Cuando en la nostalgia está Dios

Celebrando la esperanza a través del rito maronita

Hay una fotografía que el padre Luis Manuel Alí conserva con particular cariño. Se trata de una imagen en blanco y negro de su abuelo paterno en un día corriente de trabajo. El presbítero la toma entre sus manos con delicadeza, como quien sostiene un objeto sagrado. Mientras tanto, me narra parte de la historia. Proveniente de Siria, Rachid Alí llegó a Colombia después de la Primera Guerra Mundial. Si bien el imperio turco había caído, los pueblos que durante décadas fueron subyugados por los otomanos pasaron a ser dominados por gobiernos europeos como los de Gran Bretaña y Francia. Durante años el joven Rachid recorrió los pueblos a las orillas del río Magdalena sirviéndose del sistema de crédito para vender telas. Con el tiempo lograría hacerse a un local en el cual asentó por fin su negocio.

P. Luis Manuel Alí, Párroco de Nuestra Señora del Líbano

Movido por la admiración, el padre Alí recuerda que su abuelo ahorraba la mayoría de sus ingresos. Se había enamorado de una antioqueña, y junto a ella había formado una familia. Nacieron sus hijos y el comerciante se esforzaba a tal nivel para que llegasen a tener una buena educación, que se abstenía de tener más de dos conjuntos de ropa, pensando en que los niños pudieran acceder a mejores oportunidades de estudio gracias a sus ahorros. Un día como cualquiera, entre montañas de tela atendía el almacén junto a su esposa. Alguien les tomó una foto. Hace años que la imagen de ese instante cotidiano, sencillo y alegre constituye un símbolo del esfuerzo y del trabajo para el P. Luis Manuel.

La historia de Rachid Alí forma parte de un conjunto mayor de vidas. Desde finales del siglo XIX muchos sirios y libaneses llegaron a nuestro país. Algunos eran musulmanes, otros cristianos ortodoxos o miembros de la Iglesia católica maronita. Habían sufrido la violencia y, obligados a abandonar sus pueblos, buscaban nuevas promesas en América. Identificados erróneamente como “turcos” debido no sólo a una generalización injusta, sino a que dicha era la nacionalidad que le atribuían sus documentos como migrantes en razón de la situación política que determinaba al Oriente Próximo en aquella época, los árabes “se unieron a la médula y la sangre de esta tierra”. Así recuerda el periodista Juan Gossaín a su abuelo materno, un cristiano libanés cuyos restos hoy reposan a la sombra de un árbol en el cementerio de San Bernardo del Viento: “El viejo Abdallah se sentaba a la puerta de su casa, con un taburete de cuero, a la hora en que el pueblo empezaba a pasar en la nata espesa del mediodía, y cantaba canciones árabes en voz alta. La gente del vecindario, que no entendía ni una palabra, lo acompañaba en aquellas tonadas nostálgicas”.

Aunque con el trascurrir del siglo XX los siro-libaneses encontraron un hogar en Colombia y comenzaron a dejar huella en sectores determinantes de la sociedad como el comercio, la medicina, la política y el arte, muchas de las tradiciones que en parte hacían más hermosa su vida se fueron perdiendo. Parece que el tiempo es implacable y lo va borrando todo. Ni el dinero ni el éxito ni el poder parecen servir de mucho cuando el olvido y la memoria se confrontan. Sin embargo, la nostalgia que se apoderaba de las tonadas de aquel viejo libanés de San Bernardo del Viento todavía late en el corazón de algunas de estas personas. Se trata de un sentimiento suave que se manifiesta en el llanto, sus lágrimas son benéficas: bañan el alma dulcemente y la reservan para el trato amoroso con los otros y con la historia de su pueblo. Lejos de secar su esperanza, esta nostalgia les ha permitido emprender enormes esfuerzos para reencontrarse con sus raíces.

En los últimos decenios un grupo de mujeres se unieron para no dejar morir las tradiciones que habían heredado de sus padres y abuelos. Doña Layla Faour de Saaba es una de ellas. Nacida en el Líbano y radicada desde hace muchos años en Colombia, creó junto a otras personas la Asociación de Nuestra Señora del Líbano. Su perseverancia y la de sus compañeras, así como el apoyo de sus familias y de la Arquidiócesis de Bogotá, han hecho posible que hoy exista en la ciudad la primera parroquia católica de rito maronita de nuestro país.

