iglesia estamos hablando y qué cambios podemos esperar?”. Así mismo, el Dr. Guillermo León recordó que en realidad el Papa no ha propuesto nada distinto a lo que ya hacía en sus tiempos de sacerdote, obispo y cardenal.

Sus intervenciones fueron retroalimentadas con las preguntas del auditorio, las cuales procuraron abordar al final del conversatorio.

Se presenta a continuación, y a manera de memoria, un resumen de los aportes que los tres especialistas compartieron en este espacio de opinión y debate que se inscribe dentro de la principal apuesta de Vida Nueva: ser una palabra comprometida en la Iglesia.

 

La encíclica que escribe Francisco

 

Isabel

 

Entre la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Francisco escribí para Vida Nueva el comentario de rigor: a la vez que repasaba la página que escribió el papa Ratzinger durante su pontificado me atreví a imaginar cómo sería la página que podría escribir su sucesor.

Escribí, en aquella oportunidad, que esperaba “que el nuevo obispo de Roma –que ejerce como primero entre pares– [supiera] conducir el rebaño que Dios le confía, que [ejerciera] su ministerio como “siervo de los siervos de Dios”, capaz de responder evangélicamente –es decir, con buenas noticias– a las necesidades de un mundo cambiante y necesitado de salvación”.

Lo escribí desde el fondo del corazón. Llena de esperanza. Como cuando se compra el Baloto… Como que era mucho pedir… De pronto no confiaba en que los cardenales eligieran un Papa reformador. O, peor aún, no confiaba en la acción del Espíritu en la Iglesia. Y estaba actuando…

IMG_0145Mis esperanzas comenzaron a cumplirse cuando, recién elegido, se asomó al balcón un Papa sin arreos pontificales que se identificó como el obispo de Roma. Y con este primer gesto trazó la portada de su tratado de eclesiología. No con palabras. Con gestos. Con decisiones. Como el santo de Asís al cuestionar el lujo y el bombo de los jerarcas de la Iglesia de Roma. Y que no sería de eclesiología tradicional, de esa que gusta a los eclesiásticos que se rodean de símbolos de poder.

Escribió las primeras páginas de su eclesiología desde al balcón de San Pedro, ese mismo día, cuando agachó la cabeza y pidió a la multitud que orara por él y lo bendijera. No se mostró como puente –el Sumo Pontífice– entre Dios y la humanidad, porque en sana teología expresada en este gesto, la función mediadora es la que cumple Cristo, sacramento del encuentro con Dios. Ni se presentó como representante de Cristo o su intermediario –el Vicario– porque se apropió de las líneas eclesiológicas conciliares que proponen la sacramentalidad de la Iglesia, en cuanto la comunidad de bautizados y bautizadas –no solamente la jerarquía y menos aún la persona del Papa– es la que hace presente en la historia el amor y la salvación de Dios que Cristo trae al mundo. Era un cambio de 180 grados en la comprensión de las mediaciones religiosas.

Nuevas páginas de eclesiología escribió cuando decidió alojarse como cualquier obispo que visita Roma: para no estar solo y “hablar con la gente”, según dijo en el avión en que regresaba de Río. Y cuando lo vimos recorrer las calles de Roma y de Río en un automóvil “modesto”, como lo calificó, para poder “bajar el vidrio” y comunicarse con la gente. Ante la sorpresa de los monseñores romanos, estaba demostrando que no quería instalarse en la cúpula de una iglesia piramidal marcada por diferencias jerárquicas. Y respaldó su decisión al decir en otra entrevista en Río: “Dios nos pide en estos momentos mayor simplicidad”. O, mejor, “projimidad”.

Sus lecciones de eclesiología práctica continuaron cuando vimos al obispo de Roma poner entre paréntesis espectáculos de tipo ritual. Cuando lo hemos oído hablar de misericordia y de ternura más que de moralismos: “¿quién soy yo para juzgarlos…?”. La Iglesia tiene un aire distinto. Se desacartona. Sonríe. Es buena noticia.

Para el capítulo de obispos y sacerdotes ha dicho y lo ha respaldado con su testimonio, que tienen que salir al encuentro de su Iglesia. A los obispos les llamó la atención acerca del “peligro de creerse superior a los demás” y de sentirse príncipes. A los sacerdotes les recordó la vocación de pastores.

