Veinticinco años comunicando la vida del Evangelio

Mons. Luis Adriano Piedrahita Sandoval, Obispo de Apartadó

Con la bula “Quo aptius” del 18 de junio de 1988, el papa Juan Pablo II creaba la diócesis de Apartadó, desmembrándola de la diócesis, en ese entonces, de Santa Fe de Antioquia, y del vicariato apostólico de Quibdó. Dos meses después, el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, se posesionaba su primer obispo, monseñor Isaías Duarte Cancino. De esta manera comenzaba el caminar con vida propia de la diócesis de Apartadó, un itinerario signado por el empeño de acompañar a las comunidades de la querida región del Urabá con el Evangelio del consuelo, de la esperanza y de la paz de Cristo.

Dios tiene sus ritmos y sus tiempos para actuar con oportunidad; el kairós, decimos en teología, el tiempo oportuno en el que Dios se manifiesta. La concurrencia de la larga historia de la evangelización en el Urabá que comenzó en los mismos inicios de la conquista, y de las condiciones humanas, sociales y económicas que aparecían en los finales de los 80, permiten pensar que los tiempos estaban maduros para comenzar a vivir la fe común con vida propia, con  el acompañamiento maternal de la Iglesia en todos los momentos, particularmente en aquellos cuando una despiadada violencia colmó de dolor y lágrimas los corazones de las gentes de la región.

Obispos como Isaías Duarte Cancino, Tulio Duque Gutiérrez, Germán García Isaza, Héctor Salah Zuleta y Gonzalo Rivera Gómez, sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos comprometidos, se empeñaron en hacer que la diócesis ayudara a marcar el ritmo de la región, desde su compromiso por servir al Evangelio de la vida, de la reconciliación y de la paz.

Interpelaciones de Dios

Hoy hemos de preguntarnos cuáles son las condiciones humanas, sociales y económicas que aparecen en el devenir actual de esta querida región del Urabá, y descubrir a través de ellas la voluntad de Dios que nos interpela. Nuestro actual gozo ha de estar sustentado por la decisión de una renovación personal y comunitaria de nuestra vida de fe, precisamente en “el año de la fe”, que avive en nuestra diócesis el amor a Dios, el ardor apostólico, el sentido de Iglesia, la virtud de la caridad cristiana, y el compromiso al servicio de la vida digna de todos. Lo que es específico aporte de la Iglesia a una humanidad a la que sirve, no son sus obras sociales, ni la colaboración con acciones del Estado o con otras instituciones no gubernamentales, no son las obras educativas, o de salud, o de asistencia, que la diócesis no ha omitido de generar oportuna y abundantemente, sino la palabra del Evangelio de la que la Iglesia es privilegiada portadora. A propósito de la canonización de la madre Laura, el papa Francisco nos invitaba a “ver el rostro de Jesús reflejado en los otros, y a compartir con ellos lo más valioso que tenemos, que no son nuestras obras ni nuestras organizaciones, sino Cristo y su Evangelio”.

Se trata de la palabra dirigida al corazón de todos los hombres y mujeres de esta querida tierra, invitándolos a superar definitivamente el clima de violencia que padecieron por muchos años; que invita a que el desarrollo económico se traduzca en desarrollo humano que eleve la calidad de vida de todos; que invita a que las armas de los grupos ilegales que persisten en intimidar a la población se cambien en instrumentos de trabajo; que invita a que los niños y los jóvenes de Urabá, expuestos a las tentaciones del pandillismo, el cultivo, el tráfico y consumo de la droga, la adicción al licor, la prostitución, la delincuencia, puedan mirar con otros horizontes el porvenir que les espera; que invita a que las heridas abiertas en el pasado por la violencia se cierren de parte de todos con una disposición generosa a la reconciliación y al perdón; que invita a que los funcionarios públicos, dirigentes y ciudadanos sepan asumir con transparencia su puesto en la sociedad, y se sientan motivados a servir por encima de todo, al bien común; que invita a que los más débiles, los pobres, los ancianos, los enfermos, encuentren de parte de la sociedad de Urabá la consideración que se merecen.

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