En su visita al Centro Astalli de Roma, el Papa invita a “servir, acompañar y defender”
M. GÓMEZ | El martes 10 de septiembre, el papa Francisco visitó el Centro Astalli de Roma (el Servicio Jesuita a Refugiados en Italia), donde saludó a huéspedes, voluntarios y simpatizantes, unas 500 personas, aproximadamente, ante las que el Pontífice pronunció una de esas frases redondas que, como tantas otras, ya no se olvidarán: “Los conventos vacíos no son nuestros. Son para la carne de Cristo, que son los refugiados“.
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Después de que dos de los residentes, Adam y Carol, narraran su testimonio, el Papa aseguró que “cada uno de vosotros lleva sobre todo a una riqueza humana y religiosa, una riqueza de acoger, no de temer”.
El propio Francisco recordó una visita similar a esta, como fue la que hizo a Lampedusa el pasado mes de julio, donde se encontró con inmigrantes ilegales. “Roma debe ser –indicó– la ciudad que permita encontrar una dimensión humana”, y en este punto agradeció la labor del Centro y de otros servicios, eclesiales, públicos y privados, y también a los trabajadores, voluntarios y benefactores, por acoger a los refugiados y “mostrar que, con la acogida y la fraternidad, se puede abrir una ventana al futuro; más que una ventana, una puerta”.
“Es bonito que, trabajando para los refugiados, junto con los jesuitas, haya hombres y mujeres cristianos y también no creyentes o de otras religiones, unidos en el nombre del bien común, que para nosotros los cristianos es especialmente el amor del Padre en Cristo Jesús”. “¡No hay que tener miedo a la diferencia, vivamos la fraternidad!”, había dicho un poco antes.
Y luego subrayó los tres pilares del programa de trabajo de los jesuitas y sus colaboradores: “Servir, acompañar y defender”.
“Los pobres son maestros privilegiados”
Francisco no dudó en poner en valor a los pobres, que son “maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios: su fragilidad y simplicidad desenmascaran nuestro egoísmo, nuestra falsa seguridad, nuestra pretensión de autosuficiencia, y nos conducen a la experiencia de la vecindad y la ternura de Dios, a recibir en nuestra vida su amor y misericordia”.
En esta línea, subrayó también: “Cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a la voz que, como vosotros, ha sufrido y sufre, a quien ha visto pisoteados sus propios derechos, a quien ha vivido tanta violencia que ha sofocado el deseo de justicia. Para toda la Iglesia es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no se confíen solo a los ‘especialistas’, sino a una atención de toda la pastoral, de la formación de los futuros sacerdotes y religiosas, del empeño de toda las parroquias, movimientos y asociaciones eclesiales”.
Mensaje a los religiosos
Fue en este punto, hacia el final de su discurso, cuando se dirigió concretamente a los Institutos religiosos para que lea “con seriedad y responsabilidad este signo de los tiempos”: “Queridos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no sirven a la Iglesia para transformarla en hoteles y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados. El Señor llama a vivir con más coraje y generosidad la acogida en la comunidad, en las casas, en los conventos vacíos…”.
E invitó a “superar la tentación de la mundanidad espiritual para estar cercanos sobre todo a los últimos. (…) Necesitamos comunidades solidarias que vivan el amor de manera concreta!”.
Al terminar la visita, el Papa entró en la Iglesia del Gesù, anexa al Centro, y rezó ante la tumba de Pedro Arrupe, que fue prepósito general de la Compañía de Jesús y fundó el Servicio Jesuita al Refugiado.