En su tratado de eclesiología –que se dibuja como encíclica eclesiológica– el papa Francisco ha hecho suyo el modelo de comunión propuesto por Vaticano II. Su encíclica eclesiológica no se fundamenta en el modelo de Iglesia como institución y sociedad perfecta de Vaticano I. Ha optado por la Iglesia de los pobres y la Iglesia servidora en lugar de la Iglesia de los poderosos y de ambiciones de poder en el estamento jerárquico.

IMG_0143La eclesiología de comunión es el marco referencial del ministerio de Francisco y de su propósito de reformas en las estructuras y organización eclesiástica. Porque habrá reformas, como anunció desde Río, al evocar la antiquísima expresión “Ecclesia semper reformanda”. Que implica, también, su renovación interna. La de los corazones.

Desde este marco referencial esbozó la página del diálogo interreligioso al decir que “es necesario adaptarse a las nuevas circunstancias” –las de un mundo en cambio, las del pluralismo religioso– y que será la página de la “cultura del encuentro”.

Habrá más páginas en su encíclica, encaminadas a renovar el rostro de la Iglesia. Las que va a escribir al poner orden en la casa y abordar escándalos financieros y demás delitos cometidos por miembros de la jerarquía. Las de la reforma a la Curia Romana, “donde también hay santos”, dijo Francisco, y que son páginas que muchos no van a gustar.

Seguramente nos quedaremos esperando páginas que no va a escribir porque no están en su agenda. Como la ordenación de mujeres, acerca de la cual fue enfático: “La Iglesia ha hablado y dice no. Esa puerta está cerrada”. Y al respecto se mostró un tanto desinformado con su propuesta de “hacer una profunda teología de la mujer”. Bueno, a lo mejor falta hacerla desde la mirada de los hombres de Iglesia.

Estamos a la espera de nuevas páginas de esta encíclica escrita con gestos y actitudes para hacer de la Iglesia el proyecto de Jesús: Iglesia en la que actúa el Espíritu, Iglesia de comunión, Iglesia de los pobres y excluidos, Iglesia servidora.

Y cuando estaba redondeando estas letras, recibí un video de mi nieto de quince años, desde la Plaza de San Pedro, compartiendo su emoción al paso de Francisco: el Papa que sabe llegar al corazón de la gente.

 

¿Qué Iglesia y qué cambios?

 

Fabian

Comienzo con un interrogante: ¿De qué Iglesia estamos hablando y qué cambios podemos esperar? Porque una cosa es El Vaticano y la Curia Romana, y otra la Iglesia, pueblo de Dios y comunidad de creyentes extendida por toda la tierra. Y unos son los cambios que se esperan y se necesitan en el Vaticano y otros los cambios que tienen que ver con la Iglesia de Jesucristo en que nosotros creemos, a la que pertenecemos y a la que amamos.

El papa Francisco, al contrario de lo que sucedió con el papa Benedicto XVI, ha contado con el favor, la admiración y el cariño de casi todo el mundo. Pero una cosa es lo que a la gente del común le entusiasma del Papa, y otra las expectativas de cambio y renovación en la Iglesia que muchos esperamos.

El papa Francisco ha dado un primer paso muy importante en el sentido de desmitificar algunas instituciones y costumbres introducidas en la Curia Romana, comenzando por la misma imagen de lo que realmente es el Papa en la Iglesia.

El mismo día de su elección asumió una actitud de afecto y cercanía, y dejó en claro que el Papa es el obispo de Roma y el sucesor de Pedro, no el sucesor de Jesucristo. Es el obispo de Roma, la Iglesia que preside en la caridad a todas las iglesias; y es el sucesor de Pedro, a quien Jesús confío las llaves del Reino y a quien asignó la misión de “confirmar en la fe a sus hermanos”.

IMG_0124Obrando en consecuencia, ha querido aparecer como un pastor sencillo, ajeno al poder y a la ostentación, comprometido con los pobres, cercano a la gente. Ha sorprendido al mundo con las cosas que piensa, con las que dice y con lo que hace.