Una parroquia “personal”

Son las once de la mañana en un domingo con pocas nubes. El sol casi llega a su punto más alto y la reverberación de su luz hace más nítida una privilegiada perspectiva de montañas. Entro a un templo ubicado en la carrera 8ª con calle 98. A falta de una sede propia, las actividades más importantes de la Parroquia de Nuestra Señora del Líbano, cuyo párroco es el P. Luis Manuel Alí, se llevan a cabo en las instalaciones de la Parroquia Territorial de Santa Clara de Asís. Desde el 2008, año de su fundación, su carácter es el de una parroquia “personal”, por eso atiende a todos los fieles que hacen parte del rito maronita en el amplio territorio de la arquidiócesis de Bogotá.

Sonia Martínez y Layla Faour de Saab

La Eucaristía inicia con una procesión desde la puerta principal del templo hasta el altar. El P. Luis Manuel se ha revestido con un traje ceremonial en cuya superficie advierto bordados del árbol de cedro, el símbolo por excelencia de los libaneses. De fondo suena una canción árabe y el suave olor del incienso comienza a perfumar de manera particularmente amable la atmósfera. Un mensaje reza a la vista de todos: “En Colombia es la primera vez que hay una parroquia maronita. Su misión es acompañar a los descendientes de Oriente Medio de ritos orientales a quedarse en contacto con sus tradiciones culturales y espirituales”. Mientras lo leo, la música se detiene por unos segundos y los parroquianos participan de una oración en que bendicen al domingo, piden perdón a Dios e interceden ante Él en favor del sacerdote: “Alohoo Ncabeel curbonooj, unet rahham 3lain baas luutoj” (“Que Dios acepte tu ofrenda y por tus oraciones tenga piedad de nosotros”). Las palabras con que se dirigen a Dios son cercanas y sencillas. La solemnidad no se sobrepone a la ternura. Durante la homilía el P. Alí habla acerca de la importancia del encuentro y de lo mucho que enriquece la vida. Posteriormente invita a mirar hacia Oriente y a considerar la convulsión social que han producido los últimos acontecimientos de Egipto. La ceremonia continúa. Su ritmo genera un ambiente de sosiego dentro del templo. Llegado el momento de la consagración, todos participan de nuevas tonadas. Pienso en “El viejo Abdallah”. Más tarde el párroco canta recordando las palabras con que Jesús se despidió de sus discípulos. Entonces la música abraza a cada persona.

En cierta ocasión Juan Pablo II describió a la Iglesia como un cuerpo cuya vida se alimenta gracias a dos pulmones: uno corresponde a la suma de los diversos ritos orientales y el otro lo constituye el rito latino. Si bien en la Iglesia católica éste último es el más conocido no es el único. Hay otros 22 ritos y la mayoría se practican en Oriente Próximo. Los ritos siro-malabar, copto y maronita son sólo algunos de ellos. Las diversas iglesias locales conforman lazos de comunión y sus ritos no son sino expresión de la pluralidad que enriquece la vida de la Iglesia. Terminada la Eucaristía comparto un almuerzo típicamente libanés junto a Sonia Martínez. Luego conozco a Rida Mariette Aljure Salame y a Layla Faour de Saaba. Ambas me hablan de la importante visita que en el mes de mayo les hizo el cardenal Bechara Boutros Raï, patriarca de la Iglesia católica maronita. Según doña Layla, el prelado sembró una semilla que ahora la comunidad tendrá que cuidar. Mientras tanto luchan para que su próxima visita tenga como motivo la inauguración del primer templo maronita en Colombia.

 

San Charbel, unos de los santos maronitas

Patrimonio espiritual

En Oriente Próximo, donde coexisten diversas iglesias católicas vinculadas a la Iglesia de Roma, la pertenencia de un cristiano a una determinada comunidad eclesial no se constituye en razón de su territorio sino gracias al rito por el cual recibió el Bautismo. Sin embargo, el rito no se reduce al modo celebrativo de las acciones litúrgicas, corresponde a un patrimonio espiritual que se expresa en una manera específica de vivir la fe. El patrimonio espiritual de la Iglesia católica maronita se halla íntimamente vinculado a la figura de san Marón, un anacoreta de la Iglesia de Antioquía que en el siglo IV creó un cauce dentro de la Iglesia universal que aún alimenta la vida de muchas personas. Junto a san Marón, los maronitas veneran a san Charbel, a santa Rafqa, a san Namtallah Al Hardini, a san Juan Marón y a un amplio número de mártires.

 

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