Ha manifestado su deseo de una renovación interna de la Iglesia. Comenzando por los obispos a quienes nos ha dicho que debemos ser pastores cercanos a la gente, hombres que amen la pobreza y la simplicidad, y la austeridad de vida. Hombres que no tengan sicología de príncipes, que sepan conducir más que mandar, hombres capaces de caminar con el pueblo, bien sea adelante para indicarle el camino, o en medio para mantenerlo unido o detrás para evitar que alguno se quede rezagado o tome otros caminos. Y para que esto se vaya haciendo realidad, ¿no habrá que cambiar la forma como se escoge y se nombra a un obispo?

Les ha hablado también a los sacerdotes, a las religiosas y a los nuncios. Y ha dicho cosas duras. Y me pregunto: ¿no habrá muchas cosas que cambiar en relación con el ministerio y la vida de los presbíteros y de los religiosos? ¿Se mantendrá la rigidez del celibato? ¿Y será que no le convendría a la Iglesia cambiar el perfil y el oficio de los nuncios, para que sean de verdad “alargamientos del Papa” en su función de confirmar en la fe a sus hermanos?

Los medios de comunicación han destacado otras actitudes del Papa que corresponden a su talante y a su estilo personal, pero que no son propiamente cambios sustanciales, sino más bien cambios cosméticos (su habitación en la casa de Santa Marta, sus zapatos, su maletín, su sotana, su informalidad y poco cuidado del protocolo).

La esperanza se centra en que el Papa quiera y pueda promover cambios que le permitan a la Iglesia mostrar un nuevo rostro y responder a las exigencias del mundo actual.

La Iglesia es una realidad dinámica, una obra siempre en construcción, como se deduce de las enseñanzas y de las parábolas de Jesús. Tiene una dimensión universal (es católica) y una vocación de unidad, de santidad y de apostolicidad.

Estas notas misionales de la Iglesia son notas constitutivas, sobre las cuales no hay posibilidad de cambios.

El papa Juan Pablo II habló de otros temas que llamó “no negociables”, como la vida, la familia y la educación.

Pero la Iglesia es una comunidad integrada por hombres pecadores que con frecuencia desfiguran su verdadero rostro. Y es aquí donde se debe dar una dinámica de cambio y de agiornamento permanente.

La experiencia del Vaticano II nos dejó una carta de navegación en las cuatro Constituciones sobre la Iglesia, sobre la revelación divina, sobre la liturgia y sobre la Iglesia en el mundo actual.

IMG_0133Estas constituciones las aterrizó el mismo Concilio en Decretos y Declaraciones sobre el deber pastoral de los obispos, el ministerio y vida de los presbíteros, la formación sacerdotal, la renovación de la vida religiosa, el apostolado de los seglares, las Iglesias orientales, la actividad misionera de la Iglesia, el ecumenismo y los medios de comunicación.

Tocó también el Concilio el tema de la libertad religiosa, la educación cristiana de la juventud, y la relación con las iglesias y religiones no cristianas.

El Concilio fue precedido de enorme expectativa, reflexión y deseos de cambio. Y muchos de esos cambios se redujeron a cambios accidentales (nos quitamos la sotana, suprimimos la tonsura, comenzamos a celebrar en el idioma propio y de cara al pueblo).

Hubo sacerdotes y laicos que tomaron en serio el Concilio y se comprometieron con proyectos de cambio. Aparecieron, por ejemplo, movimientos como la teología de la liberación, el grupo SAL. Entre nosotros: Golconda (cfr. La revolución de las sotanas de Javier Darío Restrepo).

Pero aparecieron también en la Iglesia los “anti cuerpos”. Los grupos reacios al cambio, los fundamentalistas, los apegados a las costumbres de la época de la cristiandad. Y estos grupos ejercieron enorme influencia en los Papas que siguieron al Concilio.

Los obispos se atrincheraron y condenaron sin mucho discernimiento todo intento de cambio. Al fin y al cabo, la mayoría eran obispos mayores, educados antes del Concilio y muy poco abiertos al cambio. Yo diría que con el Concilio, la Iglesia mató al tigre pero se asustó con el cuero.

Hoy, después de 50 años, el Concilio sigue esperando su puesta en práctica.

Y aparecen otros temas en los que la comunidad reclama una actitud de cambio por parte de la Iglesia: la planificación familiar (neo catecúmenos e Islam: la revolución de los vientres); el papel de la mujer en la Iglesia; el legalismo exagerado (sacerdotes y obispos: funcionarios de aduana), el papa Francisco se ha referido al tema; el compromiso con la justicia y la promoción social; el celibato sacerdotal; la cultura del encuentro; etc.

 

“Francisco repara de nuevo mi Iglesia”

 

GLeon

Un fresco del Giotto en la basílica de San Francisco representa el llamado que escuchó el poverello por parte del Señor que le decía “repara mi Iglesia”. Eran tiempos duros para la fe y por tanto para la cristiandad, y en ella se inculpaba a la Iglesia y a sus autoridades de haberse alejado del mensaje contenido en la “Buena Nueva”.

Francisco entra de lleno en el proceso de su conversión personal; asume que la Iglesia es prioritariamente rica en pobreza, que es para los pobres preferentemente y decide vivir a fondo la experiencia de la carencia de bienes materiales. Chesterton describe esta maravilla del vivir de Francisco y particularmente del escándalo de quien con palabras pero sobretodo con gestos azotaba la inconsciencia de quienes en el duro comienzo de la burguesía comercial hacían del acaparamiento y del lujo una norma y del aprovechamiento del pobre un instrumento de explotación humana.

Fue su presencia un remezón que produjo escándalos grandes y sobretodo despertó la oposición de eclesiásticos y de señores decididos a no dar su brazo a torcer porque querían y estaban decididos a mantener sus privilegios y jamás renunciar a recibir reverencias y señales de sometimiento de quienes consideran sus súbditos.

Sin duda hay múltiples formas de abordar los problemas pero en la Iglesia tenemos el propio.

IMG_0149 ¿Por qué nuestros países que se profesan católicos y cristianos están marcados por la inequidad y ese fenómeno es creciente en un continente que es rico como lo es Latinoamérica? ¿Por qué los grandes números de pobreza mundial y aún de mendicidad y de exclusión? ¿Y por qué en los países europeos la descristianización coincide con la gran acumulación de recursos en unos sectores y en otros se siente el enorme peso de las necesidades acumuladas, en especial aquellas signadas por el desempleo y las que genera la desordenada e imparable migración de los “condenados de la tierra”? ¿Qué ha pasado con el mensaje de Jesucristo? Y hay quienes afirman que el siglo XXI es el de la descristianización y que irán asomándose otras opciones, entre ellas la más fuerte que es aquella del humanismo sin Dios.

Todas esas preguntas nos confrontan y hay gentes que nos las formulan en cada momento en que aparecemos anunciando a Jesucristo. Esto es grave porque nos toca ahora cuando fuera de ser una iglesia de bautizados decimos –después de Aparecida– serlo de discípulos y de misioneros.

Para ello, como respuesta en la conmemoración de los 50 años del Concilio Vaticano II  Benedicto XVI ha lanzado el “Año de la Fe” y la tarea complementaria de la “Nueva Evangelización” que para Europa y muchos grupos de América y de América Latina se trata más bien de “re-evangelización”.

Pero fuera de esa realidad, las gentes –cada vez más– nos interrogan por la Institución y por su capacidad de reformarse para afrontar la tarea principal. Nos plantean la paquidérmica Curia Romana, los signos de corrupción, nos preguntan por el impropiamente llamado Banco Vaticano y que se distingue como el IOR (Instituto para las Obras Religiosas) y sus negocios, en donde existe la sospecha cierta de malos ejercicios y se presume aún el lavado de dinero de las mafias del narcotráfico, nos preguntan por la corrupción sexual de algunos religiosos, sobretodo en cuanto al abuso de menores de edad, y si bien se elogia al Pontífice de turno, ya han llegado esas reclamaciones a tocar a las puertas mismas de los aposentos pontificios como quedó demostrado en el episodio grave de los Vatileaks.

Como se ve, los desafíos no son livianos y de improviso el Papa mismo se vio interrogado por su capacidad de conducir la barca de Pedro.

El gran teólogo de la Iglesia en los últimos 500 años –o más– tomó todas las decisiones doctrinales que debía tomar y le deja a la Iglesia el privilegio de la “doctrina segura”, pero se sintió impotente frente al cambio de estructuras y sin fuerza para confrontar víboras y cuervos al decir de Bertone. Y en un acto de integridad y de valor renunció sin que todos lo hayan sabido valorar.

Hay quienes afirman que ejerció disciplina frente a grupos donde podía hacerlo, pero a medida que se acercó a los verdaderos centros de poder en su proximidad vaticana, claudicó. No se sintió en la capacidad de derrotarlos.

Lamentablemente todo el bien que se hace desde la Iglesia y aún desde la mayoría de las instituciones vaticanas, por gentes de enorme excelencia y testimonio evangélico, se ve opacado por el pecado, los errores y los crímenes de algunos. Por ello se dice que Benedicto repitió con su renuncia aquello del “muera Sansón con todos los Filisteos”, sapiente que su retiro dejaba a alguien nuevo la posibilidad de establecer los correctivos esperados.

No es poca la tarea que Francisco deba solucionar o frente a los interrogantes y desafíos dar pauta para orientar opiniones o dictar decisiones. Preguntas como el celibato, el sacerdocio de las mujeres, la aceptación hacia nuevas formas de familia, el aborto y la eutanasia, las líneas fundamentales de la moral sexual, no van a variar, así como los fundamentos de la bioética y sus consecuencias y sobre esos puntos Francisco ha comenzado a expresar posiciones que son inequívocas y que Benedicto dejó claramente plasmadas. Dicen los que saben de teologías que se avanzará en diseñar formas especiales de pastoral para los divorciados. Lo que es claro es que Francisco –sin descuidar estos puntos– ha apuntado en otra dirección.

Hay una serie de comentaristas que han afirmado que la tarea de este Papa es colocarle gestos a tantas palabras que se han dicho. Corre en el mundo protestante y en el nuestro a través de John L. Allen que Francisco escribe las encíclicas de los gestos y que se puede afirmar ha elaborado diez que sin duda han impactado bellamente el inicio de su pontificado. Ellas son: la  afirmación de dar vida a una Iglesia pobre y para los pobres; afirmar la humildad sobre toda cosa; estar en la cercanía de la gente; no tener miedo de la ternura;  ser todos franciscanos; la fe es para proponerla y no para imponerla; la Iglesia no es una ONG ni una simple organización humanitaria; no podemos caer en el pesimismo; hay que recuperar la capacidad de sonreír; y finalmente valorar como se debe la importancia de la unidad.

Y es que Francisco trabaja siguiendo los lineamentos de aquel “Documento de los 16”, presentado al cónclave de 1978, y que llevaba un subtítulo que rezaba “por una renovación del servicio papal en la Iglesia al final del siglo XX”. En ese documento es clara la indicación que el papa debe privilegiar el nombre de “obispo de la Iglesia de Dios en Roma”; no abandonar la metodología de los signos de los tiempos, volver la mirada hacia los pobres y dar siempre signos de reconciliación y de misericordia.

Y Francisco lo está haciendo bien y el viraje de la Iglesia se siente y se tiene la certeza de tener un Pastor y buena parte del mérito ha de reconocerse a Benedicto que creó la crisis que permitió este viraje en la gran bifurcación de la Iglesia. En él se cumple que nada hay peor que una buena palabra seguida de un mal ejemplo. En  Francisco “la palabra se hizo gesto”.

Hoy como ayer el Señor ha convocado de nuevo a Francisco y le ha pedido lo mismo que siglos antes le pidió al de Asís. El fresco del Giotto expresa claramente cómo el Santo arrima el hombro  a una de las torres de San Juan de Letrán que amenaza caer. Sin embargo hemos de estar preparados ya que esta bella pero extraña popularidad comienza a fortalecer adhesiones, pero igualmente a despertar oposiciones sordas no solo en la Curia vieja sino en algunos que se duelen de perder privilegios de trato y de comodidades.

Ya se oyen expresiones como  aquellas: “qué será lo que pretende el argentinito ese”, o la expresión de un reconocido cardenal que dejó escapar la frase diciente “nos equivocamos”; pero también se escuchan y son mayores las palabras de agradecimiento al Espíritu Santo por haber entregado la barca de Pedro a un pastor que “huele a oveja” y que sabe que el Evangelio es ruta segura hacia el porvenir.

El “Año de la Fe” y la tarea de la Nueva Evangelización apuntan a la construcción de una Nueva Sociedad que requiere la adhesión de discípulos y misioneros decididos a recuperarle a la Iglesia y reforzarle las señas de su verdadera identidad.

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